Sin avances significativos y, lo más importante, sin que el país haya podido observar ningún gesto importante que demuestre voluntad de paz del Eln, se venció este fin de semana el plazo del cese del fuego decretado por el Gobierno como parte de las negociaciones con esta guerrilla.
Hay que recalcar lo anterior a la luz de la pretensión de dicha organización de salir de la lista de grupos armados organizados a través de un decreto, no obstante el que ya sean considerados por el Gobierno “organización armada rebelde”.
Más allá de la minucia jurídica y el significado político de estas denominaciones, lo importante aquí es observar el panorama completo con una mirada que, además, incluya el contexto histórico. Hay que tener en cuenta lo que ha ocurrido con este proceso, en el que, reiteramos, no solo no ha habido gestos convincentes del Eln, sino que, al contrario, ha habido acciones en sentido opuesto al esperado, como el secuestro del padre de Luis Díaz. Tampoco sobra tener en consideración el largo historial de intentos frustrados de acuerdos, que se remonta al siglo pasado. Aquí se puede identificar fácilmente un patrón de solicitud de gestos unilaterales por parte del Estado que no son correspondidos. Esto, reiteramos, no es nuevo. Al contrario, se puede ver cómo las aspiraciones de la organización son cada vez más ambiciosas, al tiempo que se consolida en su propósito de no abandonar las armas y persistir en la lucha armada. Así quedó claro tras su más reciente congreso nacional, celebrado el pasado mes de junio.
Conviene remontarse al pasado reciente, al proceso de paz a la larga exitoso con las Farc, y señalar la manera como la antigua guerrilla tuvo gestos de paz que ayudaron a construir confianza. Fue el caso de la liberación de los secuestrados y la decisión que tomó en cierto punto del proceso de desistir de esta atroz práctica. El Eln, en cambio, se ha mostrado entre ambiguo y, sobre todo, renuente a tomar una decisión en tal sentido.
El fin inmediato del secuestro tiene que ser otro inamovible de la delegación gubernamental en la mesa de negociación.
Es deseable, desde luego, que la negociación siga, siempre habrá que darle prioridad al diálogo sobre la confrontación armada. Pero hay que ser enfáticos en que el Gobierno no puede ceder sin obtener avances significativos que le den confianza a la ciudadanía. La aspiración de los ‘elenos’ de ser excluidos de tal listado tiene que estar soportada por numerosos gestos que, además, le den al proceso la credibilidad de la que hoy carece. Y de continuar los diálogos, deberán hacer parte de los inamovibles de la delegación gubernamental el cese del secuestro –y que este no esté supeditado a ninguna otra exigencia–, despejar las dudas –fundadas– sobre qué tanta cohesión interna hoy tiene esta guerrilla; un compromiso claro de respetar el Derecho Internacional Humanitario y acordar tanto protocolos como mecanismos de verificación de lo pactado que sean verdaderamente robustos y eficaces.
La superación de este escollo en la negociación pasa justamente por lo que lo ha generado: la diferencia entre un grupo armado organizado y una organización armada de otra índole. Si el Eln quiere demostrar que ya no es, como lo sostiene, un grupo armado más, debe actuar en consecuencia. Sin presiones indebidas, sin esguinces a la paz y con hechos contundentes.