Un nuevo episodio de personas que de forma violenta invaden un terreno de juego tuvo lugar el lunes pasado en la noche en el estadio Alfonso López, de Bucaramanga. El partido entre el equipo de esa ciudad y el Tolima se suspendió mientras la Policía se hizo cargo de la situación. Minutos después pudo reanudarse.
Este hecho no puede pasar inadvertido. No es aislado y constata, como lo han venido denunciando los futbolistas a través de su agremiación, que cada vez es más alto el riesgo para ellos, los protagonistas del espectáculo. Lo ocurrido en la capital de Santander, donde los hinchas portaban armas cortopunzantes, se suma a lo que acaba de ocurrir en Ibagué, con la agresión de un hincha del Tolima al jugador de Millonarios Daniel Cataño, a lo que pasó en Tuluá, con la hinchada del Cali entrando al gramado de forma masiva, el año pasado, y a la batalla campal entre hinchas de Unión Magdalena y Junior en el estadio Sierra Nevada de Santa Marta, por solo mencionar algunos de los casos recientes.
Una vez más hay que advertir sobre la urgente necesidad de tomar medidas severas y efectivas para prevenir una tragedia. El trato que se les ha dado a estos hechos, minimizándolos a veces, sancionando con más severidad a los futbolistas que a los violentos –como fue en el caso de Cataño– ha puesto este fenómeno en la senda de la normalización. Y esto es inaceptable y peligroso. No puede ser algo normal, parte del balance de cada fecha, el registro de una invasión de cancha.
Si es necesario volver a abrir la discusión sobre las mallas en las tribunas –removidas en la mayoría de escenarios con motivo del Mundial Sub-20 de 2011–, por más lamentable que sea el retroceso, que se avance en este sentido. Pero sobre todo que las autoridades, civiles, de Policía y deportivas, le den al problema la importancia que se merece. Que escuchen a todos los involucrados, en particular a los deportistas, y se comprometan a actuar. Estamos a tiempo.
EDITORIAL