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Entrevista

El impacto de la microbiota en la salud física y mental: 'Estamos vivos gracias a nuestras bacterias'

La médica Dolores de la Puerta, autoridad en este tema, habla del papel de los microorganismos en nuestro cuerpo.

ciencia

La doctora De la Puerta es autora de dos libros: ‘Un intestino feliz’ y ‘La microbiota estresada’, que acaba de llegar a librerías. Foto: Eduardo Cano Uribe

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“Estamos equivocados creyendo vivir en la era del hombre. Hoy y siempre hemos vivido en la era de las bacterias”. Así de contundente es la médica española María Dolores de la Puerta, una de las mayores expertas en microbiota a nivel mundial. Su interés por el tema nació a comienzos de este siglo. En medio de su consulta diaria, De la Puerta no entendía por qué no lograba resolver determinadas situaciones clínicas mediante los cánones de la medicina convencional. En lugar de conformarse con un rotundo “este caso no tiene solución”, decidió investigar otros caminos. “No me resignaba con diagnósticos que eran callejones sin salida”, dice la especialista. El resultado de su búsqueda la llevó al universo de la microbiota.
Hoy en día es común oír hablar sobre este tema, pero la situación era muy diferente veinticinco años atrás, cuando ella empezó a estudiarlo. Autora de dos libros —Un intestino feliz y La microbiota estresada, editados por HarperCollins—, De la Puerta ha investigado y sustentado la importancia que tiene este conjunto de microorganismos no solo en la salud física, sino mental. “Cuerpo y microbiota son una poderosa unidad que asegura la salud y es centinela de nuestra felicidad”.

Dice que la microbiota es como una navaja suiza, un objeto que solemos relacionar con algo que sirve para casi todo. ¿Por qué hace esta analogía?

Ahora que conocemos la actividad de la microbiota —no del todo, pero muchísimo más de lo que sabíamos antes—, tenemos certeza científica de que su impacto no está limitado al aparato digestivo, al intestino, que es donde está más presente. La señalización y los metabolitos que producen las bacterias pasan a sangre y tienen actividad sobre cualquier órgano del cuerpo. El cerebro, el corazón, los pulmones, los ojos, la vejiga, el hígado, los riñones. Les digo en broma a mis pacientes: excepto en un accidente de tráfico o si se queman con una cerilla, en todo lo demás hay implicación de microbiota.
El estudio estuvo basado en escáneres de casi 40 mil personas.

Cerebro. Foto:iStock

Muchos médicos no tienen todavía en cuenta esto. ¿Se subestima su importancia? 

Eso se debe a que la microbiota aún no se estudia en la carrera de medicina. No entiendo por qué. Por eso tengo redes sociales profesionales y cada día, desde hace cuatro años, publico un artículo científico sobre el tema. Así trato de acompañar y ayudar a colegas médicos que quieren aprender o acercarse a la microbiota de la mano de la investigación científica. 

Su libro 'Un intestino feliz' arranca con un dato clave: en nuestro cuerpo tenemos más bacterias que células...

Es un ecosistema de billones de microorganismos en perfecto equilibrio entre ellos y con nosotros. De ese equilibrio depende nuestra salud. El conjunto más numeroso se encuentra en el intestino —formado por bacterias, levaduras, hongos, etc.—, pero no hay un solo sitio en el cuerpo que no tenga algún tipo de microorganismo colonizándolo. Por dentro y por fuera. Alguna vez llegamos a pensar que la conjuntiva del ojo era estéril, ahora sabemos que no, que hay una pequeñísima cantidad de microorganismos allí. Hubo un tiempo en que creímos que, intraútero, en la mujer embarazada, era un ambiente estéril. Ya descubrimos que tampoco lo es. Tenemos un gran batallón de microbios y estamos vivos gracias a ellos. 

Cada quien tiene su propio microbiota, es como la huella dactilar. ¿Se puede hablar de un concepto universal de microbiota sana, o es distinto también para cada persona?

Las grandes líneas de investigación a nivel mundial han intentado establecer el patrón de microbiota sana, con el objetivo de tenerlo como referencia y desde ahí poder decir: todo lo que se parezca a esto es sano y todo lo que se diferencie no está bien. La gran sorpresa ha sido que tres grupos poblacionales estudiados muy diferentes —el mundo occidental, el mundo oriental y poblaciones rurales de África y Centroamérica— tienen tres patrones de microbiota absolutamente distintos, pero igual de saludables. Con lo cual, hoy tenemos definidos tres patrones de enterotipos de microbiota distintos que funcionan igual. Que tú tengas un enterotipo u otro va a depender de cómo te alimentes. Nuestra dieta define nuestra microbiota. Y que sea saludable o no, dependerá de que produzca lo que debe producir. Ácidos grasos de cadena corta, neurotransmisores, defensinas, ácidos biliares... De forma que patrones diferentes de microbiota, mientras produzcan lo necesario, no tienen problema. 

