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Putin se aferra

Que haya habido comicios en Rusia no evita considerar al gobierno reelecto como un riesgoso régimen.

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Como una flor de un árbol cuyas raíces son de origen dudoso puede verse la reciente victoria de Vladimir Putin en las elecciones presidenciales de su país, que le asegura un quinto periodo. Se enfila así rumbo a su anhelo de presidir Rusia hasta 2036. Por lo pronto, bastaría con que complete este periodo –que es de seis años– para superar el tiempo que Joseph Stalin estuvo al mando de la extinta Unión Soviética.
Más allá de registros históricos, la noticia de que en Rusia iban a tener lugar comicios sorprendió a más de un desprevenido. Se ha consolidado a tal punto la imagen de Vladimir Putin como hombre fuerte del país, que ya son muchos en el planeta los que asumen que su liderazgo es de cuño diferente al democrático, que, sobre el papel, lo es. Sería necio negar que más de 76 millones de personas votaron por él el domingo pasado, el 87,28 por ciento del total de sufragantes.
Ahora bien, hay que ver el cuadro completo, que incluye la decisión del Kremlin de bloquear cualquier candidatura que pudiese representar algún tipo de desafío para el actual mandatario. Aquellos liderazgos que han logrado consolidarse, como el de Alexéi Navalny, han sido fuertemente perseguidos. Navalny, recordemos, murió recientemente en circunstancias no del todo claras, mientras permanecía privado de la libertad en una prisión en el Ártico.
Y sobre todo hay que considerar que tras 25 años de Putin en el poder –con una breve pausa de cuatro años en la que fue primer ministro–, el árbol democrático ruso se ha ido secando. Síntoma inequívoco es la apatía de la mayoría de ciudadanos con relación a la política, algo muy grave para cualquier sociedad. Así como hay fervorosos seguidores del presidente y férreos opositores –la mayoría en el exilio para proteger su vida–, la gran parte de los habitantes del país están sumidos en la apatía: asumen como inevitable el régimen de Putin y han dejado de interesarse por lo público, resignados al no poder incidir de forma alguna en el futuro de su país. “Los profundos depósitos de inercia social, apatía y atomización son la verdadera fuente del poder de Putin”, declaró a The New York Times Alexander Gabuev, director del Centro Carnegie Rusia Eurasia.
Su desconfianza frente a los movimientos de las potencias occidentales agrupadas en la Otán es un serio factor de riesgo para el planeta.
Lo peligroso, y por eso el mundo sigue de cerca lo que pasa del otro lado de los Urales, es que el régimen autocrático de Rusia se ha construido en torno a una persona cuya codicia de poder es bien conocida por el planeta. Su intención de recuperar el esplendor –¿y extensión?– del antiguo imperio ruso sumada a su desconfianza, que linda con la paranoia, frente a los movimientos de las potencias occidentales agrupadas en la Otán son un factor de riesgo que el mundo no puede subestimar.
Lo que ha hecho en Ucrania es una señal clara. Sus amenazas a Europa por la expansión de la Otán a su patio trasero no pueden minimizarse. Menos si se trata de un país con arsenal nuclear, con una población resignada o, peor, sumida en la desinformación a causa del monopolio estatal de los medios. Y liderado, como se ve, por una persona que no conoce de frenos ni de contrapesos, cuyas decisiones, desde las más inofensivas hasta la de usar una bomba atómica, solo tienen como filtros los que pueda haber en su propia conciencia.

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