Nunca ha sido sencillo avanzar en un emprendimiento social en Colombia. Y mucho menos si los promotores son personas entre los 18 y los 32 años de edad. Un estudio de la Universidad del Rosario, Recon, Cifras y Conceptos y esta casa editorial, presentado esta semana, no solo midió la percepción de los jóvenes sobre esta realidad, incluyendo el impacto en las comunidades, sino también los retos para emprender.
El informe ratifica que, para la juventud colombiana, desarrollar un emprendimiento social –el cual, además de generar empleo, busca enfrentar problemas como el hambre o la afectación del medioambiente– es una tarea complicada. Para el 72 por ciento de los jóvenes, emprender en el país es "muy difícil" y, entre aquellos jóvenes que ya son emprendedores sociales, este índice es del 49 por ciento. Es decir, la mitad de quienes ya experimentan esta alternativa la consideran una opción dura.
Esta percepción es aún más compleja en medio de la crisis económica generada por la pandemia. El choque del covid-19 ha impactado con mayor intensidad tanto a las mujeres como a la población joven. Si bien la reactivación de la economía ha venido cerrando el rezago de los puestos de trabajo en comparación con los niveles prepandemia, la tasa de desempleo juvenil registra más del 23 por ciento.
No es tarde para que en el último tramo de gestión del actual gobierno se haga un esfuerzo más concentrado en este asunto.
En este entorno complejo, el emprendimiento –en especial el social– podría convertirse en una ruta dinámica de generación de ingresos. La mitad de los encuestados identifican la independencia económica como el principal motivo de la juventud colombiana para emprender, mientras que el 46 por ciento buscan "tener algo propio". En el caso de los emprendedores sociales incluidos en el reporte, el 35 por ciento toma esta opción precisamente para resolver problemáticas como la pobreza, la desigualdad, el desempleo y los asuntos ambientales.
Tanto los jóvenes en general como los emprendedores sociales de entre 18 y 32 años comparten la visión sobre los obstáculos para desplegar estas actividades. El mayor reto es la falta de recursos económicos propios –58 por ciento–, seguido por la falta de fomento del Gobierno y las dificultades de la formalización. De hecho, el 84 por ciento manifiesta que nunca ha recibido formación alguna para el emprendimiento. No sorprende, entonces, que solo el 26 por ciento de los jóvenes encuestados tengan uno.
La fotografía de este estudio ratifica la urgencia de avanzar en una agenda pública que no solo se oriente a incentivar los emprendimientos, incluyendo los sociales, sino que también fortalezca la formación y la capacitación para tomar el camino empresarial. No es tarde para que en el último tramo de gestión del Gobierno se haga un esfuerzo más concentrado en este asunto, uno de los pilares originales del Plan Nacional de Desarrollo. En particular en dos frentes, el de la población joven y el de los emprendedores con impacto social.
Junto con la legislación sobre emprendimiento social que avanza en el Congreso y que debería aprobarse, se necesita un mejor, masivo y más cualificado a las herramientas, los conocimientos y los instrumentos de financiación. Emprender no es una alternativa obligatoria para todos, mucho menos los sociales, pero los jóvenes que quieran avanzar en esa ruta deben percibir un camino menos duro.
EDITORIAL