En La Calera, Fernando Vela vivía con 43 perros que rescató de la calle. Y en la reserva natural Romi Kumu, en Florencia, su tierra natal, en Caquetá, hay unos 70 animales rescatados del tráfico de fauna. En estas guaridas de la vida es una constante el ladrido de los perros, la gritería de los monos y el canto de las aves.
Sin embargo, desde el sábado 3 de julio reina la zozobra en ambos lugares. A Fernando Vela lo asesinaron mientras iba en su carro por las calles de su ciudad.
“La historia se repite una y otra vez, con diferentes actores, pero es la misma historia, abandono, conflicto. Siempre los que pierden son dos, las personas y el ambiente”, dijo Fernando para el documental en el que estaba participando, Monilla Amena: manifiesto por la Amazonia.
La pieza audiovisual en la que venía trabajando Vela era una de las múltiples cosas que hacía, las cuales giraban en torno a sus dos grandes pasiones: la medicina y el medioambiente.
Los sueños de Fernando empezaron hace muchos años y resistieron tanto que su muerte no será un impedimento para que perduren en el tiempo, o por lo menos, esa es la esperanza de quienes lo conocieron.
Una de las principales luchas que dio fue sacar adelante la fundación Romi Kumu, que en vocablo macuna traduce espíritu de la selva.
En asocio con su mejor amigo, Luis Manuel Espinosa, compraron un predio de 30 hectáreas en el municipio de Belén de los Andaquíes, Caquetá. Este terreno se utilizaba antes para ganadería; sin embargo, Fernando y Luis empezaron paulatinamente a reconvertirlo. “Creamos corredores biológicos y nuestro objetivo era devolverlo a la Amazonia a través de la restauración ecológica”.
Fue poco tiempo después de presentar esa tutela que recibimos la amenaza
Después del asesinato de Fernando, Luis tiene miedo, no sale de su casa y cuando lo hace sale escoltado. Aún no sabe muy bien qué hacer. Trabajaban juntos, eran socios, amigos, casi hermanos, y ahora solo queda un vacío enorme.
Pero si hay algo que Luis tiene claro es que continuará luchando por mantener vivos los diversos proyectos que habían empezado.
El lugar donde Luis se siente más expuesto en estos momentos es en la reserva que creó con Fernando, pues asegura que los enemigos de gran calado que han tenido se los han ganado por la lucha ambiental en contra de petroleras y de la minería ilegal.
Antes del asesinato de Fernando recibieron dos amenazas e intimidaciones extorsivas. Una en el 2019 y otra a inicios de este año. “Coincidieron con los momentos más representativos de los que hicimos con la fundación”, dice Luis.
Por ejemplo, a finales del año pasado lideraron junto con un grupo de investigación de la Universidad de la Amazonia la presentación de tres tutelas para declarar el río Pescado, que atraviesa la reserva natural, el río Caguán y el río Caquetá como sujetos de derecho. El objetivo principal era proteger los tres afluentes de la explotación petrolera y minera que desde hace años intenta llegar a la zona.
“Fue poco tiempo después de presentar esa tutela que recibimos la amenaza. Claramente debo decir que las tutelas no prosperaron. Solo la del río Pescado fue aprobada en primera instancia, pero negada en segunda”, dice Luis. Y fue a partir de ese momento cuando Luis y Fernando empezaron a sentir miedo.
Una amiga y abogada de Fernando, que prefiere mantener su nombre en reserva, asegura que nunca le habló de las amenazas; sin embargo, sí le preguntaba constantemente sobre qué pasaría con sus perros, con los demás animales y con los terrenos si a él le pasaba algo.
“Era un hombre sencillo, auténtico. Hablar con él era fácil, concreto, obstinado… Muy obstinado. Tenía un carácter fuerte, pero su nobleza era inmensa. Altruista, con un sentido social que no le he visto a nadie. Generoso con sus causas sociales, con sus perros…”, dice su amiga.
Y afirma: “En este país hacer cosas en contra de la ganadería ilegal, el tráfico de fauna y las petroleras es una sentencia de muerte. Pienso que él era muy consciente de los riesgos que corría, pero era muy obstinado”, dice su amiga.
Una amistad de toda la vida
Luis y Fernando se conocieron cuando estudiaban el bachillerato. Desde entonces se convirtieron en buenos amigos. Fernando siempre se destacó por ser el que ocupaba el primer puesto en las calificaciones, era muy “pilo, muy dedicado al estudio”.
Fuimos los únicos caqueteños que pasamos a la Nacional en el 98
Los padres de Luis son docentes de escuela y los de Fernando se dedicaron al comercio. “Somos de familias humildes, nos tocó duro en la vida”, recuerda nostálgico Luis. Ambos creyeron siempre que el logro de sus proyectos de vida estaba enmarcado inicialmente en formarse académicamente, así que siempre destacaron en los estudios.
