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Gonzalo Sánchez.

Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO

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Partidos Políticos

'Una derecha que le apunte al fracaso del cambio termina hundiéndose a sí misma': Gonzalo Sánchez

El exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica habló sobre los desafíos futuros del país.

Diego Arias Torres
La trayectoria del profesor Gonzalo Sánchez es extensa y notable. Abarca estudios e investigaciones sobre la violencia y el conflicto pero también aportes significativos a la construcción de paz. Lo hace desde su diversa experiencia y entendimientos de la paz, los conflictos y la condición humana, siendo filósofo, historiador, abogado y escritor y sobre todo, como un colombiano comprometido con el país.
Destacan de entre esos compromisos, muy especialmente, el haber dirigido entre 2011 y 2018 (período Gobierno de Juan Manuel Santos) el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y la coordinación del equipo que produjo el Informe “Basta Ya”, como destacado logro para comprender el conflicto colombiano.
En este diálogo con EL TIEMPO aporta luces a la compresión del momento presente y los desafíos futuros.
Gonzalo Sánchez.

Gonzalo Sánchez.

Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO

¿Estamos en presencia de un nuevo ciclo de violencia como algunos sugieren

En realidad no hemos salido de los ciclos anteriores. Los viejos ciclos están encapsulados en contextos totalmente diferentes y se van volviendo cada vez más anacrónicos e insolubles.

Luego de varios procesos de paz, relativamente exitosos la mayoría, no llegamos al posconflicto. ¿En qué estamos fallando?

En que hemos intentado transformar los conflictos, pero sin transformar la sociedad.

Son pendientes que luego pasan factura…

Y nos acostumbramos a normalizar la violencia, a negociar nuestras cotidianidades con ella. Lo cual a veces no afecta tanto los negocios, pero para las comunidades campesinas e indígenas tiene costos enormes. Están perdiendo hasta la capacidad de rebelarse contra esos Leviatanes criollos, llámense Clan del Golfo, Cartel de Sinaloa, o guerrilla, que configuran lo que se ha dado en llamar “gobernanzas armadas territoriales”.

Para las comunidades, la violencia de unos y otros se volvió indiscernible. Lo poco de insurgencia que queda navega en aguas turbias. El caso extremo es el Cauca, territorio mártir de todos los apetitos guerreros, no para mejorar las condiciones de la población, sino para doblegarla a su codicia por las rentas y las rutas del crimen.​

Usted ha planteado que hemos transitado de un conflicto Estado-insurgencias, a un conflicto multidimensional. ¿Qué lo caracteriza?

Que hoy se entrecruzan dos lógicas: la de la lucha por el poder político, nacional o local, con la lógica de la lucha por la ganancia, por el negocio de la guerra. Con creciente preponderancia de la segunda.

Por eso el cierre del ciclo guerrillero, que proclamamos en el 2016, está todavía inconcluso. No solo subsisten remanentes de las antiguas FARC bajo distintas denominaciones, con distintas pretensiones y distintas representaciones o justificaciones de su permanencia por fuera de la institucionalidad, sino que se han acrecentado otras expresiones de violencia que vienen también desde décadas atrás.

La cuestión, creo yo, es que el país compró el argumento de la derecha de que el problema eran las FARC. Y que derrotarlas política o militarmente resolvía todo. Y se negoció con ellas y la violencia siguió. Hoy nos resulta evidente que la violencia no era solo las FARC, o sus relevos.

Pero en la mesa se pusieron temas de alcance nacional, más allá de las FARC…

De acuerdo. Hubo esfuerzos para poner sobre la mesa temas de sociedad, como el problema agrario, la participación política, las drogas ilícitas. En ese sentido los Acuerdos de la Habana sentaron bases decisivas para continuar la tarea democratizadora de la Constitución Nacional de 1991, aunque ni el conflicto armado en su diversidad, ni el país en su conflictividad social tuvieron cabida enteramente en lo negociado.

La consigna-programa Paz Total trata de dar cuenta ahora de esa realidad. La de que los pendientes de Colombia van más allá del “asunto FARC” y pasan por un entramado de carencias y reclamos sociales no resueltos. 

