Opinión

Normas y travesuras

La transgresión de las normas como travesura se ha venido imponiendo y se convirtió en una patología social.

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Muy posiblemente haya normas desde que se inició la historia de la civilización. Son dinámicas, cambian con el tiempo, y una de las grandes revoluciones culturales consistió, precisamente, en el invento de normas para cambiar las normas. Pero han surgido algunos mecanismos irregulares para no cumplirlas sin derogarlas o cambiarlas.
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Un ejemplo paradigmático sucedió a finales de 2019, al comienzo del llamado “estallido social”. Epa Colombia, una influencer con cientos de miles de seguidores en las redes sociales se hizo filmar destruyendo a martillazos máquinas para cobro y puertas y ventanales de una estación de TransMilenio. Llevaba la cara parcialmente cubierta, pero fue fácil su identificación, sobre todo porque ella misma publicó los videos en sus redes sociales.
A pesar de que el daño fue evaluado en 1.200 millones de pesos, recibió una condena menor, excarcelable, una multa de 25 salarios mínimos y la prohibición de aparecer en YouTube por tres años. Le resultó una campaña propagandística de altísima eficacia y muy barata. A pesar de que sus acciones implicaban delitos, y contravenciones al Código de Policía, fueron tratadas como ‘travesuras’.
Otras de peso un poco menor son apenas transgresiones, no delitos, pero para vivir bien es importante que todas sean respetadas.
La transgresión de las normas como travesura se ha venido imponiendo y se convirtió en una patología social. Delitos como secuestro, extorsión y asesinato son tratados con inusitada benevolencia. La destrucción de bienes públicos se convirtió en un incidente insignificante; ataques violentos a autoridades son tratados como ‘gajes del oficio’. Vandalismo, maltrato a las personas (incluso a los magistrados), a las instituciones y a la Constitución, nombramiento de gestores de paz no pacíficos, todo ha adquirido categoría de travesura. Falta que propongan una ley estatutaria que la defina como derecho fundamental.
La verdad es que normas y reglas no son antiguallas sin valor. Toda la actividad humana está organizada y regulada por normas que permiten vivir con el mínimo daño a las personas. Han evolucionado históricamente en esa dirección. Su origen es difícil de precisar, pero seguramente coincide con el momento en que los grupos humanos empezaron a crecer y no bastaba el grito del macho alfa (como en nuestros primos simios) para organizar la convivencia.
Su evolución tampoco es fácil de explicar, pero seguramente surgieron como instructivos de comportamiento que se transmitían generacionalmente. La cultura oral tiene limitaciones en la cantidad de información y en la precisión de su transmisión. La invención de las escrituras permitió reunir las normas en códigos complejos y duraderos como el Código de Hammurabi y más tarde en libros sagrados que las presentaron como órdenes divinas y dieron, en gran medida, origen a nuestros sistemas de normas morales.
En los últimos años de la historia ha habido avances acelerados y algunos principios se establecieron sólidamente. Después de la Revolución sa (y la inglesa, para ser justos) nadie debería poder decir como Luis XIV, “el Estado soy yo”. Ni siquiera Napoleón. Las sociedades de hoy controlan a sus dirigentes. En Occidente (sí, a mi ver la cultura más avanzada en la actualidad) los derechos del individuo predominan sobre conveniencias y prejuicios, incluso si son de la mayoría. Es superior, por ejemplo, una sociedad que establece igualdad de sexos y géneros a una teocracia que esclaviza a mujeres y condena a muerte a homosexuales.
Hay normas de mayor peso, por el daño que causaría su inaplicación: las leyes. Otras de peso un poco menor son apenas transgresiones, no delitos, pero para vivir bien es importante que todas sean respetadas. La sociedad tiene el derecho de aplicar sanciones cuando sea necesario: desbaratar todo ese sistema dignificando las travesuras y otros trucos es suicida.

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