Más allá de cualquier valoración que pueda hacerse acerca de la manera como se desarrolló esta campaña, hay que celebrar el que hoy, con su voto, la ciudadanía pueda decidir entre Rodolfo Hernández y Gustavo Petro. Uno de ellos tomará posesión el próximo 7 de agosto como presidente de todos los colombianos. Hay que ser enfáticos en que, con la cita de hoy en las urnas, se reafirma que Colombia cuenta con una democracia vigorosa, que sin duda hay que seguir fortaleciendo, pero con su esencia a salvo –que la gente pueda decidir respecto a su futuro–, gracias a una institucionalidad que está en plena capacidad, como quedó demostrado el pasado 29 de mayo.
Ese día la Registraduría logró alejar los nubarrones que se habían posado sobre su labor con motivo de lo ocurrido en las elecciones legislativas de marzo. Con los ajustes realizados a partir del aprendizaje de los errores, que se evidenciaron hace tres semanas, tendrá su prueba de fuego hoy, más si se cumplen los pronósticos que apuntan a que la diferencia entre ambos contendores puede ser escasa. Para ser claros, no hay margen de error para la labor de la Organización Electoral, que tiene uno de los mayores compromisos de los últimos tiempos.
Fundamental también para alejar posibles factores que empañen la jornada será la labor de la Fuerza Pública en su trascendental misión de garantizar que la ciudadanía pueda ejercer libremente, lejos de cualquier coacción, su derecho al voto. Lo anterior habida cuenta de las denuncias basadas en información de inteligencia acerca de supuestos planes de los grupos armados para presionar a los votantes en algunas zonas del país.
Ambos contendientes tienen hoy la obligación de mostrar un comportamiento ejemplar en términos de respeto incondicional a las reglas de juego y
a las instituciones encargadas de
los comicios
A la ciudadanía le corresponde, por su parte, contribuir con su presencia en las urnas, que ojalá no se deje para última hora, donde encontrará un tarjetón que es resultado, como ya se dijo en su momento, de un evidente anhelo de cambio. Dos aspirantes que, cada uno a su manera, encarnan ilusiones de nuevas formas de conducir el país, ambas pretendiendo estar en las antípodas de lo hasta ahora visto. Como quedó claro tras la primera vuelta, Petro y Hernández han llegado a esta instancia ofreciendo discursos en sintonía con ese deseo de renovación de las prácticas políticas y de la manera como se tramitan las demandas y necesidades cotidianas de la gente ante el Estado. Es evidente que hay en los ciudadanos un cansancio general ante los cálculos politiqueros y cortoplacistas, combinados con la insaciable codicia de algunos, que tanto daño le han hecho a la política.
Hay que complementar diciendo que una vez se cierren las urnas se pondrá punto final a una contienda electoral tan prolongada como intensa y, por momentos, agobiante.
Esto último por el lamentable camino que tomó, apartándose de las discusiones ricas en argumentos y marcadas por el respetuoso contraste entre visiones opuestas, pero estructuradas, del rumbo que debe tomar el país. Sin negar que hubo destellos de lo anterior y sin menospreciar el esfuerzo de los participantes por lograr que la atención de la ciudadanía se concentrara en sus programas de gobierno, en los libros de historia quedará registrada esta campaña como una en la que el intercambio de ataques personales y estrategias de desprestigio, que tomaron vuelo y viralidad en las redes, opacaron la todavía urgente necesidad de discusión serena, esa que permite que, por más intenso que sea el intercambio de ideas, poco a poco se vayan cristalizando mínimos comunes.
Y es que ante el descrédito de las instituciones, como lo han mostrado las diferentes encuestas de opinión, el ganador tiene la responsabilidad de trabajar en función de que la confianza reverdezca, pero sobre la base del fortalecimiento y el respeto por esa institucionalidad que da sustento a nuestra democracia.
El primer paso tiene que darse hoy, con un comportamiento ejemplar de los dos candidatos en términos de acatamiento incondicional a las reglas de juego y a las instituciones encargadas de los comicios. Quien resulte perdedor debe ser consciente de las gravísimas consecuencias que tendría obrar en cualquier sentido diferente al de reconocer el triunfo de su oponente. Jugar la carta de los señalamientos sin fundamento no es prudente ni aceptable. Quien gane, a su vez, tiene que saber que hasta aquí deben llegar las dinámicas de división y polarización; que en el momento en que se proclame vencedor, su gran prioridad debe ser la de hacerles llegar el mensaje a quienes no votaron por él de que sentirse derrotados en sus preferencias no implica el sentirse marginados. Y es que en la mañana del lunes los desafíos que enfrenta el país seguirán ahí. Y por más divergencia que haya respecto a cómo abordarlos, es claro que la unión es la clave para la fortaleza que Colombia requiere para ello y salir airosa rumbo a un futuro promisorio.
EDITORIAL