No obstante todos los esfuerzos, aunque el país parece haber entendido que el machismo no puede ser tolerado como anecdótico rasgo de una cultura, siguen registrándose episodios de violencia letal de género que estremecen y recuerdan todo lo que todavía falta por hacer.
Es el caso del asesinato, a manos de Andrés Ricci, de Luz Mery Tristán, recordada por su brillante carrera como patinadora y ciclista profesional en la década de 1980 y quien luego se dedicó a la formación de talentos del patinaje. Ricci, quien fue sorprendido en flagrancia y que por la estrategia jurídica de su defensa no aceptó cargos no obstante ya haber reconocido la autoría, era la pareja de Tristán. Tenían previsto casarse en octubre.
En las audiencias celebradas se han enseñado pruebas que revelan comportamientos del victimario que generaban temor en ella, quien, como es una constante en estos casos, se sentía en riesgo y así lo había expresado a una conocida.
El hecho, por desgracia, está muy lejos de ser aislado. Solo en el primer semestre de este año se registraron en Colombia 213 feminicidios. En el 37,5 por ciento de los casos el victimario era cercano a la víctima. El número año tras año viene en aumento.
En memoria de Luz Mery y de todas las demás víctimas, no se puede claudicar. La justicia debe hacer lo suyo, facilitando rutas de atención, llevando a todas las instancias los protocolos para que el acudir a ella no sea sinónimo de revictimización para ellas, y para que la certeza de que esa justicia será implacable y efectiva disuada a quienes puedan incurrir en hechos de violencia de género. La sociedad debe hacer lo propio, para que a punta de sanción social se combatan los comportamientos machistas a todo nivel, de los más sutiles a los más severos, y para que esas alertas tempranas que las víctimas suelen lanzar resuenen lo suficiente y las redes de apoyo salven vidas. Es una tarea inaplazable.
EDITORIAL