Para nadie que me conoce es un secreto que odio hacer ejercicio. He tratado con todo tipo de tácticas para cambiar y mejorar. He analizado el tema por años. ¿Qué es lo que me pasa? ¿Por qué no lo logro? He pasado por zumba, porque me encanta bailar; luego hice yoga, para acercarme más a Dios; intenté con entrenador personal, buscando no desanimarme; y ahora empecé a dar patadas y puños con kick boxing, para ver si eso es lo mío.
He pensado que la razón de peso por la cual no puedo ser consistente es porque no me quiero lo suficiente. Si no lo he logrado sabiendo que me va a ayudar con mi salud, con mi mente y hasta con mi espíritu, debe haber algo muy mal en mí. Pero después recapacito y me doy cuenta de que la causa soy yo. Esto es lo que hay. No pierdo la esperanza en mí misma y en que algún día encontraré ‘eso’ que me enganche o esa razón todopoderosa que me anime a cambiar; mientras tanto, me aceptaré como soy y seguiré ensayando sin darme más garrote.
Les confieso esta lucha interna porque me hace reflexionar sobre algo aún más profundo… Si no he sido capaz de cambiar una actitud mía de la cual soy consciente y he trabajado e interiorizado, ¡qué poquísima probabilidad tengo de cambiar a una tercera persona!
No creo que nadie se salve de querer cambiar a un ser amado (los hijos, los papás, la pareja) o incluso a un desconocido. Nos la pasamos pensando: “¿por qué hizo eso?”, “¿qué estaba pensando cuando me dijo aquello?”, y lo peor y menos constructivo, “¿por qué no puede ser más parecido a mí, actuar como lo hago yo, pensar como pienso yo, decir lo que diría yo?”.
¿Cuánta energía gastamos inútilmente, cuántas veces se nos rompe el corazón o nos enfadamos descomunalmente al querer que los demás vean la vida como nosotros la vemos, que amen como nosotros lo hacemos o que piensen como nosotros pensamos? Y aun cuando lo hagamos en miles de ocasiones sin resultado alguno, caemos y volvemos a caer.
El amor verdadero no es amar a un clon nuestro. La real tolerancia no es solo defender a los que piensan como uno. El verdadero respeto no es solo para nuestros secuaces. Antes de querer cambiar a los demás, ojalá hagamos la tarea de reflexionar sobre nosotros mismos. Porque aunque pataleemos y reneguemos, es lo único que realmente podemos cambiar.
Alexandra pumarejo