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¿Dónde están las mujeres en la Iglesia que el papa Francisco propone renovar?
Los hombres son el centro de las celebraciones eucarísticas, mientras ellas permanecen invisibles.
El papel de las mujeres en el pontificado de Francisco Foto: EFE
“Los temas relacionados con el mundo femenino me interesan de manera especial. En muchos de mis discursos me he referido a ellas, destacando lo mucho que queda por hacer para el pleno reconocimiento de la mujer”, comenta el papa Francisco en el prefacio del libro ‘Más liderazgo femenino para un mundo mejor: el cuidado como motor de nuestra casa común’, publicado el pasado 8 de marzo con ocasión del Día de la Mujer. Una ocasión que sirve como punto de partida para responder a la pregunta ¿dónde están las mujeres en la Iglesia, subrayando sus recientes palabras?.
Particularmente, en la Iglesia Católica, que el papa Francisco se ha propuesto renovar. O, como él lo planteaba, “repensar la Iglesia para que sea conforme al evangelio que debe anunciar”. Porque a lo largo de los siglos se han venido acumulando prácticas y doctrinas que no corresponden al proyecto de Jesús.
Fue el propósito del Concilio Vaticano II (1962-1965) que el papa Francisco ha retomado y está tratando de ponerlo por obra. No sin dificultad. Porque los cambios no se producen así tan fácilmente y hay quienes se oponen a cualquier reforma porque dan mayor importancia a la tradición que al evangelio.
Señala el papa en el prefacio del libro, que la investigación “pone de manifiesto las dificultades que siguen teniendo las mujeres para acceder a los puestos más altos del mundo laboral y, al mismo tiempo, las ventajas asociadas a su mayor presencia y reconocimiento en las esferas de la economía, de la política y de la propia sociedad”.
Precisa que “la Iglesia también puede beneficiarse de la valorización de la mujer”, recordando sus palabras en el discurso de clausura del Sínodo de los Obispos de la Región Panamazónica (2019): “Todavía no hemos caído en la cuenta de lo que significa la mujer en la Iglesia y por ahí nos quedamos solamente en la parte funcional […]. Pero el papel de la mujer en la Iglesia va mucho más allá de la funcionalidad. Y eso es lo que hay que seguir trabajando. Mucho más allá”. Y continúa en su reflexión, cuestionando la inequidad de género en la sociedad actual: “Las diferencias que aún existen son una grave injusticia. Estas diferencias, junto con los prejuicios hacia las mujeres, están en la raíz de la violencia contra ellas. He condenado este fenómeno en muchas ocasiones”.
El papel de la mujer en la Iglesia va mucho más allá de la funcionalidad. Y eso es lo que hay que seguir trabajando.
Entonces propone, siempre mirando hacia afuera de la Iglesia Católica y probablemente sin caer en la cuenta de la desigualdad que en ella existe, que “la igualdad debe lograrse en la diversidad, no porque las mujeres asuman comportamientos masculinos, sino porque las puertas del campo de juego están abiertas a todos los jugadores, sin diferencias de género (ni de color, religión o cultura)”. La realidad es que en la Iglesia Católica existen las ‘diferencias de género’ que el Papa cuestiona: las mujeres llenan las bancas de las iglesias, participan en el coro, a algunas se les permite hacer las lecturas, una pocas son itidas para repartir la comunión y, a lo mejor, una o dos recogen la limosna; manos femeninas hicieron los floreros, se encargaron del aseo, elaboraron las hostias, bordaron ornamentos y manteles, dispusieron la mesa del altar.
Pero son hombres los protagonistas, que en cualquier iglesia de barrio o en cualquier catedral están en el centro de las celebraciones mientras ellas permanecen invisibles. Y la liturgia es un sistema de representación que expresa, al mismo tiempo que internaliza, los modelos de relación hombres / mujeres en la Iglesia. Por eso, la ‘invisibilidad litúrgica’ de las mujeres representa su marginalidad y exclusión en la organización eclesial, como también que en la Iglesia hay espacios vedados para las mujeres, lo que pudo ser justificable en otros contextos en los que socialmente la mujer era subordinada y subvalorada, pero no en el actual, cuando se proclama la plenitud de sus derechos.
Mujeres en la iglesia Foto:Archivo El Tiempo
Igualdad de derechos
Más aún, la proclaman documentos del magisterio eclesial. Como la encíclica de Francisco Fratelli tutti [Sorelle tutte] (2020) al denunciar que “la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones” y afirmar que “es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer”. Y el concilio Vaticano II (1962-1965) al afirmar que “toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino” y que “no hay en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo”.
