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Sufrí tres veces la lesión de Falcao y Quintero y así volví a jugar
Soy Iván Peña y he tenido que pasar varias veces por el quirófano para arreglar mi rodilla.
El fútbol siempre ha sido mi pasión, desde los 11 años empecé a entrenar con más disciplina y hasta ahora no he parado. Foto: Cortesía Iván Peña Barrera
Sudáfrica. Corría el minuto 38 del juego de octavos de final de la Copa del Mundo 2010. Se enfrentaban Alemania e Inglaterra y en ese preciso instante Frank Lampard se tomaba la cabeza, buscaba explicaciones. Su cara de desespero y posterior desazón lo decían todo: el juez uruguayo Jorge Larrionda no dio válido un gol que captaron todas las cámaras. La pelota había pasado en casi un metro la línea de gol del arco de Manuel Neuer y era el empate de Inglaterra ante los alemanes. Y en eso se quedó: en un era...
Colombia. En el mismo instante de ese partido, yo me tomaba la cara, golpeaba con fuerza el césped y a la vez me agarraba mi rodilla derecha esperando que el dolor se detuviese, como si yo tuviera poderes curativos con tocar algo que estuviera dañado. La planta del pie se me había quedado enterrada al césped luego de intentar lanzar un centro al área y al momento de caer las articulaciones de la rodilla derecha hicieron un ‘crac’ en tres tiempos, o al menos eso fue lo que pude contar en medio de la angustia que tenía en ese momento.
Me llamo Iván Peña, tengo 32 años, soy periodista y he sido operado tres veces en la rodilla derecha por haberme roto en dos ocasiones el ligamento cruzado anterior y en tres oportunidades el menisco medial. Las mismas lesiones que han sacado por varios meses de la canchas a Radamel Falcao García y a Juan Fernando Quintero.
Después del sonido que hizo mi rodilla yo ya estaba seguro de que el diagnóstico iba a ser el peor. Cojeaba y a la vez me lamentaba. Lanzaba madrazos al aire y al mismo tiempo escuchaba a un grupo de personas diciendo: “¡Qué robo! Eso era gol”, en el momento en que pasaban la repetición del golazo de Lampard.
Regresé cojo a la casa ese 27 de junio. Me puse hielo en la rodilla para bajar la inflamación y cada vez que caminaba la inestabilidad era más notoria. Sentía que me iba a caer.
Pero, con el paso de los días volví a caminar normal y seguí como si nada mis trabajos como universitario y pasante de periodismo. A pesar de la supuesta normalidad, decidí ir con un especialista, quien después de hacerme una revisión me vio a la cara y me dijo: “Yo creo que se fue el ligamento, pero eso solo nos lo confirma una resonancia magnética”. Para esa fecha, ya era agosto, dos meses después del incidente.
Desde ese momento empecé la travesía ante la EPS. Mi tiempo se empezó a medir en días hábiles, que era lo que me decían que tenía que esperar para cada una de las autorizaciones que me tocaba sacar. La primera, la resonancia magnética, de ahí pasé a cuadrar la cita en el laboratorio, pasaron unas jornadas más, luego programar nuevamente con el especialista, quien tenía que leer los exámenes. Fue hasta octubre de ese 2010 cuando se confirmó que yo me había roto el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha y el menisco medial de la misma. “La sacó cara, chino”, me dijo el doctor Gilberto Lara de la Clínica Partenón.
El guayabo tras la noticia fue bravo y la ansiedad para operarme fue peor. Desde octubre hasta diciembre no tuve fecha real de cirugía. Era incierta. Solo fue hasta el 3 de enero de 2011 cuando recibí una llamada: “Mañana lo esperamos para su cirugía. Venga en ayunas, con las placas que le han hecho, sus muletas y ropa cómoda. Ah, y un acompañante”.
Yo creo que se fue el ligamento, pero eso solo nos lo confirma una resonancia magnética
Esa mañana llegué temprano, estaba nervioso luego de la larga espera, no sabía a ciencia cierta cómo me iban a operar. Aunque no era mi primera intervención, para el año 2009 ya me habían acomodado el hombro izquierdo, también por una lesión jugando fútbol, no me imaginaba cómo sería la recuperación en la rodilla, ni qué pasaría después.
Estuve dos horas y media en el quirófano, la operación fue exitosa. Anestesia regional. Nada extraño, más allá del mareo que me dio cuando fui recobrando la sensibilidad de las piernas (ni qué decir de cuando escuchaba en plena cirugía cómo ‘taladraban’ la pierna derecha sin sentir un pellizco).
