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¿Qué tan cerca estamos de vivir en ciudades flotantes?

EL TIEMPO habló con Marc Collins, gestor de Oceanix City, un proyecto que conquistó ONU–Hábitat. 

Oceanix City

Oceanix City Foto: Oceanix City

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En un pronunciamiento sin precedentes, Naciones Unidas itió que las ciudades flotantes podrían ser una muy atractiva vía de solución a dos problemas muy serios de la humanidad: el cambio climático y el crecimiento urbano descontrolado a nivel global.
La declaración se produjo luego de que un grupo de arquitectos, urbanistas y académicos que por años han investigado cómo lograr que los humanos vivan en estructuras completamente sostenibles sobre el mar, le presentaran a la ONU, en abril, el proyecto Oceanix City: la primera ciudad flotante con tecnología que le permitirá operar con energías limpias, cultivos en el mar y barrios modulares móviles, entre otras innovadoras características.
EL TIEMPO habló con Marc Collins Chen, CEO de Oceanix, la empresa que lideró la conceptualización de estas urbes y logró que su proyecto desembocara en una alianza con ONU–Hábitat.
“Son una alternativa a las ciudades costeras que crecen cada vez más y generan presión ambiental: el mar se traga la basura mal manejada”, dice Collins, quien menciona una razón para pensar en ciudades en el océano: el nivel del mar sube aproximadamente 3 milímetros al año como consecuencia del cambio climático, pero la cifra podría triplicarse hasta a llegar a 10 milímetros más para el 2100, según un estudio de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Es decir que para final de siglo, el nivel podría aumentar más de 65 centímetros. La consecuencia es casi obvia: las ciudades costeras podrían estar en riesgo de desaparecer. Y, según Collins, la solución es ponerlas a flotar para que no se inunden.
“Diseñamos ciudades para el clima del mañana. En 2020 podríamos tener el primer prototipo”, sentencia.
Parte del modelo se conoció en la 1a asamblea global de ONU– Hábitat, donde Collins fue una celebridad. A él acudieron países, sobre todo de Asia, interesados en adoptar el proyecto en sus mares territoriales.
“Serán extensiones de ciudades, por lo que estarán a un kilómetro o dos de tierra continental”, precisa.
La propuesta de Oceanix incluye una amplia gama de sistemas de energía limpia: es solares, turbinas eólicas, obtener electricidad del movimiento de las olas, entre otros. El agua potable también vendrá del entorno: destilarán de vapor de agua, capturarán de agua de la atmósfera y recogerán la lluvia.
Además, planean que sea autosostenible en alimentación: la comida vendrá de granjas flotantes, huertas caseras, cultivos verticales y pesca moderada.
Para asuntos de movilidad se habla de no utilizar combustibles fósiles y de priorizar la movilidad activa: bicicletas, caminatas o navegaciones. En síntesis, urbes que no seguirán agravando el problema de la emisión de gases de efecto invernadero y, por tanto, ayudarían a parar el calentamiento global.
Ahora, la alianza con la ONU tiene un objetivo clave: hacer las casas asequibles. “No son para ricos. Queremos un mundo sostenible para todos. La clave es que el metro cuadrado en el mar aún no tiene precio. Entonces podemos trabajar con constructoras que edifiquen a la mitad del precio de lo que cuesta en tierra”, sostiene Collins.
Asimismo, dice que otra estrategia para lograrlo es construir barrios modulares, es decir que se hagan en fábrica y naveguen hasta anexarse a la ciudad.
“Es más barato. Y tampoco queremos ofrecer mega-apartamentos. Pensamos en algo más modesto: unidades de 35, 42 y 50 metros cuadrados”, detalla.

Entusiastas del proyecto

Las ciudades flotantes han despertado tanto interés en la ONU que su vicesecretaria, Amina Mohammed, le dedicó un discurso cuando se firmó la alianza.
“Son un medio para asegurar la resistencia al clima, ya que los edificios pueden elevarse con el mar. Y cuando todas las comunidades flotantes se diseñan desde cero, desde el inicio se pueden hacer climas neutrales. Las ciudades nos dan la oportunidad de volver a imaginar cómo construimos, vivimos, trabajamos y jugamos”, destacó Mohammed en su pronunciamiento y agregó que todo sería posible si se priorizan las asociaciones con investigadores del tema.
Jacob Kalmakoff, urbanista con estudios de desarrollo sostenible de la Universidad de Oxford y encargado de conectar iniciativas de este tipo con ONU - Hábitat, destaca que aunque haya proyectos similares a ese en el mundo, lo que les ha interesado de Oceanix es la amplia plataforma de investigadores y aliados que han brindado su respaldo a esta propuesta.
Ahora, acerca de las ciudades pensadas para un público de clase media, Kalmakoff le dijo a EL TIEMPO que es mucho en lo que la ONU los puede asesorar: “La clave, sobre todo, es crear procesos participativos: presentar el proyecto a la comunidad, escuchar sus necesidades y propuestas. Solo entonces es posible determinar el precio real de la obra y elegir las estrategias de reducción de costo correctas”.

