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El buen gusto francés y el increíble mar de Barú

La cadena Sofitel abrió un hotel cinco estrellas de playa en Barú, una nueva era para el turismo.

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. Foto: URIBE FOTOGRAFÍA

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PERIODISTA DE SALUDActualizado:

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La combinación no puede ser más soñada y tentadora. Las aguas color turquesa de Barú, 8.000 metros cuadrados de una playa tropical de arena blanca, el altísimo nivel de la arquitectura colombiana y todo el savoir faire en materia del buen servicio, buen gusto y lujo de la marca sa Sofitel.
Ya no hay que ir a las Bahamas o a República Dominicana para disfrutar de un cinco estrellas sobre las aguas del mar Caribe. Y lo que es mejor, está a solo 30 minutos de Cartagena en lancha rápida, a 45 en catamarán o a una hora y veinte en automóvil.
A mediados de diciembre, y sin muchos aspavientos, abrió sus puertas en la isla de Barú el hotel Sofitel Barú Calablanca Beach Resort. Su construcción tardó tres años y costó 100 millones de dólares, en un gran esfuerzo conjunto del Grupo Argos (propietario de los terrenos), Arquitectura y Concreto, el grupo hotelero francés Accor (dueño de la marca Sofitel) y PEI, el vehículo de inversión inmobiliaria líder en Colombia.
El resultado es más que notable. Una arquitectura muy sobria, de edificios bajos y muy bien integrada al lugar, pues maneja a la perfección las tonalidades del entorno y con una importante presencia de la madera, en honor y armonía con el bosque seco tropical que rodea a los edificios de este complejo.
“La naturaleza es la protagonista en todo su esplendor. Se logró una construcción discreta que no compite visualmente con el entorno. En contraste con lo tradicional, la esencia aquí es no destacar”, subraya Isabel Cristina Medina, gerente de proyecto de Arquitectura y Concreto.
Uno de los plus más importantes de este hotel es que todas sus habitaciones tienen vista al mar, y eso se aprovecha al máximo con ventanales que van de techo a piso en buena parte de ellas. Otro detalle importante es que las edificaciones –que suman más de 20.000 metros cuadrados– tienen amplios ‘túneles visuales’ que permiten ver el mar así uno esté en la cara de los edificios que no da a las aguas del Caribe.
En la decoración de las habitaciones predomina una paleta de colores crudos, ocres y taupé, con toques de azul turquesa, y con una gran preponderancia de los blancos en la ropa de cama y baños que, como corresponde, son de primer nivel hasta en el más mínimo detalle.
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. Foto:URIBE FOTOGRAFÍA

“El color salió del entorno”, dice Marcela Villegas, de la firma Entornos Productivos, responsable de la decoración interior y que se inspiró en la fauna y la flora de la isla. “Nos motivó la naturaleza, los manglares de la zona, los corales, las aves que hacen parte del aviario cercano al hotel, la población, la cultura del lugar y su maravilloso mar”, explica.
La idea, dice Íngrid Velásquez, gerente de mercadeo del hotel, es que “la gente sienta en todo momento que está en el Caribe colombiano, no en un hotel de playa más. Y por eso las habitaciones tienen murales pintados por artistas locales que, respetando la paleta de colores de la decoración, hacen honor a Barú, a su flora, a su fauna y la muy singular belleza de su mar”.
Un detalle muy importante es que muchos de los objetos que hacen parte de sus interiores, como las lámparas de mimbre, cojines y mesas, así como algunos elementos del mobiliario del hotel, fueron hechos por artesanos de la isla y la región.
Pero el asunto de la integración de la comunidad local al proyecto va más allá, agrega Velásquez: “Tres boutiques del hotel están destinadas a artesanos locales, que además han contado con la asesoría necesaria para potenciar sus emprendimientos; el 30 por ciento del personal del hotel es de la isla de Barú; hay varios proyectos productivos asociados al hotel y parte de la cadena de servicios al huésped implican activamente a personas de la zona, como la siembra de manglares o un curso de turbantes”, entre otras actividades.
Un sello del hotel son sus múltiples niveles. En el edificio central, van desde el lobby y el bar principal en el piso 3; los restaurantes Humo (de comida asiática) y Calablanca, en el piso 2, y el gimnasio y salones de conferencias en el piso 1, hasta una espléndida terraza-bar con unas vistas impresionantes, y que resulta perfecta para ver los atardeceres, en el piso 4.
Nos motivó la naturaleza, los manglares de la zona, los corales, las aves que hacen parte del aviario cercano al hotel, la población, la cultura del lugar y su maravilloso mar
Los edificios de las habitaciones también van bajando por niveles, hasta la playa. Y un patrón similar siguen las tres piscinas del hotel, la última de las cuales está literalmente al borde de la playa (ver foto).
Sobre la comida hay que decir dos cosas: más que correcta entendiendo lo que significa llevar los insumos hasta allí. Y el servicio, esmerado y amable, incluso con sus defectos, porque hay que entender que mucha gente de la zona apenas empieza en esto de la hostelería de alto nivel: y eso es importante, no solo para ellos, es importante para el país. El restaurante Humo es el estandarte y lo hacen muy bien. No es Salvaje (en Bogotá), pero volvemos al punto: el esfuerzo por hacer las cosas bien se nota, se agradece y se aplaude.
La carta de vinos sí la tenemos que criticar. Obvia, sin gracia e innecesariamente cara. Algunos vinos no merecerían estar allí. Pero, sobre todo, hay que dar opciones. Ese es el secreto del vino. No todos los días uno puede, o le apetece, duplicar o triplicar la cuenta por una botella de vino, por más ganas que tengamos de una buena copa. Hay que ser respetuosos frente a eso.
Pero vamos a la médula de esta historia, a su importancia real: a Cartagena siempre le ha hecho falta la playa. Ningún turista extranjero concibe ir al Caribe sin tener una experiencia de playa: una experiencia de playa caribeña en el amplio sentido de la palabra. Pero Cartagena, con todo y lo fascinante que es, siempre quedaba en deuda con este aspecto. Estaban las islas, es cierto, pero allí jamás hubo una infraestructura capaz de soportar en cantidad y en calidad lo que un destino como Cartagena exigía.
Eso ha empezado a cambiar con los nuevos desarrollos en Barú, y con ello, la importancia de Cartagena como destino turístico. Por eso estas líneas. La muy olvidada Barú va camino a transformar la historia de Cartagena como destino turístico de talla mundial.

Datos claves

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. Foto:URIBE FOTOGRAFÍA

 - 187 habitaciones, de las cuales 23 son suites. Y cada suite tiene su jacuzzi privado.
- La capacidad máxima es de 381 huéspedes.
 - Casi 300 empleados trabajan en el hotel, y el 30 por ciento es de Barú.
 - Este es el primer y único hotel en la isla en tener la certificación LEED, la más reconocida a nivel mundial para edificaciones sostenibles.
 - El Sofitel Barú Calablanca Beach Resort tiene una experiencia especial para los huéspedes que deciden visitar el famoso aviario de Barú.
 - El hotel está supervisado, por decisión –e inversión– propia, por Forbes Travel Guide: la ‘guía Michelin’ de los hoteles. En otras palabras, la guía decide quién es un cinco estrellas y quién no.
 - El proyecto va más allá del hotel, hay apartamentos y un vasto complejo de villas privadas que pronto estarán en venta. Pero ellos tendrán un limitado al hotel, para privilegiar al huésped.
 - Las tarifas son dinámicas. Para una habitación superior, la estándar, son 300 dólares en temporada baja y hasta 650 dólares en temporada alta.
REDACCIÓN DOMINGO

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