El feminicidio en Colombia es una impresionante tragedia que crece a la vista de todos. El informe del domingo pasado en este diario es un registro doloroso y vergonzante para cualquier sociedad. Suena, de hecho, increíble que en pleno Día de la Madre se presenten muertes de mujeres a manos de sus exparejas por razones de género. Es decir, por el hecho de ser mujeres, por un machismo tóxico. Así de simple y así de absurdo.
Hay casos mediáticos como el asesinato de Érika Aponte, de 26 años, quien perdió la vida a manos de su expareja, Christian Rincón Díaz, que la asesinó con un arma de fuego en el centro comercial Unicentro y luego se quitó la vida. Ya se sabe que ella lo había denunciado y que tenía, supuestamente, medidas de protección. De la peor forma quedó en evidencia que esta herramienta, tal y como hoy está concebida, es inane, un inútil formalismo burocrático que quizás sirva para tranquilizar pasajeramente algunas conciencias, no más. Ese mismo día –el de las madres– fue asesinada Merly Andrea Rengifo, de 33 años, en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita (Boyacá), cuando visitaba a su novio, Efraín Sarmiento, quien paga allí una condena por feminicidio. Increíble.
Y es más asombroso cuando vemos que unos feminicidios hacen pasar inadvertidos otros, como los de Eliza Ascuntar Quiroz, de 52 años, en Orito (Putumayo), y Carmen Rodríguez Retamozo, de 43, en Santa Marta, ese mismo día. Todas ellas madres, que dejan huérfanos, dolor e indignación. Perdieron la vida en circunstancias que hablan del fracaso de una sociedad y de un Estado para transformar un machismo heredado y ancestral, pero no por ello menos letal.
Hay que desentrañar el machismo con sus múltiples raíces patriarcales, incluso aquellas que se han naturalizado.
La cifra es escalofriante. Entre el 1.º de enero y el 14 de mayo de este año, por razones de género, según la Fundación Feminicidios Colombia, han sido asesinadas 114 mujeres. Estamos tan mal que, inclusive, las cifras varían. El observatorio Colombiano de Feminicidio habla de 133 en ese mismo período, y para la Fiscalía solo hay 64 víctimas. Sin olvidar que hay diversas clases de violencias de género: la sexual, psicológica, física, el acoso y otras más.
Desde luego, se requiere prevención del delito. Primero, de las autoridades, siendo ágiles y atendiendo las denuncias con una perspectiva de género que apenas si se asoma hoy. Pero también de todos, como dicen algunos expertos. De las familias, de los entornos, sean ellos empresariales o sociales. Como lo afirma el defensor del Pueblo, Carlos Camargo, es importante fortalecer los mecanismos de detección del riesgo. También es necesario consolidar el asesoramiento jurídico. Que todo ello no sea solo en las ciudades, sino en lo rural. Claro, se necesita justicia, que se aplique con severidad y sin dilación, porque la impunidad bordea cifras de más del 80 por ciento en todas las violencias.
Y reiterar la necesidad de una transformación cultural, que no es de un día para otro. Desentrañar el machismo con sus múltiples raíces patriarcales, incluso aquellas que se han naturalizado y parecen inofensivas y tolerables. Enfrentar este delito debe ser una política de Estado. Por lo pronto, se requiere un compromiso de todos, autoridades y sociedad, de no callar, de no cerrar los ojos ni los oídos, de tolerancia cero a la violencia contra la mujer. Ni un feminicidio más debe ser el propósito.
EDITORIAL