Nada es sucio por su propia cuenta. Más bien, son las sociedades las que rotulan con la etiqueta de ‘sucios’ comportamientos que amenazan con perturbar el orden social, tal como lo sostiene la gran antropóloga británica del siglo XX, Mary Douglas. Y entre nosotros, habitantes de las ruinas del cristianismo, sigue primando un sistema de valores que equipara a la virtud con la restricción del deseo. Por eso, acudimos al término obscenidad -la versión sexual de la suciedad- para referirnos a las manifestaciones intensivas del deseo. La obscenidad es, al fin y al cabo, una palabra que siempre busca justificar moralmente la represión de los comportamientos a los que se refiere. Pero bien nos ha enseñado la historia que los deseos que se reprimen nunca desaparecen, sino que siempre encuentran lugares marginales -tanto en las ciudades como en el mundo virtual- para expresarse. Y de esto no hay mejor testigo que la pornografía.
En 1964, un juez de la Corte Suprema de Justicia norteamericana alegó que, aunque no podía definir la pornografía, sabía muy bien lo que era cuando la veía. Yo, más bien, me atrevería a sugerir que la pornografía se refiere no a la expresión de la obscenidad, sino al desfogue de los deseos que la sociedad ha reprimido al llamarlos obscenos. El obsceno, más que el enemigo del puritano, es su hijo bastardo. Pero en la caza que el puritano emprende en busca del obsceno, el segundo tiene las de ganar toda vez que siempre encuentra la forma de vengarse de su padre carcelero. Y una muestra inesperada de esto se ha desencadenado en vivo y en directo en la batalla que actualmente se libra por la Casa Blanca. Esta es la historia.
El think tank conservador Heritage Foundation publicó hace unos meses un documento de 900 páginas conocido popularmente con el nombre de 'Proyect 2025'. Se trata de una hoja de ruta de la que el think tank pretende que se valga Donald Trump para transformar al país si es elegido presidente. Y aunque parezca un trivial panfleto repartido por alguien delirando en plena plaza pública, la verdad es que el Heritage Foundation ha ejercido una profunda influencia sobre el partido republicano desde tiempos de Ronald Reagan. Incluso, aunque Trump se haya apartado públicamente del documento, los del think tank se ufanan de que el magnate adoptara dos tercios de sus propuestas en su primer paso por la Casa Blanca.
Sea como fuere, al 'Proyect 2025' no le ha bastado con abogar por una mayor concentración de las instituciones en manos del ejecutivo, más aranceles, deportaciones masivas de inmigrantes ni frenar a los "ambientalistas radicales" en su "guerra contra el petróleo", sino que ha optado también por hacerle frente a la pornografía, insistiendo en su prohibición y hasta el encarcelamiento de sus productores. Tiranía, proteccionismo, racismo, cinismo ambiental y puritanismo en un solo paquete.
Pero es posible que el Heritage Foundation –quizás haciendo uso de la Segunda Enmienda– se haya dado un tiro en el pie. Al parecer, ilustres de la industria del porno lanzaron una milenaria campaña para advertir en páginas pornográficas acerca del peligro que corre ese solitario placer si la presidencia cae en manos de Trump. Y se trata de una campaña con mucho mayor alcance de lo que parece. No solo estará dirigida exclusivamente a los consumidores de porno en los siete swing states, sino que además resulta que el grupo poblacional que, de lejos, más porno consume es uno de los que tiene, entre sus manos, el poder de decidir la elección: los hombres jóvenes. Así que es ciertamente posible que, entre estos, uno que otro de los que pensaban votar por el republicano prefiera quedarse a solas en la penumbra de su alcoba el día de las elecciones. Y en una elección tan apretada todo voto cuenta.
Esto daría fe de que el obsceno no es solo el hijo bastardo del puritano, sino que es Edipo Rey, un hijo parricida.