A los mayores de 70 años nos confinaron hace tres meses; a mí me cogió la medida en una finca cerca de Bogotá, y desde aquí se me han venido a la cabeza algunas ideas sueltas que deseo compartir con la comunidad universitaria.
Aclaro que no hago parte de la rebelión de las canas porque comparto la decisión de cuarentena obligatoria, que sirve a los abuelitos, como nos llama el presidente, y a la vez evita que los hospitales se congestionen cuando los picos de la pandemia lleguen a su cumbre.
Me siento tranquilo, trabajando más que antes —mejor, teletrabajando—, con algunas ventajas: servirme un café en cualquier momento, estoy ahorrando más de dos horas en trasporte diario, no tengo mayores distractores y, al terminar la larga jornada, me voy directo a la cama. Siento que he ganado en eficiencia, aunque me falta el encuentro cercano con la comunidad de la Universidad Central.
Un drama con varios capítulos
Nadie estaba preparado para que un bicho más pequeño que la milmillonésima parte de un metro causara tanto revuelo en la humanidad y desconcierto a los científicos, con lo que se comprueba que no hay enemigo pequeño. El virus llegó y ningún Gobierno sabía cómo enfrentar el problema.
En las primeras semanas aparecieron los epidemiólogos con sus modelamientos basados principalmente en la posible tasa de contagio (Ro), la letalidad y otras variables, cuyos datos eran desconocidos o no confiables, pero desde el comienzo recomendaron cuatro medidas básicas que aún siguen vigentes y han mostrado ser efectivas: tapabocas, distanciamiento, lavado de manos y confinamiento.
Más tarde hicieron presencia los infectólogos (virólogos) y los biólogos moleculares que fueron describiendo la secuencia genómica del SARS-CoV-2, fundamento para más avances, particularmente relacionados con las posibles vacunas y las pruebas moleculares y serológicas. Finalmente, hace un par de meses, aparecieron en escena los médicos clínicos (intensivistas, neumólogos y otros) con sus ensayos para encontrar evidencia, y vienen proponiendo enfoques de tratamiento con algunos medicamentos y apoyos.
Mientras los científicos trabajaban en el virus y los epidemiólogos en la distribución de la
pandemia,
aparecieron los economistas para mostrar los efectos nefastos de esta en el empleo, los ingresos, el consumo, los precios y, más allá, las repercusiones en las familias más pobres, en las empresas y en la economía del país.
El cuadro se hace cada vez más complicado. Ahora, después de 90 días de cuarentena y ante la posibilidad de extenderla en algunas circunstancias, nos visitan psiquiatras y psicólogos para mostrar el impacto del confinamiento en niños, jóvenes y adultos, esto ante la aparición de síntomas de ansiedad, depresión y miedo.
El capítulo más reciente es el de la insurgencia de millones de personas, bajo cualquier pretexto, como hemos visto en Estados Unidos, con la aparición de las fuerzas policiales extremas y con fuertes implicaciones políticas. En pocas palabras, el cuadro se complicó, y faltan algunos capítulos.
Consecuencias de la pandemia
Un hecho relevante es el resurgimiento de los
Gobiernos centrales y territoriales como los actores principales, primero para determinar las medidas sociales y luego para enfrentar los problemas sanitarios, económicos y sociales. También
se ha demostrado la importancia de las empresas privadas en la generación de empleo, riqueza, impuestos y, desde luego, de bienes y servicios. Sin embargo, es un hecho notorio que los agentes económicos privados no tienen, ni pueden ofrecer, soluciones macro, por lo que en cada país ha sido necesario acudir a medidas públicas de salvamento de la economía, con números que nos asustan por el monto (tres trillones de dólares en Estados Unidos, 500.000 millones de euros en Alemania), medidas en miles de millones de euros o dólares, pasando de unas manos a otras, en un intento de seguir moviendo el complejo aparato económico, hoy más aporreado que en la Gran Depresión o en las guerras mundiales.
La mayoría de los países está ensayando una política keynesiana, de estímulo al consumo, similar a la de Roosevelt en los años treinta. Otro fenómeno interesante es la importancia soterrada, pero real, que tiene la política.
En medio de la tragedia aparece sutilmente la lucha por el gran poder, en nuestro país, con los enfrentamientos de algunos alcaldes con el Gobierno central; en varias naciones, el fortalecimiento de la imagen de los gobernantes y, en otros, como Estados Unidos, las estrategias y jugadas electorales de los dos grandes partidos ante las elecciones presidenciales de noviembre. Siempre anda por ahí rondando la política.
Efectos sobre las personas
Pero regresemos a los individuos y su cotidianeidad bajo el confinamiento. Sin duda en esta, como en pandemias anteriores, las aglomeraciones, las multitudes y la congestión de las ciudades constituyen el factor de riesgo de contagio más alto, nada fácil de mitigar, porque hay demasiada gente en espacios limitados y el planeta se nos está quedando pequeño para albergar a tantos seres humanos.
El escenario más común es el de una familia de varios , entre niños, adultos y ancianos, compartiendo una vivienda urbana pequeña en donde se vive en aprietos, cruzándose unos con otros, a veces exasperados y otras deprimidos, ansiosos y tristes. Estas escenas se han vivido a lo largo de la historia universal, pero ahora son más complicadas porque las personas convivían por algunas horas, pero no de una manera tan larga.
Para algunos, las dificultades aparecen cuando hay un solo computador, un celular inteligente o una tablet; no se cuenta con buena señal de internet; y, cuando la herramienta está disponible, la disputan los niños, los jóvenes universitarios y los padres, de manera que se presentan conflictos familiares, porque el computador se ha convertido en una especie de “segundo yo”, de la cual dependemos para muchas cosas.
Una parte muy reducida de los hogares no tiene afugias o afanes económicos, pero la mayoría sí los tiene, y graves. Los desempleados no cuentan con ningún colchón de seguridad, tampoco los trabajadores informales, ni los más de cinco millones que ya han perdido sus empleos. La pobreza, que había sido reducida, retorna a niveles de hace dos décadas, y la clase media pasa por una situación calamitosa que la hace retroceder a niveles de pobreza.
El país se ha empobrecido en unas semanas, la economía se ha contraído en cerca del 5 % y la recuperación será lenta y dolorosa. Ni la Nación ni las familias contaban con reservas para aguantar la desaceleración de la economía, ni tenemos ahorros ni somos previsivos.
En la Universidad Central nos estamos preparando con optimismo para una nueva etapa, diferente, innovadora, desafiante, mirando los retos próximos, pero a la vez entendiendo lo que ha sucedido antes. Esa empresa no la podemos dar solos los directivos y docentes, allí lo más importante es contar con la fuerza joven de nuestros estudiantes y de toda nuestra comunidad
JAIME ARIAS
*RECTOR DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL
Para EL TIEMPO