El de ayer, en especial para el mundo de habla hispana, fue un domingo triste. Sobre las 6 de la mañana, hora de su México lindo y querido, a los 81 años falleció en Guadalajara Vicente Fernández. Entre la sorpresa y el dolor, millones de seguidores repetían simplemente: “Murió Chente”. Dicho así, como en confianza, como si acabara de partir un miembro de cada familia. Eso es lo que logran los grandes artistas como él. Y como tributo, sonaron por doquier sus canciones: ‘Lástima que seas ajena’, ‘Acá entre nos’, ‘A mi manera’, ‘Por tu maldito amor’, ‘Mujeres divinas’, ‘Hermoso cariño’, ‘El chofer’, ‘El rey’ y ‘Volver, volver’...
Fernández venía luchando con valor contra la muerte desde hace 5 meses, por complicaciones pulmonares. Y recientemente tuvo la desgracia de sufrir en su rancho una dura caída que obligó a que se le practicara una operación de columna. Pero aun así, sus millones de seguidores esperaban ver de nuevo en pie a su ídolo, tal vez el último de los grandes exponentes de la ranchera mexicana, al lado de José Alfredo Jiménez, Antonio Aguilar, Pedro Infante o Pedro Vargas.
Chente, con una voz maravillosa, supo enviar mensajes sociales, enaltecer a la mujer, cantarles a los oficios, interpretar a la gente en sus penas y alegrías. Su carrera es descomunal: grabó más de 300 canciones, vendió más de 75 millones de álbumes, ganó tres premios Grammy y ocho Latin Grammy. Además de ser productor y actor, pues fue protagonista en varias películas, como ‘Uno y medio contra el mundo’, ‘La ley del monte’, ‘El tahúr’, entre otras, así como algunas comedias.
Una vida llena de éxitos la de este ser carismático que también tuvo que cantar para no llorar el cruel secuestro de uno de sus hijos, que él manejó ‘a su manera’, a puerta cerrada.
Su legado para la cultura y el arte, que deja en luto, es enorme. Pero se va con la satisfacción de que se hizo querer y irar y que gente de todas las edades se sabe sus canciones, las canta y las celebra. Murió Chente, pero seguirá siendo el rey por muchos años.
EDITORIAL