Hay que celebrar que el infame secuestro de Luis Manuel Díaz, que mantuvo en vilo e indignó al país, haya tenido un desenlace afortunado.
La pesadilla terminó ayer con la entrega de Díaz a una comisión humanitaria compuesta por representantes de la Defensoría del Pueblo, la Misión de Verificación de las Naciones Unidas, la Conferencia Episcopal y la Cruz Roja en Valledupar. Una vez en libertad, Díaz pudo volver a abrazar a sus familiares y amigos en Barrancas y comunicarse con su hijo, quien se espera que pronto esté en el país para conformar la Selección Colombia que disputará los partidos contra Brasil y Paraguay en la eliminatoria para la Copa del Mundo 2026.
Pasada esta página, hay que ser enfáticos en que este episodio tiene que marcar un antes y un después en la mesa de negociación con este grupo armado. Si ya se había insistido en que era fundamental un compromiso de los hombres de ‘Gabino’ de no secuestrar más, propósito que fue acogido a medias y que, como quedó bastante claro, no se cumplió, ahora este tiene que ser un requisito inamovible. En tal sentido, la posición fijada por la delegación del Gobierno en la mesa de diálogos, a través de un comunicado, exigiendo no solo que cese esta práctica sino que se libere la totalidad de secuestrados que hoy tiene en su poder el Eln, es oportuna y necesaria. Hay que reconocer también que la delegación gubernamental señaló a su contraparte como responsable del plagio desde el primer momento y exigió que el padre del futbolista del Liverpool fuera liberado inmediatamente.
Es la única manera de salvar un proceso de paz que con este infame hecho que consternó al país entero sufrió un muy duro golpe.
Por más que el anhelo sea que esta guerrilla entregue sus armas, este deseo no se puede sobreponer a la realidad de lo que el secuestro de Manuel Díaz significa para el proceso. Que el Eln tenga la entereza para reconocer que este acto fue de extrema gravedad es fundamental para reconstruir la confianza y seguir avanzando. Si antes del hecho ya había muchos reflectores sobre la negociación, la presión de la opinión ahora se triplica. No hay margen alguno para una nueva burla, para un nuevo episodio que, como este, les dé la razón a quienes dudan de que esta guerrilla tenga alguna intención de dejar las armas y regresar a la civilidad.
Por eso, lo único aceptable es que el Eln libere, como ya lo decíamos, a los 30 secuestrados que tiene en su poder y que se comprometa, sin matices, sin ambages, con un cese del fuego real y verificable. Es la única manera de salvar el proceso. Que el nuevo cese tenga un impacto real en la tranquilidad de los colombianos que hoy siguen padeciendo el accionar delictivo de esta guerrilla, que no ha correspondido a la mano tendida que el Gobierno le ha ofrecido.
“Es insostenible argumentar, desde un punto de vista ético, que comerciar con seres humanos es lícito, aun bajo condiciones de conflicto armado”, han expresado, con acierto, los negociadores del Gobierno en el comunicado de ayer. Le llegó la hora al Eln de dejar claro si le interesan la paz y el respeto a los derechos humanos o si lo suyo es la codicia insaciable del crimen organizado que destruye el ambiente y obliga a los civiles a vivir bajo constante temor.
EDITORIAL