¿Y cómo relacionaría usted los dos procesos?

El cumplimiento integral de los Acuerdos de la Habana es la primera cuota de la Paz Total. Tiene que haber un vínculo orgánico entre los dos procesos. Por fortuna el Plan Nacional de Desarrollo destinó presupuestos generosos para la implementación del punto 1, la reforma rural y la entrega de tierras a campesinos.

Pero la Paz Total encontró tropiezos jurídicos desde el principio. Eso contó mucho.
Pero el meollo está en el momento previo: la voluntad o las indecisiones de los actores armados por la opción de abandono de la lucha armada y su tránsito a la lucha democrática por la transformación de la sociedad. Este gobierno constituye una ventana de oportunidad para ellos arriesgarse a retomar el camino de la política sin armas.

¿Qué ha cambiado en el panorama como oportunidad?

Se juntaron dos ilusiones: la del fin del conflicto armado y la de un primer gobierno de izquierda. A diferencia de décadas precedentes en las que el argumento para la indecisión era la falta de voluntad del gobierno para negociar, la situación se invirtió.

La pregunta hoy es qué tanta voluntad y decisión tienen los actores armados para negociar. Pero también ha habido resistencias de importantes sectores de la sociedad. Nos movemos en una tensión crítica de doble signo. La persistencia de desencuentros considerables con el país del No del Plebiscito, por un lado, y por el otro, el hecho de que el Estado y la sociedad siguen en deuda con el país del Estallido Social.

¿Cómo salir de esos desencuentros?

No hay otro camino que impulsar un gran Pacto Social Democrático, con dos rostros. El primero, frente a los actores armados, se llama Paz Total o Paz Grande, como la denominó la Comisión de la Verdad. Es una dimensión con cierto aire de utopía realizable e irrenunciable.

La segunda dimensión de ese Pacto Social, ya no frente a los actores armados sino frente al país, es la Agenda del Cambio que consistiría en sacar adelante consensuadamente las reformas pendientes que cursan en el Congreso. Estas reformas darían sustrato material a la Paz Total, y de contera fortalecerían la capacidad negociadora del Estado frente a los grupos armados.

Hay una complementariedad estructurante entre la mesa de negociaciones, y la tarea parlamentaria con su agenda reformista. Son tareas de país, de sociedad, no sólo de gobierno. Ojalá lo entendieran así las distintas fuerzas políticas.

¿Qué riesgos hay si esa dupla, Pacto y reformas no funciona?

El país oscila peligrosamente hoy entre la ilusión y la frustración, la esperanza y el miedo. Aprendamos de nuestra historia. Una Colombia frustrada fue la que se levantó el 9 de abril de 1948, y una sociedad excluida fue la que se hizo sentir en el Estallido Social de 2021. El reclamo que las enlaza se puede resumir en una frase: nos levantamos "para que nos tengan en cuenta".

​Una derecha que le apunte al fracaso del cambio termina hundiéndose a sí misma.
El presidente Gustavo Petro habló de "nacionalizar" la vía al Llano.

El presidente Gustavo Petro habló de "nacionalizar" la vía al Llano.

Foto:Jeffrey Arguedas. EFE

¿Insinúa un eterno retorno de nuestra conflictividad?

No. Quiero pensar más en las salidas. La conflictividad persiste, pero su contexto se ha modificado. Con Petro, se produjo una relegitimación de la protesta, una ampliación de la práctica democrática desde abajo, y se ha ensanchado el alcance del contrato social pendiente. Contra todas las vociferaciones de la oposición, Petro está cumpliendo una función potencialmente estabilizadora.

Y mire usted, a diferencia de Chile, donde hay una democratización social sin Constitución democrática, puesto que sigue vigente la de Pinochet, aquí tenemos una Constitución disponible para la expansión democrática, una Constitución-programa para una continuada deliberación pública. 

¿El Presidente es quien está poniendo la agenda del debate político?

