Era de esperarse que tras sus afirmaciones sin sustento científico en relación con las vacunas contra el covid-19, que generaron comprensible polémica en el país, el ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, retomara la senda de la serenidad y la ponderación. Virtudes que se asomaron en el comunicado con el que al día siguiente de su vehemente intervención aclaró su postura ante estas herramientas, que tan fundamentales resultaron para hacerles frente a los estragos de la pandemia reciente.
Pero no fue así. Lamentablemente. En otro acalorado discurso en la Comisión Séptima del Senado, el titular de la cartera de Salud no tuvo problema en referirse a la ampliación de la capacidad de las unidades de cuidados intensivos (UCI) en el país, que tuvo lugar durante la más grave crisis de la pandemia, como un negocio.
Es una afirmación tan preocupante como desafortunada. Preocupante, pues abre de nuevo el interrogante sobre cuáles son los fundamentos conceptuales y filosóficos de su obrar como cabeza de la salud pública. Qué tan apegados están a la ciencia y a unos mínimos parámetros de buen gobierno y óptima gestión que trascienden las ideologías. Ante una crisis como la que se vivió con el covid, la Organización Mundial de Salud junto con los expertos locales trazaron unas líneas de acción con base en suficiente evidencia y estudios. Fue clave, y el balance demuestra que se hizo lo correcto, ampliar la capacidad que tenía el país en este frente. Así se salvaron muchas vidas. Se actuó, además, en consonancia con otros países, donde también fue vital aumentar las camas en las UCI, lo cual hoy nadie, solo quizás un puñado de amantes de las teorías de conspiración, se atreve a poner en duda. El ministro tiene ahora la responsabilidad de decirle al país con qué fundamentos, apoyado en qué evidencia osa afirmar que este esfuerzo, que fue de las instituciones, pero también de miles de profesionales del sector de la salud por los que hoy no queda sino profesar eterno agradecimiento, fue ante todo un negocio.
Bienvenido el debate de la reforma, pero lo mínimo es que los argumentos tengan sustento técnico y se correspondan con la realidad.
Tal argumento, y en esto hay que ser claros, es un irrespeto contra todas estas personas, desde médicos hasta personal istrativo y de servicios generales de clínicas y hospitales que arriesgaron su vida ante el contagio. También ha sido muy mal recibido, como se ha podido registrar en las redes sociales, por las familias de los miles de pacientes que murieron y por aquellas personas que felizmente sobrevivieron gracias a una unidad de cuidados intensivos. No le alcanza la memoria al ministro para recordar la angustia de las personas que no hallaban cupo para sus familiares enfermos.
La nueva salida en falso les da otro motivo de peso a quienes creen que el funcionario puede estar abonando la narrativa de que las EPS son “solo mercaderes”, y así abrirle espacio a la no menos controvertida reforma de la salud, que ahora deberá ser discutida en el Senado. Sería de esperar que en este debate no se acudiera a argumentos sin soporte técnico y que desconocen de tajo los esfuerzos debidamente sustentados en la ciencia para hacerle frente a una emergencia sin precedentes en este siglo y para la cual no estábamos preparados.
EDITORIAL