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Respeto absoluto y la máxima consideración merecen las 629 niñas del municipio de Carmen de Bolívar que desde mayo del 2014 comenzaron a presentar síntomas de severidad variable, que la comunidad de inmediato relacionó con un hecho para muchas de ellas común: haber sido vacunadas contra el virus de papiloma humano (VPH).
Y ello empieza por tener certeza sobre las verdaderas causas que dieron origen a esta situación en un contexto de análisis, interpretación y soluciones rigurosas, que desborden la mediatización de los episodios, la intromisión de intereses indebidos y la inveterada mala información de la cual muchos pretenden sacar provecho.
Y es que aunque el Instituto Nacional de Salud (INS), en enero del 2015 —después de una investigación puntual—, demostró que la vacuna contra el VPH no tenía ninguna relación con las manifestaciones clínicas de las niñas, muchas voces persistieron en culpar al biológico de estos hechos y otros más graves, en un escenario en donde lo único que ha faltado es el sentido común.
Pero el asunto no ha parado ahí; por el contrario, ha desbarrancado de manera peligrosa una excelente política de salud pública cuyo fundamento es la aplicación de la vacuna contra el VPH como una herramienta fundamental para prevenir el cáncer de cuello uterino, que al año acaba con la vida de más de 2.300 mujeres.
Hoy, en medio del temor avivado por la ignorancia y la mala información, las coberturas de vacunación en este campo son sensiblemente bajas.
Es necesario ahora retomar la estrategia de vacunación para todas las mujeres entre los 9 y los 22 años para recuperar el terreno perdido.
Por eso hay que tomar en serio las conclusiones de la revisión científica más grande efectuada hasta la fecha en este campo, dadas a conocer esta semana, las cuales ratifican desde el plano científico que la vacuna contra el VPH es absolutamente segura y sí evita las lesiones premalignas que originan los tumores mortales. Hallazgos que tienen el respaldo de una organización tan rigurosa como Cochrane.
En este sentido, retomar la estrategia de vacunación para todas las mujeres entre los 9 y los 22 años, soportada en sólidos pilares de educación e información suficientes para toda la comunidad, es un imperativo inaplazable si se quiere recuperar el terreno que hoy ocupan el temor y las campañas desestructuradas contra la vacunación en general y que ya comienzan a hacer estragos en otras latitudes.
La gente tiene que ser la receptora de estos conocimientos para apoderarse de ellos de manera amigable y propositiva. Vacunar contra estas enfermedades no debe ser una imposición, sino la acción voluntaria que resulta de la adecuada ilustración.
Las jornadas de vacunación no tienen que ser de ningún modo la disposición suficiente de los biológicos, insumos y jeringas, sino que han de estar dotadas, sobre todo, de la pedagogía seductora cuyo objetivo es el bienestar individual y colectivo.
Convertir —al tenor de estos buenos resultados— la vacuna contra el VPH en un aliado es objetivo de todos, y que las niñas de El Carmen de Bolívar sean foco de máxima atención constituye una responsabilidad del Estado, el cual debe llegarles con algo más que una vacuna de última tecnología.