Sin duda. El país está de alguna manera prisionero de la agenda de Petro: el debate gira en torno a sus programas: salud, pensiones, tierras, cambio climático...y no hay oposición con programas alternativos. El tema es quién realiza mejor la agenda de Petro. En cierto modo la oposición es tierra baldía, padece una gran orfandad de ideas. Es una oposición reactiva, con un programa negativo. Por eso Petro sigue capturando la escena política.

¿Dónde están los límites institucionales para la concreción de las reformas?

Más que insuficiencia institucional para transformar, lo que hay en el momento actual es una incapacidad del país político para decidirse a hacer lo que hay que hacer, no para beneficio del gobierno, sino del país: darle curso al paquete de reformas, itiendo que hay campos más divisivos que otros, como el de la salud, que exigen mucha conversación y flexibilización.

Si la agenda queda inconclusa, como parece, seguirá siendo la agenda política por años. La voluntad de cambio no tiene reversa. Petro gana si le aprueban, pero también gana si no le aprueban. Una agenda inconclusa dejaría un espacio político para un petrismo sin Petro, o más allá de Petro.

Otro camino, recalcitrante, que aflora con cierta recurrencia, es el de incentivar la rabia contra el Gobierno, o la sedición. Pero puede crecer también exponencialmente la indignación popular contra quienes sean percibidos como enemigos del cambio.

El remedio contra la rabia no es más rabia, sino más serenidad para pensar en los intereses de largo plazo del país.

La Paz Total parecía estar en la dirección correcta para cerrar, las múltiples dinámicas de violencia. A estas alturas… ¿se está haciendo evidente su inviabilidad? 

Se está haciendo evidente es la dificultad. Pero el reconocimiento de la dificultad no es argumento para renunciar a la tarea. Puede haber todas las controversias que se quiera sobre las metodologías, y el debate está abierto. Más aun, hay que estimularlo. Pero sería muy irresponsable con el país decir, “pasemos la página, la paz total no tiene futuro”. A la paz total hay que construirle futuro. Los tropiezos de la Paz Total no pueden dar lugar a vilezas electoreras.

En temas tan estratégicos la pérdida de perspectiva histórica nos puede llevar a conclusiones apresuradas: o bien a la mirada catastrofista del impaciente que quiere transformaciones repentinas de problemas estructurales, o a la mirada inocente que sueña con transiciones sin tropiezos ni reveses. Flexibilidad y perseverancia son dos atributos de cualquier pacto social.

Pocos ponen en duda la necesidad de profundas transformaciones, pero en todo caso democráticas, producto de consensos, no de imposiciones. ¿Ve jugado definitivamente al gobierno en el “todo o nada”?

El Presidente tiene que ayudar a mitigar el tremendismo, y contribuir más a la generación de un espíritu de conciliación nacional. Da peleas innecesarias y se inventa unas cuantas contraproducentes, como la retorcida de ir a denunciar al Consejo de Seguridad el incumplimiento de los Acuerdos de Paz.

Yo entiendo bien que hay una dosis no despreciable de oposición desleal. Pero también hay mucho disenso inherente al debate democrático, que hay que respetar y valorar y el presidente no lo puede tomar como ataque personal y responder compulsivamente. Su función histórica trasmutó, no es tanto debatir y demostrar, como lo hizo ejemplarmente en su condición de parlamentario. La tarea del presidente, por el contrario, es ejecutar o velar para que se ejecute, es el jefe del Ejecutivo. Distinguir funciones es un principio fundamental para la eficacia de las instituciones.

¿Un comentario final?

Hay que afrontar los problemas antes de que se tornen insolubles. La capacidad de expansión de los problemas acumulados es impredecible. Miremos el caso de Chile. El detonante del estallido social allí fue un aumento de 30 pesos en el pasaje del metro. Al otro día la consigna era: "no son 30 pesos, son 30 años."

No le carguemos al inmediato futuro del país más deudas de las ya acumuladas. Vivimos un mundo desencantado. Pero no es el momento de salir en estampida. Me gustaría invitar a la difícil tarea de seguir soñando.
DIEGO ARIAS TORRES

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