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¿Por qué más emociones y menos razones en época de elecciones?
Las pasiones fijan ideas políticas que, en el cerebro, activan áreas relacionadas con la identidad.
Las elecciones se cumplieron 2.942 mesas en 786 puestos de votación en ese departamento. Foto: EL TIEMPO
De hecho, de acuerdo con Angélica Mendieta, doctora en Sociología de la Universidad Autónoma de Puebla, en México, quien analizó este fenómeno en las elecciones de dicho país, para Aristóteles el gobierno de los mejores estaba reservado para quienes lograban dominar sus pasiones y gobernar en bien de la comunidad, independientemente de que el poder se ejerciera desde una monarquía o la aristocracia, en razón a que desde allí se proyectaban más las virtudes del mandatario que sus vicios y malas prácticas.
En contraste con las tiranías, las oligarquías y las anarquías, donde quienes mandaban ejercían sus tareas empujados por sus pasiones y perversiones y más en perjuicio de sus pueblos.
En este contexto, Mendieta insiste en que durante la Edad Media San Agustín y Santo Tomás definían como necesario controlar o anular las pasiones a través de la fe para que la gloria divina permitiera practicar un ejercicio justo del poder.
Todo esto hizo tránsito hasta que Nicolás Maquiavelo, dice la investigadora Mendieta, en un análisis de las pasiones humanas, presentó una construcción del edificio conceptual en las que las emociones se adueñaban del escenario político y justificaban el ejercicio irrestricto de la fuerza del Estado como interés primordial de la nación. No en vano Maquiavelo decía que “los hombres en general juzgan más por las apariencias que por la realidad”.
En esta evolución no hay que dejar de lado a Spinoza y Hobbes, que construyeron sus teorías sobre el reconocimiento de las emociones que cualifican a los humanos, con lo que plantearon establecer un equilibrio entre el poder y las diferentes fuerzas de una comunidad por medio de un contrato social que garantizara el bienestar a través de “buenas leyes y buenas armas en manos del Estado”.
El cerebro puede ser capaz de identificar como riesgosas opiniones contrarias a preceptos políticos arraigados, tanto que las puede relacionar con agresiones
Ya en el siglo XVIII, con el advenimiento de la razón como guía, las emociones dieron paso para que la racionalidad –en teoría– fortaleciera con todos sus matices la proyección del contrato social.
Eran los tiempos de Montesquieu, Rousseau y Locke, con lo que según Mendieta, la Ilustración permitió ocultar las pasiones, de las que, como la ‘loca de la casa’, todos se avergüenzan, pero nadie puede eliminar de la realidad cotidiana porque, de acuerdo con el psiquiatra Rodrigo Córdoba, es inherente al ser humano, sin lo cual es imposible comprender las expresiones de las personas y su relación con lo público.
Si bien el positivismo durante el siglo XIX fortaleció la postura de la razón por encima de las pasiones, ya en el siglo XX, según relata la investigadora, después de dos guerras mundiales, la conducta racional cayó bajo sospecha y resurgieron los componentes teóricos que reconocen las emociones y las pasiones políticas en una inexplorada complejidad de lo humano, tanto así que pensadores como Sigmund Freud, Erich Fromm, Michel Focault, entre otros, profundizaron en estos aspectos y plantearon una discusión que aún no termina sobre el papel que juegan las emociones en la definición del voto de los ciudadanos y sus motivaciones a la hora de elegir a sus gobernantes.
La mente política
Los anteriores, sumados a muchos otros elementos, han impulsado el análisis de los procesos cerebrales que entran en juego durante las elecciones, lo que ha permitido configurar lo que hoy se conoce como neuropolítica, que de entrada ratifica que las emociones son determinantes en estos procesos, al lado de las cuales la razón resulta menos relevante e incluso se proyecta como un factor que no define de manera sustancial las acciones de los individuos en los procesos democráticos.
Antonio Garrido, de la Universidad de Murcia, en su artículo ‘La mente política: neurociencia en las campañas electorales’ dice que los estudios de comportamiento político han descrito un vínculo –teórico y empírico– entre la baja institucionalización de los sistemas de partidos, la identificación de los mismos, los reducidos niveles de ilustración política y la vulnerabilidad de los electores, así como el efecto persuasivo de los mensajes enviados durante las campañas electorales. Esto en contraste con países con fuerte identidad partidista y mayor cultura política, en los que los procesos de comunicación durante las campañas provocan cambios menores dentro del electorado.
En ese sentido, Garrido llama la atención en que en democracias nuevas como las de América Latina, las fluctuaciones en la intención de voto “y las modificaciones de las cifras y porcentajes de aceptación en las encuestas son comunes en los momentos previos a las elecciones”.
Tecnología y Cerebro Foto:iStock
A partir de estos elementos, el autor identifica dos tipos de votantes que de igual forma responden de manera distinta en las encuestas: por un lado están los individuos que tienen buen conocimiento de los asuntos políticos, responden de manera rápida, segura y coherente, y otros, con ilustración limitada en este campo que presentan actitudes políticas erráticas y terminan respondiendo al azar o a partir de procesar la última información que reciben o la que consideran más pertinente en un contexto en el que se evidencian respuestas aleatorias o incoherencias.