Nueva relación con el mar

“Todo lo malo que hacemos en la tierra termina, en últimas, en el mar. Necesitamos interactuar de otra forma con el medioambiente”, afirma Collins.
Y en esto coincide Patri Friedman, uno de los primeros gestores de las ciudades flotantes y fundador de The Seasteading Institute (ver nota anexa). “Una de las razones por las que las personas no cuidan el mar y arrojan basura es por no verlo. Cuando vivan allí les importará que esté limpio”, asegura.
Para no hacer daño en el mar, Collins propone un sistema de aguas residuales que funcione como bucle cerrado, para que el líquido se recicle. También estudian la posibilidad de instalar arrecifes artificiales para que haya más especies cerca.
De hecho, muchos de los elementos de Oceanix City se inspiran en antiguas comunidades flotantes: Uros (Perú), los Tanka (China) y otros ejemplos más de Indonesia y Filipinas.
“Hay una sabiduría milenaria sobre esto, y nos interesa entender cómo se adaptaron a vivir en el agua. Lo que nosotros queremos hacer, con la tecnología de hoy, es que ahora sean comunidades sostenibles”, dice Collins.

Las urbes sobre el mar, una utopía política

Antes de ser un proyecto sostenible, las ciudades flotantes se concibieron como una revolucionaria apuesta política desde el The Seasteading Institute, una organización sin ánimo de lucro que plantea la posibilidad de instalar comunidades independientes en mar internacional, lejos del control de cualquier gobierno.
En 2008, Patri Friedman fundó el instituto con el millonario apoyo del cofundador de Pay-Pal, Peter Thiel, y comenzó a investigar cómo crear estas urbes ecoamigables que permitieran que sus habitantes crearan y experimentaran nuevos sistemas políticos y sociales. Para Friedman, la democracia ya no es una opción.
“El siglo XX fue su gran momento. Pero en el XXI hemos descubierto que falla. Todos votan, pero pocos tienen el poder; hay leyes, pero benefician a grupos económicos; dice ser para la gente, pero el sistema no ha podido resolver retos como las migraciones o la desigualdad. Es tan grave que la democracia en Estados Unidos nos tiene polarizados. La gente es capaz de dejar de ser tu amiga si votas por otro. No es funcional”, le dijo Friedman a EL TIEMPO.
Por eso, tecnológica y urbanísticamente, darán las herramientas para que las ciudades sobre el mar propicien entornos en los que los habitantes inicien nuevos tipos de sociedades con sus propias reglas. “Mi visión es que crearemos ciudades tal como se hace un iPhone. La clave será pensar en la experiencia de s (UX) para que sea agradable vivir allí”, dice. De hecho, en la página oficial de The Seasteading Institute hay un formulario en el cual se pueden inscribir los voluntarios para probar la vida sobre estas estructuras cuando estén listas.
Aunque Friedman no define una fecha en la cual sean una realidad, sí vaticina algo: “Habrá ciudades flotantes antes de que el hombre ponga una colonia en el espacio”.
Sin embargo, The Seasteading Institute no ha contado con la misma suerte que Mark Collins y Oceanix. Su proyecto insignia, un prototipo en la isla de Tahití, en la Polinesia sa, se detuvo abruptamente hace unos meses. “Hubo elecciones. Los políticos dijeron que éramos extranjeros que veníamos a arruinar la estabilidad y las vistas de una de sus mejores islas. Tuvimos que empezar de nuevo; estamos negociando con otras naciones del Pacífico para continuar con el proyecto”.
Habrá ciudades flotantes antes de que el hombre ponga una colonia en el espacio
A la idea tampoco le han faltado detractores. “Hay quienes dicen que estamos huyendo en vez de tratar de arreglar la Tierra en que ya vivimos. Creen que es una pérdida de tiempo y recursos. Por eso iro lo que hizo Oceanix con la ONU: logró captar su atención. Pero es un sueño ambiental. No hay un proceso para que sean ciudades soberanas. Nosotros sí estamos dispuestos a comenzar esa discusión”, afirma.
ANA PUENTES
EL TIEMPO

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