En la Iglesia Católica no faltan argumentos de los hombres del clero –y de algunas mujeres que piensan como ellos– para evitar que las mujeres ocupen el lugar que están reclamando.
Sin embargo, la práctica contradice la teoría. El canon 1024 del Código de Derecho Canónico establece la desigualdad por razón de género en la Iglesia Católica “porque las mujeres tienen menos derechos que los hombres”: “solo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación”.
Desigualdad que, vale la pena recordar, es herencia de la cultura patriarcal en la que la Iglesia tomó forma, como también que el origen de su estructura jerárquica y su organización se enmarca en el encuentro del cristianismo con la sociedad romana y que, cuando el cristianismo se convirtió en religión y sus dirigentes en sacerdotes, las mujeres fueron marginadas del culto y, consiguientemente, del espacio litúrgico.
Lo que pasa es que el mundo ha cambiado y las mujeres salieron del espacio doméstico en el que estaban recluidas e irrumpieron en el espacio de la organización social y política, atreviéndose a reclamar el lugar en la sociedad que en un mundo patriarcal se les había sido negado. Y mientras en la sociedad las mujeres han logrado transgredir los límites que el entorno patriarcal establecido para ellas, en la Iglesia Católica no faltan argumentos de los hombres del clero –y de algunas mujeres que piensan como ellos– para evitar que las mujeres ocupen el lugar que están reclamando porque, en el fondo, está en juego el poder. Y la isión de las mujeres al sacramento del orden que reclaman en la Iglesia Católica es asunto de poder.
Más allá del espacio litúrgico
En todo caso, más allá del espacio litúrgico que acaparan los hombres de Iglesia, las mujeres se han abierto a otros espacios. “Hay mujeres dirigiendo departamentos, escuelas, hospitales y muchas otras organizaciones y programas”, escribió Francisco en su libro ‘Soñemos juntos’. En ‘El camino a un futuro mejor’ y en ‘Querida Amazonia’ –ambas publicaciones del 2020– resaltó “la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo”. Lo que pasa es que estas “bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras” han ejercido un ministerio de facto en la Iglesia sin el encargo formal tradicionalmente reservado a los hombres de Iglesia por la ordenación: “de hecho desempeñan un papel central en las comunidades amazónicas”, reconoció el papa en el mismo documento.
Por su parte, y por primera vez en la historia, Francisco ha abierto espacio para las mujeres en las estructuras vaticanas tradicionalmente ocupadas por de la jerarquía eclesiástica, nombrando a Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos, y a una importante nómina femenina en cargos de subdirección: Linda Ghisoni y Gabriella Gambino, subsecretarias del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; Christine Murray, subdirectora de la Oficina de Prensa del Vaticano, para remplazar a Paloma García Ovejero; sca Di Giovanni, subsecretaria en la Secretaría de Estado Vaticana encargada del Sector Multilateral de la Sección de Relaciones con los Estados; la hermana Nathalie Becquart, subsecretaria para el Sínodo de los Obispos y primera mujer con derecho a voto en el aula sinodal, paso importante en una nueva manera de estar presentes las mujeres en la Iglesia; Emilce Cuda, secretaria de la Comisión Pontificia para América Latina, la hermana Alessandra Smerili, secretaria del Dicasterio de Desarrollo Humano Integral y la hermana Rafaella Petrini, vicegobernadora del Vaticano.
Mujeres dentro de la Iglesia católica Foto:Archivo El Tiempo
Ha nombrado mujeres como consultoras en dicasterios de la curia romana y como integrantes de organismos vaticanos, tales como la Congregación para el Culto Divino, la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Comisión Teológica Internacional, la Pontificia Comisión Bíblica, la Academia Pontificia por la Vida y el Consejo de Economía. También en las dos comisiones que recibieron el encargo de estudiar el diaconado femenino y en las comisiones encargadas de la puesta en marcha y desarrollo del Sínodo de la Sinodalidad. Y a los nombramientos hay que agregar la constitución apostólica sobre la reforma de la curia romana Predicate Evangelium (2022) que formaliza la participación de mujeres en los órganos de dirección de la Iglesia.
Esta presencia de mujeres en organismos y cargos de dirección se repite en todos los países y Colombia no es la excepción: en julio de 2021, la Conferencia Episcopal de Colombia nombró a la hermana Arelis Gaviria Montoya como directora del Departamento de Estado Laical y Juventud. Es la primera religiosa y primera mujer en ocupar un cargo de dirección en el episcopado colombiano.
