En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información aquí

CLUB VIVAMOS
Suscríbete
Disfruta de los beneficios de El Tiempo
SUSCRÍBETE CLUB VIVAMOS

¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo [email protected] no ha sido verificado. Verificar Correo

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión

Hola, bienvenido

¿Cual es la ciudad colombiana clasificada como la más peligrosa del mundo?
¿Cómo va el juicio al expresidente Álvaro Uribe?
¿Accidente de bus en Calarcá?
Frío inusual en Bogotá explicado por el Ideam

Exclusivo suscriptores

Florence Thomas: la historia de la voz que le abrió caminos a la lucha feminista

Con 80 años recién cumplidos, ha sido una militante incansable por los derechos de la mujer.

Florence Thomas, en el estudio de su apartamento, donde escribe todos los días.

Florence Thomas, en el estudio de su apartamento, donde escribe todos los días. Foto: Néstor Gómez

Alt thumbnail

Actualizado:

00:00
00:00

Comentar

Whatsapp iconFacebook iconX iconlinkeIn iconTelegram iconThreads iconemail iconiconicon
Durante los meses de confinamiento absoluto —cuando la ciudad, el país, el mundo entero vivía de puertas para adentro por temor al covid— no hubo un solo día en que Florence Thomas no saliera de casa para dar su caminata habitual por el barrio. ¿Y quién le iba a decir que no lo hiciera? “Luché toda la vida por la mujer afuera, no iba a dejar que me volvieran a guardar”, dice y sonríe. En la sala de su apartamento todavía hay flores que llegaron para celebrar su cumpleaños ochenta. No es de festejar esas fechas, pero esta vez el número merecía una fiesta. El número y sobre todo una vida llena de batallas libradas sin bajar los brazos.
Estuvo a punto de nacer en un sótano. El 29 de marzo de 1943. Su ciudad natal, Rouen, a ciento treinta kilómetros de París, respiraba guerra. Ocupada por los nazis, era objetivo de bombardeos constantes, y el sótano daba cierta seguridad a la familia. Ella no vivió el conflicto tan en carne propia, pero creció absorbiendo las memorias, los recuerdos, las huellas que quedaron en sus padres y sus dos hermanos mayores.
Historias como la de su madre, que recorría kilómetros en bicicleta hasta llegar donde unos amigos campesinos, fuera de Rouen, que le regalaban gallinas para alimentar a la familia. Su madre: ama de casa que soñaba con ser médica y leía a Simone de Beauvoir en los años cincuenta. Su padre: abogado penalista que cambió de área de trabajo luego de tener que asistir los últimos días de un condenado a muerte. Una pareja liberal de clase media que recibió con alegría a su única hija mujer. “Me alimentaron con historias de guerra, pero fui una niña amada”, dice Thomas con ese acento francés que no se le ha ido todavía, a pesar de que vive aquí hace más de cincuenta años.
Con su madre tuvo una relación difícil. Ahí estaba la raíz de su deseo de alejarse, primero de Rouen rumbo a París; luego de París rumbo a Bogotá (lugar del que no sabía casi nada antes de aterrizar). Su madre descargó en ella los sueños que no había podido cumplir, con la esperanza de que su hija los hiciera realidad. “Eso era un peso muy grande”, dice Florence. A su primera escala, París, llegó para finalizar su carrera de Psicología y hacer una maestría en Psicología Social.
Eran los años sesenta y la ciudad ardía en ideas. Algunos de los nombres que por ahí rondaban: Michel Foucault, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jacques Lacan. Thomas no aprovechó su presencia como hubiera querido. “¡Me agarraron siendo muy niña!”, se queja, y lamenta sobre todo no haber asistido a una conferencia de Foucault. Su mundo era otro en ese momento. Las temáticas que la han acompañado a lo largo de su vida —el feminismo, la defensa de los derechos de las mujeres, para resumirlo en dos de sus líneas fundamentales— todavía no estaban en su mente.
En ese entorno universitario conoció a Manuel Morales, un filósofo colombiano que estaba en París haciendo un posgrado. Se enamoraron, se casaron (por lo católico; si bien en casa existía un pensamiento abierto en cuanto a la fe, eran de misa dominical) y alistaron maletas hacia Colombia. Segunda escala de alejamiento. Después de varios años de visitar el diván del psicoanálisis, Florence entendió por qué se enamoró: “Era la huida —dice—. Cerrar los ojos, meterme en un avión, llegar a Colombia”. Sintió que no podía cumplir con todo lo que su madre, casi sin decírselo, le imponía sobre su espalda. “Aunque, en el fondo, logré hacer realidad algunos de sus sueños, como la lucha por los derechos de la mujer”.
—¿Ella lo supo?
—Sí, claro. Yo le escribía cartas.
Decenas de esas cartas las tiene ahora ahí, a su lado, en una caja que hace poco le enviaron sus hermanos, que todavía viven en Rouen. Durante sus primeros diez años en Colombia, Thomas le escribió cuatrocientas cartas a su madre. En la primera —lo recuerda entre risas— le contaba algunas de sus sorpresas recién llegada a Bogotá. Era julio de 1967. Florence fue recibida por un temblor (el primero que sintió en su vida); unas onces en las que vio cómo le agregaban queso al chocolate (mezcla que le produjo terror, viniendo de su Normandía natal en la que el queso se combinaba con el vino tinto) y un caballo muerto en plena avenida Caracas (que descubrió cuando iba en una buseta rumbo a conocer a sus suegros). Relatos que hicieron que su madre corriera a una biblioteca a averiguar por la ciudad donde vivía su hija. Sin embargo, a los quince días de llegar, Thomas abrió las puertas del lugar que le cambiaría la vida.

