Resulta triste, por decir lo menos, que una celebración termine en tragedia: la que sucedió este fin de semana en la tradicional corraleja en una plaza de toros de El Espinal, en el departamento del Tolima, durante las fiestas de San Pedro y San Juan, es un recordatorio de que no se están tomando suficientes medidas para cuidar a los asistentes y sigue hablándose de víctimas al final de estos eventos. La escena del domingo pasado es escalofriante: una tribuna de tres pisos, repleta de gente, se derrumba como si estuviera sucediendo un terremoto, y 250 personas quedan heridas y cuatro más –entre ellos un niño– mueren de un momento a otro. Se habla, además, de varios cuerpos sin identificar.
El presidente Iván Duque lamentó lo sucedido, se solidarizó con las víctimas y anunció que su gobierno pedirá una investigación de los hechos. El presidente electo Gustavo Petro deseó la recuperación de los heridos, recordó el desplome de los palcos en Sincelejo en 1980 y pidió a las alcaldías “no autorizar más espectáculos con la muerte de personas o animales”. Se revivió entonces, por supuesto, el pulso que se ha estado viviendo en las últimas décadas entre los defensores de los animales y los organizadores de las corridas. Por un lado, se denunció la barbarie, se recordó la ley contra el maltrato animal y se llamó al respeto por la vida. Por el otro, se habló de tradiciones, de culturas y de fiestas que han sido consideradas patrimonio cultural de la nación.
Más allá del debate, quedó claro que mientras las corralejas sigan siendo celebradas no solo es indispensable que se tengan en cuenta los llamados de la ley a proteger a los animales de los dolores que puedan causarles los humanos, sino que resulta fundamental que los aficionados a esta clase de ferias tengan en cuenta su propia seguridad –y la de sus niños– y sean protegidos por los organizadores. Es muy doloroso lo sucedido. Y lo único que queda por hacer es reflexionar sobre cómo evitar que se repita.
EDITORIAL