Santiago Vargas, columnista de este mismo diario, publicó
‘En defensa del porno’, texto en el que menciona que el porno es un modo de escape frente a la represión que se hace de los cuerpos y sus obscenidades. Adicionalmente, mencionó que “el grupo poblacional que más porno consume es el de los hombres jóvenes” y que por tanto las páginas de pornografía habían empezado una campaña contra la candidatura de Trump, quien habría planteado la prohibición de este contenido y el encarcelamiento de sus productores.
Por otro lado, y de forma contradictoria, hay estudios que mencionan que los ‘centennials’ son jóvenes que tienen una tendencia al puritanismo y que rechazan abiertamente el contenido explícitamente sexual. Me gustaría mostrar lo que estas dos ideas nos dicen de la juventud y por qué debemos cuestionarnos el consumo del contenido sexualmente explícito.
En un estudio realizado por Common Sense Media se encontró que, si bien ha habido un aumento del consumo de pornografía por parte de adolescentes, el 58 % empezó a verla accidentalmente. El sexo, al ser algo de lo que poco se habla, ha servido de vehículo para vender, como hemos visto en diversas campañas publicitarias o en las redes sociales que priman y viralizan el contenido al que las personas inundan de ‘likes’. Cuando uno sube una foto mostrando piel consigue más visualizaciones y seguidores que publicando una columna o un pensamiento interesante, la gente está absorta en la búsqueda del placer inmediato y no de las reflexiones profundas.
Algunos jóvenes conscientes de esto y de la violencia contra la mujer que existe dentro de la industria de la pornografía han empezado una campaña para desligarse de las redes, denunciar o bloquear este contenido, pues reconocen que, en un mundo que inunda por todos lados de hipersexualidad, se está perdiendo la capacidad de conectar realmente con los otros.
Hay estudios que mencionan que los ‘centennials’ son jóvenes que tienen una tendencia al puritanismo y que rechazan abiertamente el contenido explícitamente sexual
Como menciona Judith Butler: “El deseo es demasiado estrecho, centrado e interesado”, no da cabida al pensamiento o a la comprensión del otro como sujeto, sino que lo vuelve mero objeto de placer. No hace falta mencionar que la pornografía genera falsas expectativas al profundizar en que ese otro debería servir y amoldarse a mis deseos, generando una insatisfacción con el mundo real que constantemente nos recuerda que la realización cuesta e incomoda un poco más. Tendemos así a una falta de gusto para relacionarnos con los otros que desarrolla trastornos emocionales y adicciones a ese mundo virtual de la facilidad.
Ahora, considero importante recordar la introducción de ‘Historia de la sexualidad’, de Michelle Foucault: “Nosotros, los victorianos”, en la que se menciona que debemos escapar del movimiento pendular que puede generar la visibilización de prácticas de represión. Es decir, si bien no deberíamos reprimir las prácticas sexuales, pues, como menciona Vargas, estas encontrarán la forma de expresarse, tampoco deberíamos creer ciegamente que liberarnos de esa represión consiste en poder consumir pornografía a sabiendas de lo que implica para los actores y la sociedad en la que vivimos.
La verdadera libertad y expresión de la sexualidad no está en “defender el porno” y dar cabida al aislamiento social, sino en reconocer que el deseo supremo y sublime ocurre cuando permitimos que los otros existan como sujetos y reflexionamos sobre nuestras prácticas de consumo. Cuando dejamos de buscar placer en la finitud que nos trae más desazón y lo encontramos en cuestiones que toman tiempo y generan reflexión resistimos y generáramos cambio verdadero a la inercia social masturbatoria en la que estamos inmersos.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR
En X: @AleHiSoto