Siendo muy jóvenes no destacaban mucho en el fútbol. “Los chicos populares eran los que jugaban fútbol”, dice Espinosa. Sin embargo, crearon un equipo conformado por los ‘troncos’ del curso y curiosamente lograron hacerles contrapeso a los mejores jugadores.
Terminaron bachillerato en Florencia y se presentaron a la Universidad Nacional: Fernando, a Medicina y Luis, a Economía. “Fuimos los únicos caqueteños que pasamos a la Nacional en el 98”, dice orgulloso Luis, y recuerda: “Fuimos asistentes del programa de Biología de la Universidad de la Amazonia. En tres meses del año 98 nos preparamos fuertemente de manera autónoma para presentar el examen a la Nacional”.
A mediados de ese año compraron el periódico EL TIEMPO en el parque Central de Florencia y allí vieron publicado que ambos habían sido seleccionados. Viajaron a vivir a Bogotá, al apartamento de un primo de Luis. “Con el esfuerzo de nuestros padres y el nuestro sacamos adelante las carreras siendo de provincia, sin conocer la ciudad, pero enfrentándonos a esa realidad de que formarnos académicamente en una universidad como la Nacional nos iba a permitir ese sueño de nuestro proyecto de vida y aportar al territorio”, dice Luis.
En ese entonces, la situación económica de ambas familias era bastante crítica, a los dos jóvenes les mandaban la plata justa para el arriendo, los buses y las fotocopias, del resto se encargaban ellos trabajando en el Drive In de Las Américas en Puente Aranda. “Jueves, viernes y sábado en la noche íbamos los dos a trabajar allá y ayudábamos a parquear carros o llevando el trago o la comida a los carros”.
Espíritu de la selva
El compromiso que siempre tuvieron Luis y Fernando fue regresar a su tierra, aportar a la Amazonia, “siempre nos apasionó”. A ambos los unían los axiomas de la protección, la conservación y la lucha por la manigua, pero no desde la palabrería, sino desde la acción.
“Por eso, en el 2018, cuando Fernando terminó su especialización en Reumatología, decidieron hacer empresa y de manera paralela con Rheumahelp IPS, que es una clínica de reumatología, liderar el tema ambiental en territorio a través de la fundación Romi Kumu, que en vocablo macuna traduce espíritu de la selva”, cuenta Luis.
Éramos afortunados de tenerlo acá porque es una especialización escasa y muy necesaria
Carlos Álvarez es director de Ilusión Films y quien estaba trabajando con Fernando en la realización del documental, y sobre Fernando asegura: “Él era un claro ejemplo de resiliencia muy tesa, la típica historia del joven de provincia que no tiene oportunidades, pero que logra salir adelante a pulso. Y una vez logra el éxito económico, en lugar de comprar una camioneta grande y una finca lujosa, empieza a comprar tierra para crear una reserva natural de la sociedad civil con el principio fundamental de la preservación de la vida”.
En el terreno que compraron se han sembrado más de 14.000 árboles a través del proceso de enriquecimiento forestal, sistema silvopastoril o agroforestal. La reserva es surcada por el río Pescado y el río Boquerito. El lugar es una fábrica de agua. En el predio hay más de 20 cuerpos hídricos. “Es hermoso. En época de sol uno se puede bañar…”, dice Luis, y describe: “Aguas totalmente cristalinas y unos charcos superhondos”.
Cuando se entra a la reserva lo primero que se encuentra son corredores biológicos en los que antes se cultivó caña. Luego, una casa y un complejo ero –uno de los proyectos que desarrollan es producir a orgánica–. Unos metros más allá hay un corral para ganado de genética zebuina con el objetivo de enseñarle al campesino a tener vacas mientras conserve la naturaleza de sus territorios.
En la reserva, todas las fuentes hídricas están totalmente aisladas y protegidas de cualquier posible contaminación. Luego está la planta de producción de Cervecería Amazónica de Colombia, un emprendimiento que nació como excusa para sustentar la conservación de la reserva. Con esta se busca, a través de la cosecha de frutos típicamente amazónicos, producir cerveza. “Por cada tres cervezas que vendemos, se siembra un árbol en el predio”, explica Luis.
Fernando era el único médico reumatólogo del departamento de Caquetá. “Éramos afortunados de tenerlo acá porque es una especialización escasa y muy necesaria”, señala Jorge Muñoz, médico del Hospital Departamental María Inmaculada, que tuvo la oportunidad de compartir con Vela en dos ámbitos. Por un lado, trabajaron juntos en el hospital. “Era un excelente médico. Muy cercano a los pacientes”, señala.