¿Cuál es la mejor dieta para tener una microbiota sana y ordenada?

Una dieta completa, rica, variada. Aunque es verdad que hay alimentos que le gustan especialmente a la microbiota. La fibra, los polifenoles —entre ellos las frutas y las verduras de colores, el cacao, las setas, los frutos secos...— y los alimentos fermentados son los tres pilares. Y evitar, por supuesto, ultraprocesados, aditivos, conservantes, colorantes. Todo eso que no es comida. 
La correcta manipulación de los alimentos.

Verduras.  Foto:iStock

¿Es posible mejorar de forma rápida una microbiota que no esté sana, con un cambio de hábitos, por ejemplo, o suele necesitarse un tratamiento?

La microbiota oscila mucho y depende de una variedad de cosas. De la alimentación, del sedentarismo, del estrés. Todo la condiciona. Si está muy desordenada, ya de forma crónica, cambiar el estilo de vida puede que no sea suficiente y se requiera un tratamiento para recuperarla. Probióticos, prebióticos, aminoácidos, oligoelementos, algo de fitoterapia. Muchas cosas ayudan sin necesidad de recetar fármacos.

¿Cómo saber si se tiene una mala o una buena microbiota? ¿Se requiere un examen?

No es imprescindible. La microbiota se diagnostica hablando con el paciente. Hay que preguntar no solo qué enfermedades tiene y qué fármacos toma, sino cómo se alimenta, cuáles son sus deficiencias o sus cargas nutricionales. Indagar por su estilo de vida, si hace deporte, a qué horas se acuesta, a qué horas se levanta. Cuántas ingestas hace al día. Preguntar por su parte emocional, su estado de ánimo, cómo gestiona el estrés. Todo eso da información sobre cómo está trabajando la microbiota de un paciente. A veces, cuando hay mucho desorden, se necesita un estudio para saber con precisión lo que está pasando. Pero por lo general se sospecha muy bien cómo está la microbiota por medio de una buena historia clínica. 

Sus dos libros tienen como eje el impacto de la microbiota en la salud mental. ¿Hay tanta relación entre una y otra? 

La conexión es tremenda. Cada vez hay más estudios que demuestran que lo que sentimos y pensamos está en gran medida condicionado por las bacterias de nuestro cuerpo. Este eje microbiota-intestino-cerebro determina nuestra salud física, psíquica y emocional. Las neuronas mantienen un diálogo directo y continuo con la microbiota a través del nervio vago. Los microbios intestinales producen sustancias que se absorben, pasan a la sangre y llegan al cerebro. Es una relación fluida y bidireccional. Cumplen muchas funciones motoras y físicas, pero también regulan nuestros pensamientos, nuestros afectos. La microbiota está muy implicada en la estabilidad emocional. El o es muy estrecho.

Habla también de su conexión con desórdenes psiquiátricos, con trastornos del espectro autista, con el párkinson, el alzhéimer...

Eso es si el desorden de la microbiota se mantiene en el tiempo. Cuando nacemos, nuestra pared del intestino es inmadura. Mediante la colonización de la microbiota y de lo que ésta produce, esa pared va madurando. Lo mismo sucede con el cerebro, que es inmaduro al nacer. Uno de los factores que más influye en la maduración de nuestro sistema nervioso son los metabolitos que produce la microbiota. No es el único factor que interviene, pero sí lo determina mucho. Una microbiota alterada favorece escenarios de neuroinflamación que, al principio de la vida, pueden contribuir a que surjan desórdenes del neurodesarrollo. Y al final de la vida, pueden llevar a que se presenten patologías neurodegenerativas. Un desorden en la conexión microbiota-sistema nervioso central puede estar implicado en el desarrollo de enfermedades neurológicas, psiquiátricas y también en la aparición de trastornos afectivos.

¿Y cómo es que la microbiota también puede tener relación con rasgos de nuestra personalidad? 

