Ante los asistentes a la manifestación convocada a través de sus redes sociales para respaldar los proyectos de reformas de salud, laboral y pensional, el presidente Gustavo Petro dio el martes un discurso que generaba expectativa. En un cuadro inusual, el mandatario salió al balcón de la casa presidencial, desde el cual se puede divisar el Capitolio, para recibir a quienes marcharon desde el parque Nacional de forma pacífica.
Como era lo esperado, Petro defendió una de sus iniciativas bandera, la reforma de la salud, que el lunes fue radicada ante la Cámara de Representantes. Pero lo hizo de una manera que, más allá de la defensa legítima y necesaria de sus propuestas, sembró preocupaciones. Los ingredientes de desafío, además de las expresiones polarizantes y estigmatizantes, marcaron una intervención que, además, se hizo en un tono propio de quien busca una victoria electoral, y no de quien ocupa la primera magistratura.
El Presidente de la República es una figura que sin renunciar, ni mucho menos, a su visión del orden social tiene el deber constitucional de convocar a la unidad, de tender puentes entre sectores con visiones opuestas. Le corresponde también, en todo momento, demostrar conocimiento y respeto de las bases del Estado de derecho y del rol que en nuestro sistema desempeñan las demás ramas del poder. En este caso, la Legislativa. No le hace ningún bien a la democracia amedrentar al Congreso con la presión popular si este, autónomo y legítimo, modifica o rechaza la mencionada reforma.
Petro tiene el derecho y la legitimidad para sacar adelante sus promesas de campaña, pero debe buscar los escenarios adecuados.
El mandatario pone así al Parlamento entre la espada y la pared, desconociendo de tajo el debate de carácter político y técnico que debe surtir el proyecto en Senado y Cámara. El Congreso, además, está llamado a enriquecerlo con puntos de vista de quienes representan a sectores de la sociedad diferentes a los que irrestrictamente lo apoyan.
Y lo anterior es lamentable, habida cuenta de cómo en los primeros meses de su mandato Gustavo Petro había logrado no solo conformar un gabinete diverso, una coalición también con distintas fuerzas en el Congreso, sino llevar a cabo importantes acercamientos con figuras de la oposición, comenzando por el expresidente Álvaro Uribe. Todo esto había conseguido disminuir el ambiente de polarización y pugnacidad que en la contienda electoral alcanzó un punto tan alto como preocupante.
En suma, no le queda bien al jefe de Estado salir al balcón del palacio presidencial a enviar un mensaje que polariza más al país. Lo que la coyuntura exige y lo que se espera de quien ocupa su cargo es todo lo contrario. El estilo retórico y desafiante del martes frente a quienes no coinciden con sus puntos de vista es inapropiado y altamente riesgoso. El mandatario tiene el derecho y la legitimidad para sacar adelante sus promesas de campaña. Finalmente fue el ganador, pero eso implica gobernar de manera incluyente para todos. Para ello debe exponer sus ideas a fin de que se conozcan, pero a sabiendas de que debe buscar los escenarios institucionales para que estas sean debatidas e, incluso, modificadas, en lugar de jugarse la carta de la movilización callejera, que amenaza seriamente con socavar nuestra democracia. Los presidentes deben procurar ser la convergencia de su país, no su fractura.
EDITORIAL