No nos sirven potreros enormes ni territorios dañados por la minería o las petroleras
Y por el lado ambientalista. Muñoz es un apasionado del avistamiento de aves y creó la Asociación Ornitológica de Caquetá. “Estábamos buscando financiamiento privado para la asociación y me acerqué a la Cervecería Amazónica de Colombia, y me encontré con que Fernando estaba al frente de esta empresa. Nos quiso ayudar sin dudarlo pues el propósito es crear proyectos para proteger al águila arpía”.
Además, en el lugar también tienen un vivero de árboles y plantas amazónicas, un orquidario y otro vivero de plantas medicinales que un mayor indígena les ayudó a crear. Siguiendo por ese camino se atraviesa por un puente colgante el río Pescado y se llega al hogar de paso de fauna silvestre.
Luis trabajó durante años con la Universidad de la Amazonia y desde el cargo de jefe de planeación apoyó el mejoramiento de las condiciones locativas del hogar de paso de fauna silvestre que la policía ambiental o Corpoamazonía incautaba.
Sin embargo, el espacio de la universidad es limitado y, lastimosamente, la mayoría de animales que se incautan no pueden volver a su territorio por su nivel de domesticación o porque tienen determinados patógenos.
Así que decidieron, junto con Fernando, crear este espacio para tener a los animales que ya no pueden regresar o que son de paso. En este momento, en la reserva se encuentran loros, guacamayos, una tigrilla, zorrillos amazónicos y una gran cantidad de monos, entre otros.
“Lo quisimos tener al otro lado para aislarlos del trasiego de las personas y además, por condición de bioseguridad de los animales, deben estar lo más aislados posibles”, explica Luis. Todo esto rodeado por bosque nativo que cada vez crece más.
“Nuestro objetivo es mostrarles a las comunidades que todos nos podemos unir en la causa de defender la Amazonia, la región más estratégica para el equilibrio climática de todo el planeta, y aprender a valorar que los árboles sirven más de pie. No nos sirven potreros enormes ni territorios dañados por la minería o las petroleras”, sentencia Luis.
Creación de vida
En el marco de esta lucha por el medioambiente que emprendieron Fernando y Luis en el Caquetá se encontraron con Carlos Álvarez, que tiene una productora y trabaja un documental sobre el conflicto colombiano que se va a llamar Voces.
Fernando era un soñador con método. Una persona que iba jugando las fichas para poder cumplir sus sueños. Más que sueños eran una cuestión para el futuro del mundo
En la investigación que venía realizando Álvarez con su equipo encontraron que una víctima silenciosa pero histórica en Colombia ha sido el medioambiente. Para contar esa parte de la historia llegaron al Caquetá. Hay que tener presente que los departamentos con las cifras más altas de pérdida de bosque en el 2020 fueron Meta, con 35.556 hectáreas; Caquetá, con 32.522; Guaviare, con 25.553, y Putumayo, con 13.141.
Es ahí cuando aparece Fernando. “Con él llegamos a la conclusión de que debíamos hacer un registro sobre lo que pasa en el departamento”, explica Álvarez. Hace poco más de un año, todo el equipo de grabación viajó a Florencia y arrancó la aventura de rodar mes y medio el documental Monilla Amena.
Según explica Álvarez, Monilla Amena es el mito de la creación de la vida para los indígenas del sur del país, sobre la defensa de la vida en todas sus maneras. Cuenta que hay un árbol que cortan y cae sobre el continente Suramericano. El tronco es el río Amazonas y las ramas son los otros ríos que conectan esa autopista de la vida que es el agua. Cada rama tiene una punta que es la cabeza de un mojojoy que se mete a la selva y que va arando la tierra e inyectando esa agua en la tierra.
Fernando acompañó a Álvarez y su equipo en todo el recorrido, él se terminó casi que convirtiendo en el protagonista del documental. “Tiene que haber más gente en Colombia como este man: un médico que conoce a todo el mundo, que les cae bien a todos, que es tremendo cerebro. Me pareció un tipo brillante, no solo en temas de medicina, sino en lo medioambiental, en el entendimiento de la naturaleza, en los procesos de la vida, y me parece absurdo que lo hayan matado”, dice impactado Álvarez.
Fernando creció en Caquetá y conoció de primera mano la transición del conflicto a la esperanza de la paz. Pero ahora se evidencia el regreso de la guerra y los caqueteños y el medioambiente son las grandes víctimas.
“Nadie está haciendo nada, los ganadores están felices, uno ve los planchones gigantes sacando vacas que no están vacunadas; la minería ilegal no para, los narcocultivos se siguen expandiendo y cada vez están matando a más y más gente”, señala Álvarez.
Y asegura: “Fernando era un soñador con método. Una persona que iba jugando las fichas para poder cumplir sus sueños. Más que sueños eran una cuestión para el futuro del mundo”. El documental seguirá en pie al igual que los proyectos por los que Fernando luchó toda su vida.
SIMÓN GRANJA MATIAS
Redacción Domingo
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