Entre la multitud, una joven golpea su cacerola. A su lado, otra mujer levanta una foto con el rostro de
Dilan Cruz. Ambas gritan: “Resistencia, resistencia, resistencia” mientras miran a un muchacho que se sube a la estatua de Simón Bolívar y le pone la bandera de Colombia de capa, amarrada al cuello.
Imágenes similares se repiten días después en la carrera 7.ª, también en
Bogotá. Con los rostros iluminados por el sol, entre cantos y consignas,
una romería agita el tricolor, carteles con toda clase de reivindicaciones sociales, títeres y tapas de cocina, ollas, sartenes y olletas abolladas ya por días y días de incesante golpeteo en las intensas noches de unos cacerolazos sin precedentes. De repente, el cielo se nubla y se viene el chaparrón. Nadie se marcha. Empapados hasta los huesos, gritan con más fuerza.
Según Mapchecking, una herramienta que permite calcular el número de asistentes a las manifestaciones,
en la capital el domingo anterior hubo 438.000 personas en el Concierto por Colombia. Las cifras de la Policía dicen que hubo 45.000. Pero al margen de esta controversia,
lo que nadie discute es que se ha vivido unas movilizaciones sociales sin precedentes, y en su gran mayoría pacíficas, que ya casi completan un mes.El cantante Mario Muñoz, líder de Doctor Krápula, uno de los organizadores del concierto, calificó el hecho de “histórico” para “la política del país”. “La gente salió a la calle a cambiar esta situación”, dijo.
Lo que describe representa una nueva forma de expresión global y que llegó al país en este 2019 para tomarse la agenda de discusión pública: la protesta social en avenidas y parques. Romerías de inconformes se apropiaron del asfalto en distintos puntos del planeta y que estudiosos bautizaron como el ‘otoño mundial’.
De Hong Kong a
Chile, pasando por Argelia, Bolivia, Pakistán, Francia, Honduras y Haití, hasta Ecuador, Irán y Sudán, multitudes gritaron al unísono su inconformidad. En cinco casos, la presión popular en este 2019 provocó la caída de sendos gobiernos.
“Nosotros no queremos que Duque se caiga, sino que cumpla sus compromisos en educación”, dice la estudiante Jennifer Pedraza, líder de uno de los movimientos más activos en la protesta callejera este año.
Además de su indignación, a Muñoz y Pedraza los une el hecho de pertenecer a la clase media. Según el Dane, desde 2015, y por primera vez, la cantidad de personas que están en ese grupo supera la de los pobres: 32 contra 27 por ciento.
“Colombia es un caso de éxito en materia de desarrollo humano”, dice Luis Felipe López, director para América Latina del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), al explicar los avances en el país en salud, educación y desigualdad.
¿No es una contradicción el auge de las protestas cuando los indicadores muestran que Colombia está mejor que ayer? “Para nada”, dice Aurelio Suárez. “Ese es el meollo del asunto. La gente tiene miedo de perder lo que ha ganado. Protesta porque no quiere volver a caer”, argumenta el economista y analista político.
Pero ¿quiénes son los indignados? “Están los jóvenes de clase media o media alta, que marchan porque están vivos, porque creen en cosas como el medioambiente o los derechos de la mujer o los cupos en las universidades”, resume Hernando Gómez Buendía, director de ‘Razón Pública’.
“El clamor en la calle es por un más equitativo a las oportunidades y por un trato más igualitario”, sentencia la analista Sandra Borda Guzmán.
Y, claro, también está un segmento importante de la población que ve con incertidumbre el complejo tema de las pensiones. Fue conmovedor, por ejemplo, ver en las múltiples noches de cacerolazos –en Bogotá y otras ciudades del país– a personas de la tercera edad, muchos de ellos en piyama, echándose a la calle en contra de las políticas sociales. O a los artistas de música culta organizando el llamado cacerolazo sinfónico, o a los de música popular del Concierto por Colombia.
