Darle prioridad a la bicicleta como medio de transporte es apostarle a una ciudad sostenible y menos contaminante, ruidosa y congestionada. Además de ser un modo económico, ocupa menos espacio vial, contribuye a combatir el cambio climático y ayuda a reducir el sedentarismo de los bogotanos.
La bicicleta cada vez gana más adeptos. En 2005 cerca del 2% de los viajes se realizaban en bicicleta; hoy el porcentaje puede superar el 10%, en particular en las localidades del suroccidente y occidente de Bogotá.
De allí que una de las deudas pendientes que tenía la ciudad con los capitalinos era poner a rodar las bicicletas públicas, que no es otra cosa que un sistema de alquiler temporal y automatizado que facilita los desplazamientos cortos y la intermodalidad con el transporte público en el centro ampliado y norte de la ciudad.
Lástima que llegó un poco tarde, pues en muchas ciudades del mundo llevan varias décadas desarrollando este esquema, que se popularizó en el 2007 con los ejemplos de París y Barcelona, a tal punto que en muchas urbes ya van por la cuarta generación del sistema de bicicletas públicas. Un modelo que despertó el interés de empresas que comenzaron a competir con patinetas eléctricas.
Las bicicletas públicas son un modelo de negocio que domina la empresa privada, esta obtiene la concesión para prestar el servicio y, en contraprestación, recibe ingresos por el alquiler de las bicicletas y de los derechos de publicidad y patrocinio.
Desde hace mucho tiempo Bogotá venía intentando poner en marcha su modelo de bicicletas de alquiler, pero la estructuración financiera no era atractiva para el privado, pues involucra una compleja operación en temas como adecuación del mobiliario urbano, infraestructura tecnológica, sistema de abonos, recaudo tarifario, identificación de s y desbloqueo automático a distancia.
Por estas razones, el reciente lanzamiento del sistema de bicicletas públicas es un hito importante en la historia de la movilidad de los bogotanos.
En el 2008, el Concejo ordenó implementar el sistema de bicicletas públicas con el acuerdo 346, aunque solo hasta el 2014 la Alcaldía Mayor reglamentó su implementación con el decreto 596. Al año siguiente se celebró el contrato de concesión No. 1042-2015, cuyo objeto era “implementar y operar, por su cuenta y riesgo, el sistema de bicicletas públicas de Bogotá”. Sin embargo, el concesionario incumplió y fue multado por más de $8.400 millones.
En 2016 se intentó de nuevo con una propuesta de Asociación Público-Privada (APP), pero 2 años después fue rechazada porque el privado no entregó la información requerida que permitiera viabilizar el proyecto en los tiempos establecidos. Hacia 2018 se recibió otra iniciativa APP, la cual tampoco prosperó y, en 2021, se declaró fallida la propuesta. Ese mismo año se abrió un proceso de convocatoria y se adjudicó por licitación pública un contrato de aprovechamiento económico del espacio público con la empresa brasilera M1 Transportes Sustentaveis Ltda, estimado en 10.467.842.760 pesos, el cual se pagará en especie y tendrá un tiempo de duración de 8 años, incluyendo la etapa de alistamiento.
Por estas razones, el reciente lanzamiento del sistema de bicicletas públicas es un hito importante en la historia de la movilidad de los bogotanos.
Por supuesto, no todo es perfecto. Hay que prestarle atención al costo del alquiler, pues aunque hay planes económicos para abonados permanentes, no son tan baratos para quien decide alquilar una bicicleta de manera temporal. El costo de entrada es de 890 pesos por la retirada de la bici más 150 pesos por cada minuto de uso. Un trayecto de una hora puede llegar a los 10.000 pesos. Ahora bien, el tiene la posibilidad de pagar un plan diario de 4 viajes, de una hora cada uno, por el mismo valor.
Hubiese sido interesante que se permitiera, como en otras ciudades, que los primeros 30 minutos fueran gratis. O al menos pensar en una tarifa más baja para la primera media hora. Pero es entendible que, en el fondo, lo importante fuera garantizar la sostenibilidad de la operación.
Los bogotanos debemos entender que este sistema tiene más ventajas que desventajas. Va a mejorar mucho la experiencia de viaje de los ciclistas y los desplazamientos en la ciudad. Desde ya hay que cuidarlo y trabajar en todo un tema de pedagogía para que no sea vandalizado o estigmatizado por ser un servicio privado. Por supuesto, también hay que reducir los siniestros viales que involucran a ciclistas.
De cualquier manera, hoy por hoy, la bicicleta se está convirtiendo en un ícono de ciudad, al cual hay que seguir apostándole.
ÓMAR ORÓSTEGUI
DIRECTOR DE FUTUROS URBANOS
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