Si de lecturas hablamos, coincido plenamente con la afirmación de que nada se compara a tener un buen libro de papel en las manos, para leer, palpar y hasta oler. Desde las tablillas de arcilla o los papiros, hasta los colosales mercados editoriales y ferias del libro que hoy disfrutamos, los libros y la lectura han sido pilares fundamentales de la cultura humana y el avance del conocimiento.
Se estima que en el mundo el número de títulos diferentes ronda los 200 millones, cifra que crece algo más de 2 millones cada año. Tan solo en China se publican anualmente unos 500.000 nuevos títulos.
Los libros impresos no han escapado de múltiples aprietos, entre los cuales se destacan la crisis de la lectura derivada de la crisis de la educación, la llegada de internet y las nuevas tecnologías que pusieron sobre la mesa el debate de si los libros tradicionales resistirían el embate digital, y la crisis del papel.
Justamente, esta última es parte de la actual crisis a la que nos enfrentamos en la cadena de suministros en diversos sectores, en parte agudizada por la pandemia. Sé de libros que no alcanzaron a salir para la recién concluida Feria Internacional del Libro de Bogotá por la escasez de la materia prima que les da vida.
Estas crisis no son algo nuevo. En el siglo XVII ya había, por ejemplo, abundancia de libros y escasez de lectores. Y en lo que a la materia prima se refiere, en un sinnúmero de ocasiones, se ha tenido que reutilizar papel de viejos escritos, tanto así que existe una denominación para este tipo de libros “reciclados”, la palabra ‘palimpsesto’.
El palimpsesto se refiere a un pergamino que se raspaba para borrar el viejo texto escrito con anterioridad, y poder reutilizarlo para nuevos textos. Esta fue una práctica común en la Edad Media, principalmente usada en monasterios donde se borraban generalmente textos paganos griegos, y se volvían a usar para nuevas publicaciones, reduciendo los costos en materia prima.
Muchos escritos antiguos habrán desaparecido para siempre, pero en otros casos ha sido posible rescatar los textos ocultos en los palimpsestos, con modernas técnicas de fotografía en rayos X, infrarrojo y ultravioleta, escudriñando las huellas y relieves dejados por los escritos originales. Los hay famosos, como el que uso san Agustín cuando escribió sobre un manuscrito previamente borrado del escritor Cicerón.
Uno de los más valiosos es el palimpsesto de Arquímedes, escrito en el siglo X por un escriba anónimo que recopiló parte de la obra de Arquímedes de Siracusa, gran matemático de la antigüedad. Un par de siglos después de ser escrito, el manuscrito fue raspado y lavado para escribir un texto litúrgico de 177 páginas. Hace apenas tres lustros se pudo develar completamente el texto original, que hoy cualquiera puede explorar. Un triunfo más de la ciencia moderna.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional
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