Anita tiene 5 años y muchos juguetes para divertirse con niños de su edad, sin embargo, ya nadie quiere jugar con ella. ¿La razón? a Anita no le gusta seguir las reglas y siempre es ella quien decide qué hacer, así a los demás no les parezca. Además, no le agrada que se le acerquen a sus amiguitos de plástico o felpa, pues siempre que alguien lo hace, menciona su frase preferida: '¡Eso es mío!'
A niños como Anita se les puede dificultar relacionarse por actitudes individualistas que han aprendido y desarrollado. Para la orientadora familiar, Carolina Oquendo, docente del Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, “tratar de justificar este tipo de conductas y no hacer nada al respecto es un error, pues los pequeños experimentan emociones negativas y pueden llegar a transformarlas en sentimientos como la ira”.
Los niños deben adquirir una serie de valores fundamentales que son necesarios para su desarrollo emocional, psíquico y físico. “Los pequeños deben ser educados en virtudes como el orden, el compañerismo, la solidaridad, la responsabilidad, la fuerza de voluntad, la humildad y la lealtad, entre otros”, dice Oquendo.
Pero ¿Cómo lograr que los niños aprendan valores que muchos de los adultos no han podido aplicar? Los expertos coinciden en algo: “A través del juego”, porque es una escuela para la vida. Según organismos como Unesco y Unicef, el juego incentiva el aprendizaje, y su objetivo en la primera infancia es, en gran medida, preparar a los niños para la vida escolar.
Dicen las psicólogas, que para conseguir un aprendizaje exitoso se deben estimular la imaginación y la creatividad a través de la recreación, pues los niños están más abiertos al aprendizaje y mejoran su estado de ánimo. Esto les permite estimular sus habilidades sociales y controlar sus emociones.
Por otro lado, la sobreprotección, dicen las psicólogas, es una de las causas para que niños como Anita no puedan compartir y relacionarse a través del juego con sus amigos. Cuando los padres no permiten que los pequeños actúen a su manera, sino que quieren dirigirlos, incluso en el juego.
Es importante tener en cuenta que las familias contemporáneas prefieren tener hijos únicos, que tienden a ser individualistas al no tener hermanos con quien compartir. También aseguran que los niños de hoy son grandes consumidores de bienes y viven en la inmediatez, es decir, ‘lo quiero, y ya’, y los padres siempre buscan satisfacerlos.
Irma Salazar, técnica en gestión de la Corporación Juego y Niñez, manifiesta que “El juego es básico porque, además de fortalecer sus habilidades, les enseña a valorar cuando se gana y a aprender cuando se pierde”.
El juego es básico porque, además de fortalecer sus habilidades, les enseña a valorar cuando se gana y a aprender cuando se pierde
Si los niños juegan en equipo, como en el fútbol, tienden a ser más sociables y extrovertidos y aprenden valores como la amistad, la solidaridad y la empatía. En cambio, con actividades individuales como el ajedrez, la gimnasia y otras se fomentan la concentración, el trabajo, el rendimiento individual y la consecución de metas personales.
En ambos casos se estimulan la disciplina, la responsabilidad, la puntualidad, el compromiso, la competitividad, la interacción con su entorno y el desarrollo emocional, según lo explica Aida Milena Casadiego, psicóloga especialista en desarrollo personal y familiar.
¿Y si no quieren jugar?
No hay que obligarlos, sino acompañarlos. Muchas veces, los niños no lo hacen porque su único compañero de juego es virtual o digital y no tienen con quién divertirse. Por ello, tenga en cuenta que el aprendizaje del juego no se logra de manera individual, sino con la guía de algún adulto.
Ante la negativa a jugar, se deben conocer las causas: ¿por qué no quiere? ¿Tuvo una mala experiencia? ¿No entiende el juego? ¿No está cómodo?
Además, los expertos recomiendan no hacer críticas constantes, pues esto desmotiva y hace que se desconecte. “Un juego es una actividad educativa lúdica; hay reglas, pero también un espacio para la imaginación. No preste atención a los errores, sino celebre los aciertos, los logros y encauce los fallos para transmitir valores”, explica Oquendo.
Los entrevistados dicen que así se pueden modificar actitudes en pequeños como Anita, conociéndolos y entendiendo que su comportamiento es una fase de su desarrollo. La mejor manera de hacerlo es queriéndolos y cuidándolos, sin sobreprotegerlos. Retrasando y, en algunos casos, negando el deseo por las cosas materiales. Permitir que socialicen con otros niños, que se equivoquen y se ensucien; en otras palabras, que lloren, rían y jueguen sin condicionamientos.
MARÍA CAMILA MARTÍNEZ