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Vivimos en una cultura que idolatra a la juventud y rinde pleitesía a quienes la poseen. Nos han vendido a tal extremo la noción de que envejecer o parecer ‘viejo’ es tan malo, que sostenemos una industria multibillonaria de productos que prometen devolverles el tiempo a nuestros rostros, cuerpos y hasta a nuestro pelo; además, a diario mujeres y hombres se someten a cirugías plásticas dolorosas intentando ‘echar para atrás el reloj’.
¿Por qué estamos tan empeñados en esto? ¿Será porque, a diferencia de la cultura asiática, donde los mayores son vistos y cuidados con reverencia y iración, aquí muchas veces los tratamos como inútiles o estorbosos? ¿Acaso nos consume más el miedo a envejecer que las ansias por permanecer jóvenes?
"La satisfacción de las personas disminuye conforme al aumento de la edad". Foto:Archivo particular
Recientemente leí un libro titulado Así es la vida, de Marcela Lechuga, y encontré una frase que quedó fija en mi mente: “Nadie envejece por el solo hecho de tener un cierto número de años; se envejece cuando el miedo a vivir es mayor que el miedo a morir”.
Siendo así, debemos entender que no existe ninguna crema ni dieta que milagrosamente detenga la ancianidad. La única fórmula mágica está dentro de nosotros y en la manera como afrontamos la vida.
En vez de invertir una fortuna en productos para mejorar nuestra ‘latonería y pintura’, ojalá invirtiéramos tiempo en gozarnos cada día como si fuera el último. En lugar de tratar de rejuvenecer, sería mejor empeñarnos en rejuvenecer nuestras almas. En vez de tenerle miedo a que se conozca nuestra edad, deberíamos temerle a perder las ganas de vivir.
Envejecer no es tener canas ni arrugas. Envejecer es afrontar cada mañana con una sensación de tedio porque hay que trabajar o estudiar, dedicarnos a contemplar lo que nos falta en lugar de agradecer lo que tenemos, criticar los defectos de nuestras parejas sin alardear de sus virtudes, no arriesgarnos a amar por miedo al rechazo y no permitir que nos amen por el pánico al abandono.
Piensen lo poderoso que es saber que nunca es tarde para rejuvenecernos de fondo y no solo de forma.
Con un cambio de mentalidad y el empeño por saborear cada faceta de nuestras vidas tendremos a la preciada ‘fuente de la juventud’, sin ir hasta el fin del mundo a buscarla.
Hoy los invito a vivir nuestra edad con felicidad y orgullo, no porque físicamente nos veamos jóvenes, sino porque logramos entender lo maravilloso de aprovechar cada minuto.