Feminismo, disciplina y liderazgo

Con las maletas todavía calientes, la Universidad Nacional la contrató como profesora del Departamento de Psicología. El campo de la psicología social estaba naciendo y qué mejor que tener a una maestra llegada de París, así no hablara español. Durante los dos primeros semestres, Thomas dictó sus clases en francés apoyada por un traductor simultáneo. En las noches practicaba el español. Grababa su voz en un casete y luego ponía a sonar la cinta a ver qué tal se oía. Su esposo era el primero en decírselo: “Hablas fatal”, y entonces seguía probando. En ese momento la Nacional era una olla de presión. Acababan de matar a Camilo Torres, la izquierda estaba en ebullición, grandes investigadores —como Eduardo Umaña Luna— trataban de entender la complejidad del país. “¡Allá se estaba gestando todo! —dice Thomas—. Lo tengo claro: si hubiera llegado a la Javeriana o a los Andes, tal vez no estaría aquí. La Nacional me salvó”.
Militó un tiempo en el Partido Socialista de los Trabajadores. Marchas, afiches en las paredes, acciones en barrios populares. Sin embargo, el desencanto llegó pronto. En el partido, en la universidad, en el país en general, había un aire patriarcal que la asfixiaba, “un olor a macho” (como afirmó en su discurso de aceptación de la nacionalidad colombiana, durante el gobierno de Juan Manuel Santos; “si hubiera sido en el de Uribe, no acepto”, dice hoy). Eran finales de los años setenta y Florence se preguntaba: ¿dónde están las voces de las mujeres?, ¿por qué parecen invisibles? Separada de su esposo, con dos hijos varones pequeños, su mirada sobre el universo femenino cambió. “Comencé a soñar con otros mundos posibles para las mujeres”. Tenía claro que ese sueño no iba a poder hacerlo realidad sola, así que decidió convocar más voces a su lado.
Cada jueves, a la hora del almuerzo, se reunía en su oficina de la universidad con profesoras de diferentes disciplinas para hablar de un tema: la mujer. Debatían sobre el estado del feminismo, repasaban las investigaciones al respecto, analizaban la situación de las mujeres colombianas. Así nació, en 1985, el Grupo Mujer y Sociedad, fundamental en el desarrollo del feminismo en Colombia y punto de referencia en América Latina. “El grupo surgió en un momento en que nadie hablaba de la mujer —dice la psicóloga Yolanda Puyana, una de sus fundadoras y amiga de Florence desde 1978—. Nosotras empezamos a estudiar su realidad desde miradas diversas”. Con la voz líder de Thomas, llegaron a la agenda pública temáticas que no se trataban, bien por desconocimiento o bien por el interés de mantenerlas bajo la alfombra.
“Sobre mi cuerpo decido yo”.
“Democracia en el país, democracia en la casa”.
“Lo privado es político”.
Esos son tres de los lemas que comenzaron a defender y a darles bases sólidas desde la academia. Claro, también en las calles. Eran los años ochenta, los primeros noventa, y sus marchas solían ser apenas de un puñado de mujeres que gritaban consignas y de vuelta recibían insultos y llamados a callarse. No se callaron.
Thomas puso sobre la mesa temas que no se tocaban, como el aborto.

Thomas puso sobre la mesa temas que no se tocaban, como el aborto. Foto:Néstor Gómez

