Stan Lee dejó a sus seguidores en todo el mundo un lacónico y atípico mensaje póstumo –en su cuenta de Twitter– que dice: “1922-2018: Excelsior”. Es claro que las dos fechas corresponden al año de su nacimiento y al de su muerte. Pero para quienes aún guardan dudas sobre esa última palabra, que solía ser con la que se despedía en sus redes sociales, él mismo había dado una explicación satisfactoria en noviembre de 2010: “Finalmente, ¿qué significa ‘Excelsior’? ¡Hacia arriba y hacia adelante para una mayor gloria! ¡Eso es lo que te deseo!”, escribió entonces, y era claro –y hoy lo es más que nunca– que sus vocaciones eran divertir e inspirar a sus lectores.
Lee murió a los 95 años en la cumbre de su popularidad. Como Hitchcock, el célebre cineasta británico que transformó el séptimo arte, Lee se convirtió en una figura representativa que aparecía brevemente en las taquilleras superproducciones basadas en las tiras cómicas que se inventó –junto con el ilustrador Jack Kirby– desde finales de los años 50: sus superhéroes, los Cuatro Fantásticos, Hulk, Thor, Iron Man, los X-Men, Daredevil, Doctor Strange y Spider-Man, ni más ni menos, cargaron al gran género norteamericano de humanidad, de reveses de fortuna, de temperamentos mucho más relacionados con los antihéroes literarios que con los semidioses.
Stan Lee, quien se llamaba Stanley Martin Lieber, se cambió el nombre por “un apodo tonto”, avergonzado por las historias populistas que escribía para una empresa familiar que luego se convirtió en Marvel. Fue reconocido en vida de muchas maneras: la Medalla Nacional de las Artes, la estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, el galardón por toda su carrera en los premios Saturno. Y, sin embargo, la medida de su éxito es que hoy en día sus personajes están en todas partes, las películas basadas en sus creaciones han recaudado siete mil millones de dólares en los últimos años y su cara de gafas grandes y bigotes es tan familiar como sus superhéroes.