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Uno de los grandes problemas de las personas es que sienten la necesidad de comprar una gran cantidad de cosas y no miden sus gastos. Foto: iStock

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Voy a contar algo que parece sacado de una serie de terror, pero es una historia real. En 1846 hubo una revolución en la Medicina, se empezaba a creer en la ciencia empírica y se dejaban de lado las teorías de maleficios y espíritus; a través de las autopsias se aprendía y experimentaba directamente sobre el cuerpo humano.
Ese mismo año, el médico húngaro Ignaz Semmelweis, recién graduado de la universidad, inició su carrera en el Hospital General de Viena. Lo primero que encontró fue una cifra alarmante de mujeres que morían después de dar a luz. Del 13 al 18 por ciento de las nuevas mamás fallecían por una enfermedad que llamaron “fiebre de parto”.
En el hospital había dos clínicas de maternidad; una con médicos y estudiantes que trabajaban e investigaban, y otra donde los partos eran atendidos por parteras.
Para asombro del joven científico, la tasa de mortandad en la clínica de parteras era solo del dos por ciento, muy inferior a la de los médicos.
El doctor Semmel-weis quiso saber qué diferenciaba a las dos clínicas; realizó varios experimentos sin éxito, hasta que un día uno de sus compañeros se cortó un dedo realizando una autopsia. Días después cayó enfermo y luego murió. Según la autopsia realizada por Semmelweis, su amigo había muerto de fiebre de parto, evidenciando que esta no era exclusiva de las mamás.
Semmelweis se percató de que era costumbre que los médicos realizaran autopsias y después atendieran los partos. Como en esa época no se lavaban las manos ni limpiaban los instrumentos utilizados, concluyó que quedaban partículas de los cadáveres en sus manos y después infectaban a las mujeres durante el parto.
Para comprobar su teoría, el doctor y su equipo experimentaron lavarse las manos y los instrumentos con cloro después de las autopsias. Las muertes disminuyeron drásticamente.
Se creería que sus colegas le dieron la bienvenida a semejante descubrimiento. Lejos de ser así, lo ridiculizaron y fue despedido del hospital. La comunidad médica rechazó con tal vehemencia su teoría que en 1865 sufrió un ataque nervioso, fue internado en una clínica mental y ahí permaneció hasta su muerte.
Asombrosamente, la práctica de lavarse las manos no se implementó sino hasta muchos años después del descubrimiento... centenares de mujeres siguieron muriendo.
¿Por qué? Porque los médicos no quisieron itir que la responsabilidad y la solución estaban, literalmente, en sus manos. Prefirieron seguir cometiendo los mismos errores, a costa de muchas vidas, antes de reconocer que eran ellos los culpables.
Hoy, esta historia real suena traída de los cabellos, pero les pregunto: ¿les recuerda algo que esté sucediendo en sus propias vidas?
ALEXANDRA PUMAREJO
@DeTuLadoConAlex

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