La diplomacia latinoamericana afronta un inusitado momento de tensión. La decisión del presidente de Ecuador, Daniel Noboa, de ordenarle a la policía irrumpir en la embajada de México en Quito para capturar al exvicepresidente de ese país Jorge Glas marca un muy grave precedente, en una coyuntura signada por la crispación en las relaciones entre los países de la región.
Y una cosa es la situación judicial de Glas, ya condenado por cohecho y asociación ilícita –y ahora procesado por peculado por su papel en la istración de millonarios recursos destinados a la reconstrucción de las zonas de Ecuador afectadas por un terremoto ocurrido en 2016–, y otra, el respeto, aun en situaciones que podrían llamarse límite como estas, a la convención de Caracas de 1954 sobre asilo diplomático. También a uno de los pilares fundamentales de la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas, la cual es clara en que los territorios en los que se ubican las sedes diplomáticas son territorio del país titular de estas.
Muchas dudas existen sobre el proceder de Glas, quien ya estuvo en prisión pagando la pena de 14 años a la que fue condenado por los dos delitos mencionados. Ha estado en el centro de los cuestionamientos que se le han hecho a Rafael Correa por presuntos malos manejos de dineros públicos.
Glas ha sido el fiel escudero del expresidente, hoy asilado en Bélgica luego de ser declarado culpable por el delito de cohecho agravado, en un proceso que el exmandatario ha calificado de persecución política. Lo mismo ha dicho Glas con respecto a su situación. Es válido, incluso, cuestionar que Glas haya recurrido a la búsqueda de asilo cuando el delito por el que era procesado en principio no estaba revestido de ninguna connotación política.
Ecuador debe saber que con esta manera de proceder sienta precedentes que bien pueden convertirse rápidamente en polvorines
Pero todo lo anterior no justifica el proceder de Noboa. Que significa cruzar una línea roja en un momento de mucha tensión en el que son justamente esas líneas rojas las que permiten que los diferentes roces entre mandatarios no escalen para perjuicio de la gente. Un ejemplo claro fue el episodio reciente entre los presidentes de Colombia y Argentina, en el que los canales diplomáticos permitieron desactivar una crisis que hubiese podido tener un impacto para los ciudadanos de ambos países. Los cauces de la alta diplomacia son el camino. Ecuador debe saber que con esta manera de proceder termina sentando precedentes que bien pueden convertirse rápidamente en polvorines. De hecho, México ha roto relaciones con Quito.
En este delicado incidente, el llamado es para que el episodio no escale a tonos de beligerancia y en cambio sea una oportunidad para que la diplomacia demuestre toda su valía. Los demás países de la región, a instancias de la OEA y otros foros, antes que atizar el conflicto deben constituir sin demora un frente común para desactivar una crisis con potencial de escalar, recordarle con firmeza a Ecuador su deber de respetar los tratados internacionales y de esta forma enviarle a la ciudadanía de la región un mensaje adecuado en un momento en el que urgen señales de serenidad y ponderación.
EDITORIAL