El temor de Francisco a clericalizar a las mujeres
Pero al mismo tiempo que el papa Francisco reconoce los espacios que las mujeres se han abierto en la Iglesia y abre para ellas nuevos espacios, no se atreve a permitirles el al espacio que es propio de los hombres del clero: espacio sagrado y de poder al que ellos acceden por el sacramento del orden. Por eso, insiste en que ellas tienen su lugar propio. ¿Se refiere al lugar que la cultura patriarcal asigna a las mujeres y que es el espacio doméstico?. Tal vez, por eso, su temor a clericalizar a las mujeres responde a los imaginarios de la cultura patriarcal que encierra a las mujeres en el espacio doméstico y en el rol de esposa y madre.
"El reto para mí ha sido crear espacios donde las mujeres puedan liderar, pero […] sin clericalizarlas".
Lo expresó Francisco en Querida Amazonia (2020), planteando que “deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio”. Argumentó, asociando la clericalización al sacramento del orden, que otorgar “a las mujeres un estatus y una participación mayor en la Iglesia solo si se les diera al orden sagrado […] nos orientaría a clericalizar a las mujeres, disminuiría el gran valor de lo que ellas ya han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable”.
Y, para evitar clericalizarlas, en el mismo documento propuso “servicios eclesiales que no requieren el orden sagrado”, abriendo un nuevo espacio para las mujeres al permitirles acceder a los ministerios del lectorado y del acolitado, dos ministerios no ordenados que, en continuidad con la tradición, estaban reservados exclusivamente a los varones, y creando, además, el ministerio de catequista, que no se podían confundir con los ministerios ordenados del obispo, el presbítero y el diácono.
Expresó, también: “El reto para mí ha sido crear espacios donde las mujeres puedan liderar, pero […] sin clericalizarlas. Es algo que me ha preocupado en Roma: cómo integrar mejor la presencia y la sensibilidad de las mujeres en los procesos de toma de decisión en el Vaticano”. Un reto y una preocupación, porque ciertamente toma en serio la nueva presencia de las mujeres. Y si las ha nombrado es porque reconoce que están capacitadas y que su aporte es valioso, pero sin transgredir el espacio de los hombres de Iglesia permitiendo su ordenación.
¿Ordenación de mujeres?
¿Se vislumbra alguna esperanza de que en la Iglesia Católica se produzcan cambios para que sean clara y definitivamente reconocidos los derechos fundamentales de las mujeres y se supere la inequidad de género que documentos del magisterio eclesial califican de “inaceptable” y “lamentable” en sus críticas a la inequidad social? ¿Se atreverá el papa Francisco a dar el paso hacia la ordenación de las mujeres?
Por ahora, parece poco probable que, más allá de su reconocimiento en actividades pastorales y de dirección en la Iglesia, dé el paso para autorizar la ordenación de mujeres que la legislación eclesiástica prohíbe.
Muchas mujeres le entregan la vida a Dios como monjas de clausura, aunque se sigue cuestionando su invisibilidad. Foto:Archivo El Tiempo
Escribió en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013) que “el sacerdocio reservado a los varones es una cuestión que no se pone en discusión”, señalando la necesidad de “reconocer mejor el posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia”. Lo que ciertamente ha cumplido.
Y es un hecho, también, que no ha estado en su agenda la ordenación de mujeres: “La Iglesia ha hablado y dice no. Esa puerta está cerrada”, respondió a una periodista en el avión en que regresaba de Brasil (2013). “Sobre la ordenación de mujeres en la Iglesia católica, la última palabra es clara y la dio san Juan Pablo II y esto permanece”, respondió a otra periodista en el vuelo de regreso del viaje apostólico a Suecia (2016). Y, en entrevista para la revista America. The Jesuit Review (2022), respondió a la periodista Kerry Weber que “una mujer no puede entrar a los ministerios, a la ordenación” y que “su lugar es mucho más importante”.
El obstáculo que se levanta para que Francisco dé el paso que las mujeres estamos esperando es el temor a clericalizar a las mujeres que lo acompaña. Pero, podría sorprendernos. Porque ha entendido que es necesario hacer cambios y ha tomado en serio la nueva presencia de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia, abriendo las puertas vaticanas a nombramientos de mujeres.
Además, si hizo eco a la solicitud de la hermana Terezinha Rasera durante la audiencia en la que recibió a las religiosas de la Unión Internacional de Superioras Generales, UISG (2016) respecto al diaconado femenino, podría dar el paso al reconocimiento formal de la acción pastoral que ellas realizan, permitiendo su ordenación para poder servir en la Iglesia en igualdad de condiciones, como ocurrió en los primeros tiempos del cristianismo, cuando no existía organización jerárquica ni figuras sacerdotales y los rostros de las mujeres no habían sido ocultados ni sus palabras habían sido silenciadas.
ISABEL CORPAS
*Integrante de la Asociación Colombiana de Teólogas ACT