El clamor en la calle es por un más equitativo a las oportunidades y por un trato más igualitario
¿El Gobierno está preparado para interpretar este clamor? “El Centro Democrático y sus dos figuras de mayor peso político, el expresidente Álvaro Uribe y el presidente Iván Duque, construyeron su éxito en un relato que giraba en torno a la inseguridad, al terror a las Farc; con el acuerdo de paz, eso quedó atrás”, dice Ariel Ávila, de la Fundación Paz y Reconciliación. “Hoy vivimos otro momento, y eso en Palacio y su círculo de poder les ha costado entenderlo”.
El reto de Duque es conectar con ese segmento de la población que hoy es el motor de las protestas. Un desafío enorme. Según una encuesta de YanHaas, del 2 de este mes, la desaprobación del mandatario entre los colombianos de 18 a 24 años es del 89 por ciento. “El presidente más joven de la historia es el más desconectado de los jóvenes”, subraya el analista Héctor Riveros.
¿Cómo hará Duque para tender puentes con esta generación que exige una sociedad con más oportunidades, más justa y que cambió la agenda política del país al mantener vivo el paro nacional del jueves 21 de noviembre, con el paro nacional?
Las posiciones, por ahora, son distantes. No de ahora, sino desde el día de la posesión de Duque. De ese 7 de agosto de 2018 acá ha habido, en promedio, una protesta social cada dos días. De los 495 días que lleva como presidente, ha tenido marchas y paros en 239.
Los más sonoros, el paro estudiantil de finales del año pasado y el de los indígenas, de inicios de este. En los dos, la estrategia de Palacio fue evitar un encuentro entre los líderes de la protesta y el Presidente. Con esos gestos, Duque se labró la imagen de no escuchar a tiempo a la gente. “Acosado por los problemas, el nuevo presidente de Colombia muestra poco sentido de la dirección”, escribió la prestigiosa ‘The Economist’.
Pero, entre grito y grito, los indignados han logrado darle un viraje a la agenda gubernamental. “El Presidente, después del 21 de noviembre, entendió que esta sociedad cambió, que la política cambió y que había que interconectar las realidades diversas que se expresaban ese día”, dice Diego Molano, director del Departamento istrativo de la Presidencia y coordinador de la ‘Gran conversación nacional’, la estrategia diseñada por Duque para escuchar a todos los sectores a raíz de las protestas.
A estas alturas, los indignados parecen desbordar la vocería del Comité Nacional del Paro –conformado por centrales obreras, sindicatos y el movimiento estudiantil, principalmente–. Eso explicaría el nivel de aceptación de sus acciones. Una encuesta del Centro Nacional de Consultoría (CNC) mostró que el 55 % de la gente “tiene una imagen favorable del paro” y el 71 % lo ve como una “esperanza” para que el Gobierno atienda “los reclamos” de la gente.
De ahí que si bien el Comité puede firmar un acuerdo con el Presidente, varios analistas consultados por este diario coinciden en pronosticar que grupos de indignados seguirán haciendo sentir su voz en el 2020.
Pero hay en el horizonte varios desafíos para esta expresión social. Los indignados carecen de un liderazgo único que pueda servir de interlocutor con el Gobierno. Y la gente que está en la calle poco quiere saber de los partidos políticos, de sus dirigentes, del Congreso. Hasta ahora, todos los líderes políticos que se han acercado a tomar su vocería han sido vetados en mayor o menor medida.
Así las cosas, el asunto ya no es solo los puntos que exigen quienes convocaron el paro, sino un hecho de otra dimensión: ¿quién podrá satisfacer a los indignados? La respuesta es muy difícil. “La salida de esta situación pasa por el diálogo social”, reconoce la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez.
Entre tanto, hasta ahora ha habido mucha paciencia entre quienes sufren las incomodidades provocadas por las acciones de los indignados. ¿Eso descarta que entre, por ejemplo, los pasajeros de los buses de TransMilenio la molestia crezca hasta indignarse contra los indignados?
Lo que sí es una certeza es que quienes salieron a la calle con sus cacerolas y carteles provocaron un movimiento de gran repercusión en este 2019. Por eso, para EL TIEMPO, los indignados son el personaje del año.
ARMANDO NEIRA
Editor de política de EL TIEMPO