Thomas empezó a hablar de asuntos tan polémicos como el aborto, los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, los derechos de los homosexuales, la eutanasia. Recorría el país de extremo a extremo dando conferencias. La mayoría de las veces oía aplausos, aunque en ocasiones vio cómo algunas personas se levantaban de sus sillas y se iban. Nada la amilanaba. Si hay un sello de su carácter en el que están de acuerdo quienes la conocen, es su tenacidad. “Lo que Florence quiere hacer lo proyecta, lo organiza y lo cumple —agrega Puyana—. A veces le digo que no sea tan rígida, pero no hay manera. De ella no solo he aprendido de feminismo, sino de disciplina y liderazgo”. En esto coincide la trabajadora social Juanita Barreto, también parte de Mujer y Sociedad: “Es transgresora, apasionada en el debate, pero siempre respetuosa de quienes no piensan como ella. Florence hizo escuela, abrió caminos”.
Es verdad que su personalidad ha ayudado a que su voz sea más escuchada. Tajante, sin temor a exponer sus ideas, ha hablado fuerte tanto en sus investigaciones, sus conferencias y los diez libros que ha escrito, como en la columna de opinión que publica en este diario desde hace un cuarto de siglo. Para las generaciones posteriores es un referente. “La oí por primera vez en una conferencia en 1992 —dice la abogada y activista Elizabeth Castillo—. En ese momento yo estaba saliendo del clóset y me impactó su discurso sobre el derecho a enamorarse de quien le dé a uno la gana. Fue liberador. Su valor no solo está en el aporte al feminismo: ha ayudado a que el país avance en otros temas tan importantes como los derechos reproductivos”.
Para lograr ese objetivo, ha puesto incluso su historia personal sobre la mesa. Cuando sintió que a muchas mujeres les serviría saberlo, narró en su libro Había que decirlo las circunstancias que la llevaron a abortar. Tenía 22 años y faltaba una década para que en París ese procedimiento fuera legal. Florence pasó por todas las terribles condiciones de un aborto clandestino y las describió en el libro publicado en 2010. “Pensé que era el momento indicado para contar ese dolor y dejar en claro que ninguna mujer va a abortar con el corazón alegre”. Buscaba mostrarles a las mujeres que era posible hablar del tema. “Cuando lo dijo fue algo muy potente, un aporte gigantesco”, agrega Castillo.
Primero enamórate,
pero de ti misma.
Construye un mundo propio,
deja de ser el reflejo del otro.
Busca tu misión, entre mujeres
hagamos conexión.
Estudia y trabaja.
Lee a Florence y no uses faja…
Son algunos versos de la canción que Andrea Echeverri escribió y tituló Florence, en homenaje a su trabajo. Son muchos los reconocimientos que ha recibido. Uno de los más recientes: la Orden de la Legión de Honor que le otorgó el Gobierno francés en el grado de caballero (y que ella propuso cambiar por “caballeresa”). Todos los acepta con afecto, también con la certeza de que los aplausos deben ser compartidos: la tarea no la ha hecho sola. Ahora, precisamente, está planeando una reunión de feministas mayores de sesenta años, con el objetivo de examinar el impacto de lo que lograron y analizar el legado que entregan a las nietas. “Nosotros abrimos un camino, que ellas lo sigan abriendo de otra manera”, dice Thomas, que reconoce que hay cosas que la acercan y otras que la alejan de los feminismos de hoy. “Estoy en contra, por ejemplo, del feminismo violento, del que trata de prender fuego en la puerta de la catedral. No tiene sentido para mí”.
Su lucha sin descanso por los derechos de las mujeres no le ha impedido ser amiga de los hombres. Con dos hermanos varones, dos hijos varones —Nicolás y Patrick— y un nieto, ha vivido “en un mundo de hombres y me he entendido muy bien con ellos”. En el libro de memorias que publicará a mediados de año, uno de los capítulos se titula Cartas a los hombres que amé. “Sí, porque amé a muchos hombres. Todos muy difíciles, patriarcas a morir. Pero les agradezco mucho porque me enseñaron que el amor es imposible”. También, para ser justos, le enseñaron otras cosas, como a bailar salsa en sus tiempos de El Goce Pagano.
—¿Les escribía muchas cartas?
—Centenares.
El capítulo final de esas memorias estará dedicado a la vida lenta. La que busca ahora. La de hacer menos cosas. La de decirle que sí solo a lo que quiere. La de escribir con calma. La de un café con las amigas, la de cocinar —que es uno de sus placeres—, ir al cine sin afanes. O por qué no: la de un buen chocolate con queso (terminó por gustarle) en una tarde de frío.
MARÍA PAULINA ORTIZ 
Cronista de EL TIEMPO

Sigue toda la información de Vida en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.

00:00
00:00

Comentar

Whatsapp iconFacebook iconX iconlinkeIn iconTelegram iconThreads iconemail iconiconicon

Conforme a los criterios de

Logo Trust Project
Saber más
Sugerencias
Alt thumbnail

BOLETINES EL TIEMPO

Regístrate en nuestros boletines y recibe noticias en tu correo según tus intereses. Mantente informado con lo que realmente te importa.

Alt thumbnail

EL TIEMPO GOOGLE NEWS

Síguenos en GOOGLE NEWS. Mantente siempre actualizado con las últimas noticias coberturas historias y análisis directamente en Google News.

Alt thumbnail

EL TIEMPO WHATSAPP

Únete al canal de El Tiempo en WhatsApp para estar al día con las noticias más relevantes al momento.

Alt thumbnail

EL TIEMPO APP

Mantente informado con la app de EL TIEMPO. Recibe las últimas noticias coberturas historias y análisis directamente en tu dispositivo.

Alt thumbnail

SUSCRÍBETE AL DIGITAL

Información confiable para ti. Suscríbete a EL TIEMPO y consulta de forma ilimitada nuestros contenidos periodísticos.