Un infame atentado que se cobró la vida de dos soldados y dejó heridos a otros 26 que permanecían en una base militar de Puerto Jordán, Arauca, revivió la necesaria discusión sobre si vale la pena para el país continuar el proceso de paz con el Eln, organización responsable del ataque del martes pasado.
Declaraciones iniciales del presidente Gustavo Petro y de altos funcionarios del Gobierno como el ministro del interior, Juan Fernando Cristo, no solo condenaron el ataque sino que dieron a entender que este acto brutal ponía punto final al proceso. No obstante, con el transcurrir de las horas aumentó la duda respecto a si el Ejecutivo había, en efecto, tomado esta decisión.
Varios trinos presidenciales después, que tuvieron respuesta de alias Antonio García, parecen apuntar a que el mandatario aún confía en que se pueda retomar la negociación: no en vano se trata de un pilar fundamental de su política de ‘paz total’.
De cara a la actual situación, cuando es factible que en algún momento las conversaciones de paz se reanuden, es necesario ser claros en la necesidad de que el Gobierno revise su estrategia: es un error craso renunciar a la ventaja estratégica, pues tal forma de proceder conduce irremediablemente a una postura de debilidad en la mesa. Si la decisión es seguir adelante con los diálogos, el Gobierno debe asumir con rigor el reto de lograr una superioridad militar en el terreno, que se traduzca en tranquilidad para la población civil de las zonas donde el Eln hace presencia. No puede ser otro el camino: lo dictan el sentido común de cualquier negociación de este tipo y la propia Constitución, que obliga al Estado a salvaguardar la vida, honra y bienes de la gente.
Hay que recordar que este guerrilla les ha dado la espalda de forma sistemática a los múltiples ofrecimientos del Estado para hacer la paz.
Aquí es donde sirven las lecciones del proceso de paz con las Farc: gracias a que la Fuerza Pública puso en serios aprietos a la antigua guerrilla, el proceso de La Habana terminó en la firma de un acuerdo. Cualquier otro escenario puede permitir fácilmente, como ya está ocurriendo, que esa guerrilla utilice la mesa de diálogo en función de su lucha armada y no de lograr un acuerdo que conduzca al abandono definitivo de esta. Hay que reiterar que, tal y como se ha llevado a cabo este proceso, los resultados han sido nulos. Al contrario, se ha visto cómo este grupo se ha fortalecido en territorios donde es azote de la población. Cabe recordar las frecuentes violaciones de los ‘elenos’ al cese del fuego –se denunciaron 45– pactado en la mesa, mientras la Fuerza Pública tuvo a bien respetarlo.
La paz y el diálogo siempre serán preferibles a la guerra, en eso hay total coincidencia con lo dicho por el Presidente y sus allegados. Los intentos por lograr una solución negociada son loables. Pero esta –más con una guerrilla que sistemáticamente les ha dado la espalda a las oportunidades que le ha brindado el Estado de tener un espacio en la vida civil y en la arena política– no puede hacerse de cualquier modo ni lograrse a cualquier precio, como por momentos pareciera ser el mensaje que envía el Gobierno. Una paz mal hecha no solo atenta contra el interés general y el bienestar de cientos de comunidades, sino que sentaría un precedente nefasto de cara a los restantes frentes de negociación. Y el Eln tiene que dar muestras claras de su voluntad de reconciliación.