Con estos elementos, a partir de la neurología, se han planteado algunas hipótesis para tratar de explicar estos comportamientos que en teoría encierran decisiones aparentemente muy importantes para la vida de todos, como es la elección de un presidente o de gobernantes de diferentes niveles.
Para empezar, se plantea que estos comportamientos están relacionados con las diferencias cognitivas propias de cualquier actividad que dejan entrever que los expertos tratan de llevar a la práctica una tarea que conocen a la perfección, mientras que los novatos dudan en el momento de ejercerlo, tanto que las imágenes cerebrales han mostrado patrones asombrosamente diferentes de activación neuronal entre una y otra.
De hecho, las tareas sobre las cuales no hay buena ilustración ni formación exigen esfuerzos cognitivos, activan la corteza prefrontal del cerebro, mientras que el conocimiento y la ilustración consolidadas se realizan con información que procede de estructuras cerebrales más de la corteza relacionadas con la memoria y con el lóbulo temporal.
Y si bien se podría creer que estas mismas manifestaciones se hacen presentes en los procesos políticos, esto no es del todo cierto. Para demostrarlo, Garrido referencia un experimento que agrupó por un lado a expertos y adictos de la política y por otro a novatos o personas con escasos conocimientos sobre estos temas, a quienes se les tomaron imágenes funcionales de su cerebro mientras se les mostraban fotografías con rostros de políticos y se les reproducían frases relacionadas con temas políticos de actualidad.
Esto permitió evidenciar que la activación de las áreas cerebrales con neuronas en espejo fue mucho más intensa en los expertos cuando eran sometidos a estas pruebas, mientras que estas áreas permanecieron prácticamente insensibles en los neófitos que registraban comportamientos neuronales similares al observar personajes políticos y no políticos.
Esto demuestra que la activación de estas áreas que pertenecen al ‘sistema del estado predeterminado’ no necesitaban mayor estímulo para entrar en acción, sino que recurrían a bancos de memoria, mientras que los novatos al escuchar las frases políticas tenían que activar partes de su corteza cerebral y consecuentemente cerraban ese sistema predeterminado, por lo que su comportamiento es completamente distinto.
Al tomar esto como base y describir los efectos de las campañas sobre los votantes se infiere que cuando hay conocimiento, la exposición a información prácticamente no tiene ninguna consecuencia sobre la orientación de voto.
El cerebro es capaz de identificar como riesgosas las opiniones contrarias a los preceptos políticos arraigados “tanto que se pueden relacionar como agresiones a la misma integridad física
A lo anterior se suma un estudio hecho por el Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad de California que demostró que las ideas políticas fuertemente arraigadas en el cerebro son difíciles de modificar, incluso frente a argumentos muy sólidos.
El análisis se realizó a través de resonancias magnéticas que identificaban las áreas que se activaban en el cerebro ante la presencia de información contraria a creencias específicas, y se encontró que tanto la amígdala cerebral como la corteza insular se activaban de manera significativa en este proceso, lo que permitió inferir que, por sus características, cuando estas dos estructuras entran en funcionamiento es porque el sujeto simplemente no cambiará su forma de pensar, esto en razón de que la corteza insular recibe y procesa información del estado interno del cuerpo y genera sentimientos y emociones, mientras que la amígdala, de acuerdo con Córdoba, detecta estímulos amenazantes o que se perciben como peligro para la integridad del individuo.
De ahí que se puede interpretar que el cerebro es capaz de identificar como riesgosas las opiniones contrarias a los preceptos políticos arraigados “tanto que se pueden relacionar como agresiones a la misma integridad física”, remata Córdoba, e insiste en que “esta es la razón por la cual las diferencias políticas pueden llevar a enfrentamientos y a rupturas que muchas veces se salen la interpretación lógica”.
También se ha demostrado que frente a ideas contrarias o cuestionamientos a posturas enraizadas se activa la red neuronal por defecto (RND), que es responsable en gran parte de la actividad mientras la mente está en reposo. Se trata de áreas que siempre están listas para reaccionar de forma concertada frente a un estímulo incluso inesperado, y se ha demostrado que estas áreas entran en funcionamiento para protegerse de pensamientos o de ideas que se consideran innegociables porque se asocian con la identidad íntima y el ideal del individuo, condiciones que pueden ser generadas por el ideario político.
La psicóloga Sandra Herrera dice que, al tenor de estos hallazgos, las creencias políticas pueden llegar a relacionarse como parte integral de cada persona y por esto sean difíciles de cambiar. El asunto está, de acuerdo con Córdoba, en que muchas veces estos arraigos están fundados en razones sino en tradiciones, costumbres, conductas colectivas o familiares a veces empujadas por emociones en las que las campañas pueden jugar un papel importante.
Sin embargo, insisten los especialistas, no sobra recomendar que frente a algo tan importante resulta necesario tomarse un minuto y permitir la entrada en juego de la razón con la corteza cerebral como sustrato antes de decidir algo que debe operar siempre frente a hechos de trascendencia individual y colectiva.