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Con redes sociales y domicilios, doña Segunda se reactiva
La octogenaria dueña nunca necesitó de esas ayudas porque sus clientes hacían largas filas.
El piqueteadero Doña Segunda se fundó hace más de 60 años. Foto: Milton Díaz
Al menos seis décadas le tomó a María Segunda Fonseca de Guarín construir su imperio alrededor de un modesto negocio en una plaza de mercado de Bogotá. Pero de un día para otro, todos sus sueños se vinieron abajo. Doña Segunda, como es más conocida, debió, entre lágrimas, cerrar la fritanguería y enviar a sus 17 empleados a las casas, varios de ellos mayores de 55 años, con la incertidumbre de no saber cuándo podían volver.
Ese 19 de marzo quedó en la historia como el día en el que el famoso piqueteadero Doña Segunda, nombre que heredó de su dueña, no abrió sus puertas. En el año solo cerraba los Viernes Santos, fecha en la que los devotos católicos, como lo es la octogenaria dueña del negocio, no consumen carnes rojas.
Con la decisión del cierre, la pandemia de covid-19 estaba logrado lo que no pudo la competencia ni la alcaldía local de Barrios Unidos ni el Ipes (Instituto para la Economía Social), que por varios años intentaron obligar a esta abuela a trasladar su negocio de la esquina nororiental, donde estuvo toda la vida, junto a otros restaurantes que hay dentro de la galería del Doce de Octubre.
Sin embargo, en medio de estrictas medidas de seguridad, la empresa de los Fonseca volvió a reactivarse el 18 de abril. Lo hizo a puerta cerrada, ya no con atención directa al público, sino con domiciliarios propios y apoyados en la red social Instagram, un modelo de negocio en el que nunca incursionaron, y tampoco lo habían necesitado.
Quien estuvo detrás de esta decisión fue Jenny Gutiérrez, una de los 25 nietos de la matrona boyacense y que hace cuatro años dejó de trabajar en la comercialización de flores en Estados Unidos y Canadá y se dedicó al restaurante popular de su abuela.
El establecimiento nació a finales de los años 50, cuando María Segunda, agobiada por la mala vida que le daba su esposo, entonces alcalde de Socotá (Boyacá), decidió buscar sola un mejor futuro. La mujer llegó a Bogotá embarazada y con otros tres niños pequeños, y se instaló en el centro de la plaza con una olla con rellenas y papas saladas junto a la imagen de la Virgen del Carmen.
Con el paso del tiempo, y con mucho esfuerzo, madrugadas y trasnochadas, construyó una próspera empresa familiar. La mujer intentó primero con un restaurante tradicional, pero rápidamente advirtió que los clientes llegaban atraídos por la rellena, la papa criolla, las vísceras fritas, la longaniza, la costilla de cerdo, la gallina criolla y el pescuezo relleno, una gastronomía típica de su tierra y que venía cogiendo mucha fuerza en la capital.
Fue con la fama de sus fritos que doña Segunda ayudó a que este lugar del noroccidente de Bogotá se convirtiera en uno de los sitios más visitados los fines de semana. Tal vez ningún otro restaurante en la ciudad ha logrado tener filas de hasta 30 metros de largas con clientes dispuestos a esperar hasta hora y media, para sentarse en la calle en una silla plástica o en el piso.
Desde el ayudante de camiones que llegan al Doce de Octubre cargados de víveres hasta personajes de la farándula y la política local y nacional e incluso chef y reconocidos influenciadores, como la española Verónica Zumalacárregui, que recorren el mundo comentando la gastronomía típica y extraña de los países, han visitado el piqueteadero, del cual se han grabado decenas de videos y programas que se pueden encontrar en redes sociales.
María Segunda Fonseca, doña Segunda, con los humoristas ´Polilla' y la 'Gorda Fabiola'. Foto:Archivo particular
Igual que su madre, sus otras tres tías y un tío, quienes siempre han trabajado en el restaurante, Jenny se crio en medio de bultos de papa criolla y viendo sacrificar cerdos y producir arrobas de rellena todos los días, y en los fines de semana y en vacaciones del colegio ayudaba a recoger las botellas de gaseosa que dejaban los clientes en el piso.
Mercedes Guarín, la mayor de las hijas de doña Segunda y madre de Jenny, dice que su hija siempre ha estado vinculada con el restaurante, y recuerda que cuando la niña tenía 3 o 4 años se asomaba a la puerta y gritaba “papa, lellena y chichalón”.
Esta bogotana de 36 años estudió Finanzas y Comercio Exterior en la Universidad Sergio Arboleda y se especializó en el mismo campo en la Universidad de Georgetown en Washington. Luego se vinculó con una empresa exportadora de flores, donde años después terminó como gerente de compras y siendo la responsable de negociar los tallos con fincas productoras en Europa, América y África para comercializarlos en Estados Unidos y Canadá.
