“Tengo que llegar a hacer tareas con mis hijos”. “Tengo que sacarle la ropa a mi esposo para que se vea bien”. “Tengo que hacerles todo a mis hermanos, ellos jamás serán tan organizados como yo”. “Estoy cansado de hacer todo en la oficina, nadie hace nada bien”.
¿Les suenan estas frases? Todos tenemos responsabilidades, de eso no hay duda. Pero ¿cuántos inhabilitamos a nuestros seres queridos y vamos imponiéndonos obligaciones que tienen efectos nocivos?
Una cosa es ayudar, y otra diferente es inhabilitar. Inhabilitar es cuando hacemos por los otros lo que ellos podrían hacer. Vale la pena aclarar que no es que lo hagan igual de bien a lo que consideramos que nosotros lo podríamos hacer, pero sí que lo pueden hacer a la manera de ellos.
Cuando inhabilitamos les estamos diciendo a nuestras ‘víctimas’ que no confiamos en ellos, que no los creemos capaces y que jamás nos van a dar la talla. Por un lado, les confiamos en ellos, que ojalá tengan autoestima y que deben prepararse bien para el mundo, pero con nuestros actos hacemos completamente lo contrario.
Muchos entramos en este error para no afrontar temas que tal vez estén sucediendo en nuestras propias vidas.
Si yo no me meto en la vida de los demás, eso me daría tiempo para ocuparme de la mía.
¿Cuántos usamos a nuestros hijos, nuestras parejas o nuestro trabajo como excusas para no cumplir con nuestros sueños o realizar las cosas que son importantes para nosotros?
Antes de quejarse por quitarles las responsabilidades a los demás para echárselas a usted encima, piense cuáles son las verdaderas razones por las cuales lo hace y entienda que mientras más hace por las personas, menos les está dando la posibilidad de hacer por ellas mismas.
ALEXANDRA PUMAREJO
@DeTuLadoConAlex