Eso se basa en una investigación que se hizo con un número de participantes muy grande. Miles de personas. Se establecieron rasgos de personalidad, se realizaron cuestionarios estandarizados y se estudió la microbiota. Era población sana, sin enfermedades importantes, con lo cual se estimaba que la microbiota debería estar bien. Se descubrieron muchas cosas. La primera está relacionada con la diversidad microbiana: podemos tener un ecosistema muy cortito o muy rico, según lo que comamos. Si comemos cuatro cosas, siempre las mismas, la microbiota será corta. Si diversificamos , será más rica. Nuestra microbiota come lo mismo que nosotros. Lo segundo que se vio es que los ecosistemas diversos, más fuertes y estables, se acompañaban de personalidades empáticas, generosas, amables, compasivas. Y los ecosistemas cortitos, con menos diversidad microbiana, no solo eran más proinflamatorios sino que estaban relacionados con personalidades iracundas, envidiosas, más grises. Gran descubrimiento: la diversidad microbiana determina nuestra personalidad. También se encontraron ciertos grupos de microbiota más proinflamatorios en las personas más egoístas. Y al revés: unos grupos de actividad neuroactiva, más enriquecidos, en las otras personas. Una investigación preciosa.

¿Y no podría ser, por ejemplo, que un tipo de personalidad genere determinada microbiota?

Es un poquito bidireccional. Porque el eje intestino-cerebro tiene esa característica. Sabemos que cada pensamiento es bioquímica. Si pienso en negativo, se genera cierta bioquímica. Si pienso en proactivo, en positivo, la bioquímica es diferente. Las moléculas, unas y otras, son pro o antiinflamatorias. Si mi cabeza está generando de forma constante señales proinflamatorias, porque estoy rumiando lo negativo, la microbiota se afecta. Eso le hace daño. Y lo contrario: se beneficia si estoy en un modo positivo. 

Dice que la soledad propicia la inflamación y que está relacionada con una microbiota menos sana...

Las relaciones interpersonales afectan la composición de la microbiota y viceversa. Una investigación reciente concluyó que la soledad mata más que el tabaco. No la soledad elegida, no la de quien dice: estoy tan a gusto en mi casa, me quedo leyendo un libro, oyendo música. Esa no. Hablo de la soledad del aislamiento social. El componente proinflamatorio y devastador para la salud que supone esa soledad es tremendo. Es como que el cuerpo se rompe, se da por vencido, se abandona, se bloquean un montón de rutas.
Tabaco.

Tabaco. Foto:iStock

Hay varias vías para mantener una buena microbiota, según lo que usted explica. Entre ellas, el ejercicio. Y otra que es clave: el sueño. Dormir siete horas como mínimo...

Y por la noche. No vale que duermas cinco horas por la noche y dos de siesta. Porque en nuestro cuerpo ocurren cosas diferentes en la noche y en el día. Nuestra microbiota también trabaja de forma distinta en sueño y en vigilia. La noche es su momento de reseteo. La microbiota es un ecosistema fuerte. Tú le das un antibiótico, una gastroenteritis, un tóxico, el estrés... y ella recupera y recupera. Pero esos recursos de mantenimiento los pone en marcha durante la noche. Necesitamos dormir para que pueda hacer ese trabajo. Su estabilidad depende en gran medida de asegurar la calidad de sueño.

¿En qué radica la importancia del ayuno?

Lo que es bueno para la microbiota es no estar haciendo cinco comidas, como pensábamos antes. Si lo hacemos, la ponemos a trabajar cinco veces en la digestión. Dejémosla un poco en paz. Es mejor distribuir la ingesta en tres, o incluso en dos, quien ya tenga cierto entrenamiento metabólico. Así le permitimos hacer su trabajo. De día, la microbiota produce moléculas saludables para nosotros (las que he citado: neurotransmisores, ácidos grasos de cadena corta...). Pero si todo el rato tiene que trabajar con la digestión, le toca optar entre hacer una cosa u otra. Podemos pensar en una ventana de 12 horas: cenar a las 8 de la noche y desayunar a las 8 de la mañana. Eso es posible para todo el mundo. También pueden hacerse ayunos de 14 o 16 horas, aunque siempre supervisados por un profesional. Ayunar no es saltarse una comida, sino redistribuir la ingesta.

Por último, la higiene mental. ¿Por qué tener en cuenta este tema?

Es un aspecto muy importante. Qué permites que se quede en tu cabeza. Si eres capaz de evolucionar una situación o te quedas enrocado dándole vueltas. A todos los pacientes, como parte del tratamiento, les recomiendo la respiración consciente. Ponte a mirar algo que se mueva, sin que tengas que hacer algo para que eso suceda. Un amanecer, las nubes, una chimenea, una vela. Míralo y respira. Solo respira. Cinco minutos en la mañana, que es cuando salta el cortisol, la hormona del estrés. Esa es una buena manera de modularla. Y luego repite por la noche, otros cinco minutos. Si hemos tenido una jornada con mucho ajetreo, es una forma de decir: vale, ahora para.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO

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