Estando en la comercializadora, y ante la posibilidad de ser traslada a Miami, para hacerse cargo del negocio de las flores desde La Florida, una opción que terminó malográndose, Jenny vio que su abuela y su mamá estaban envejeciendo y pronto se necesitaría que alguien asumiera las riendas del negocio familiar.
Eso ocurrió en el 2016, y desde entonces se despojó de todo prejuicio y se vinculó con el piqueteadero. Allí, según cuenta, hace de todo: istra, cuida las finanzas, maneja el personal, dirige los domiciliarios, atiende público y, al final de cada jornada, lleva a sus tías de regreso a sus casas.
“Estamos empezando de nuevo, cometiendo errores seguramente, pero este es un tema que no conocíamos. De eso se aprende”, dice ahora esta mujer que hace parte de la tercera generación de los Fonseca, y confiesa que a los quince días de haber cerrado el piqueteadero, preocupada porque los gastos seguían y los ahorros de la abuela se agotaban, le planteó a la familia que debían tomar una decisión sobre el restaurante.
“Las obligaciones no daban espera. Había que pagar nómina y seguridad social, y responderles a los proveedores”, cuenta esta egresada del colegio religioso Eucarístico Villa Guadalupe, en el norte de Bogotá.
Además, Jenny se enfrentó a otra situación tal vez más difícil de resolver. Y era convencer a su abuela, a su madre y a sus tías, quienes no han conocido otro negocio que la venta al público en la puerta del establecimiento y exhibiendo los productos, de que la posibilidad para volver a abrir el piqueteadero eran los domicilios, un modelo de negocio que desconocen.
“Le dije a la abuelita: ‘no piense que el negocio va a ser igual, va a tener un cambio de 180 grados. Ella estaba reacia al principio, porque siempre la atención ha sido ahí, y que el cliente vea su morcilla, su papa criolla”, recuerda la menor de las tres hijas de Mercedes.
Finalmente, la octogenaria propietaria del imperio de la fritanga atendió la recomendación de su nieta. “Yo confío en usted, lo único que le pido es sigamos con la misma calidad de los productos”, cuenta Jenny que le dijo su abuela, quien por la edad –tiene 85 años- ya no puede salir de su apartamento en un barrio cercano a la plaza, y tampoco quería que se perdiera la experiencia familiar que tienen los clientes alrededor de una canasta de picada.
La nieta de doña Segunda ya estaba en un grupo de whatsapp en el que al menos 200 restauranteros de la ciudad, que también han salido mal librados con la pandemia, intercambian opiniones sobre sobre el difícil futuro que le espera a ese negocio, porque creen que les tomará meses volver a ver sus locales llenos de clientes. En esos chat encontró la motivación para reactivar la fritanguería.
Lo que sí tenía claro era que no podía ser a través de plataformas de domicilios, porque, según dice, ellos no pueden asumir el costo de la comisión y tampoco tienen el control del personal ni del servicio. Su idea, entonces, era llegar a las personas con empleados propios. Así fue como convirtieron a tres de sus meseros en domiciliarios.
El piqueteadero Doña Segunda se reacitvó después de un mes de estar cerrado por la pandemia del coronavirus. Foto:Milton Díaz
El piqueteadero se activó desde la bodega donde han preparado los alimentos. Desde allí, bajo estrictas medidas salubridad, empezaron a entregar pedidos. Mientras tanto, a través de una cuenta en Instagram que habían creado en 2016 y poco utilizaban -ya tienen 2.100 os-, han ido informando a amigos y conocidos que volvieron a funcionar.
Luego abrieron la carnicería y hace casi dos semanas, el piqueteadero, que ya no queda en la esquina nororiental de la plaza, sino en la entrada y que apenas estaban estrenando cuando les tocó cerrar por la pandemia.
Si bien la nieta de la octogenaria dueña de la fritanguería dice que para estar comenzando no les ha ido “nada mal”, también reconoce que ya no demandan los 8 o 10 cerdos semanales que acostumbraban antes de la cuarentena. En la primera semana solo vendieron uno, luego dos y ya van en 4; y así podría ser durante varios meses, mientras, asegura, todo vuelve a la normalidad.
“Tengo varios trabajadores y me dio mucho pesar botarlos a la calle. Me ha tocado bregar para pagarles las quincenas, ahora solo estamos haciendo para pagarles, pero sé que no están aguantando hambre”, dice doña Segunda con voz entrecortada y aún dolida porque no puede abrir como quisiera su negocio de toda la vida.
“Mi abuela es muy devota de la Virgen, y Dios nos dio la posibilidad de volver a empezar, podemos cometer errores, pero vamos a levantarnos de nuevo”, dice la experta en comercio exterior que, en medio de esta crisis mundial por el coronavirus, está empeñada en sacar adelante el que hasta hace menos de dos meses era un afamado y próspero imperio que creció alrededor de la fritanga.