De ahí en adelante se venía lo más fuerte de esta intervención: la recuperación. En los tiempos de un deportista de alto rendimiento, como Falcao o Quintero, que cuentan con un club pendiente de cada uno de los procesos médicos, la fase después de la operación para estar en forma puede tomar entre 6 a 8 meses. Con total acompañamiento médico, fisioterapeuta de tiempo completo y control de dieta.
Pero… en los tiempos de recuperación de un ciudadano común, trabajador asalariado y de una tormentosa EPS en Colombia, la recuperación incluía el paquete de autorizar las fisioterapias, los controles postoperatorios y las medicinas para el dolor. El primer mes lo pasé en esos trámites. Se suponía que a la semana de la intervención, tenía que comenzar con las terapias; aun así, me tomó 25 días comenzar esta fase.
Ya el segundo mes la tortura fue peor. Por cuenta de los atrasos en los trámites, la quietud fue un elemento lapidario para mi rodilla. De ahí que cada vez que fuera a verme con la fisioterapeuta se convertía en una sesión de dolor inimaginable.
“Tenemos que ganar los grados de flexibilidad y pues estás muy tieso con esa pierna. Va a doler un poco”, dijo la doctora en ese tiempo. Y dolió, como un demonio. La tarea al final era lograr que el talón tocara la nalga derecha como muestra de elasticidad. Cada vez que me ‘doblaban’ era una tortura que simplemente sobrellevaba con voces de aliento de la doctora, “respire profundo”. Yo, solo me limitaba a llenar con aire mis pulmones.
La tarea al final era lograr que el talón tocara la nalga derecha como muestra de elasticidad. Foto:Cortesía Iván Peña Barrera
La pierna para ese momento estaba flácida. Cuando estaba acostado veía alarmado como mi pierna izquierda era notoriamente más ancha que la derecha. La fisioterapia empezó primero con calor y frío, alternado con electroestimulación. Esa era mi parte favorita, con esto sentía de a poco cómo se iba a despertando el músculo.
En una semana hacía terapias unos cuatro días. Pero en la casa, el trabajo era constante. En la medida que podía, hacía entrenamientos cortos repitiendo las indicaciones de la fisioterapeuta. Pronto, pasamos a los ejercicios de propiocepción, lo que hizo que empezara a recuperar la musculatura. Gané más confianza en cada paso y recuperé paulatinamente la fuerza.
Algo que siempre recuerdo de esos días en los que las muletas no me desamparaban fue la gentileza de las personas que se me cruzaban. En el bus siempre me ofrecían el puesto y en espacios abiertos me preguntaban, de la nada, si necesitaba ayuda para alcanzar algo o incluso para dirigirme algún lugar.
En todo ese proceso, intenté mantener mi independencia. Para esa fecha, aún vivía con mis padres y mi mamá, siendo enfermera, estuvo pendiente. Pero desde el primer día busqué valerme por mí en todo lo que podía.
Para bañarme, era todo un proceso, primero tenía que proteger toda la rodilla con plástico para mantener completamente impermeabilizada la herida. Me apoyaba principalmente en la otra pierna, lo hacía a mi ritmo y con toda la precaución que podía. Intentaba en lo más mínimo apoyar la rodilla. Aunque, debo reconocer que a veces salía de la ducha y aún tenía jabón en la espalda. Pero, decidí a hacerlo por mí, tener un poco de independencia en medio de las limitaciones de movilidad que enfrentaba, también para ir perdiendo el miedo y, un poco, por mi terquedad.
Regresé a trabajar cuatro meses después, en abril, era plena Semana Santa. Aún no podía correr, tenían que ir despacio y con cuidado. Seguía con la terapia, pero de a poco ya comencé con trotes suaves. La fisioterapeuta me ponía a correr 5 metros y a devolverme, después empezamos a subir pequeñas pendientes. Bajar y subir, todo con un ritmo constante, pero midiendo siempre el esfuerzo. Incluso mezclaba los ejercicios con natación.
Tenía claro que la recuperación era mínimo seis meses y un par más para volver a pisar una cancha. El fútbol siempre ha sido mi pasión y nunca he pensado en dejarlo. Pero comencé despacio, me iba a la cancha solo y empezaba a coger el balón, pateaba, me iba recuperando de a poco. En marzo de 2012, volvía jugar un partido otra vez, pasó más de un año. La ansiedad y alegría de volver me acompañaron cuando pisé el césped. Sentía que volvía a ser yo nuevamente.
Ese día volví a jugar con mis compañeros de trabajo. En ese primer encuentro, cada vez que tenía el balón en mis piernas sentía la necesidad presurosa de entregárselo a alguien más del equipo. Evitaba al máximo un choque con otro jugador, si sentía que en medio de una jugada podía haber un movimiento brusco me contenía y pensaba en proteger la rodilla.
Con cada juego fui ganando confianza. La felicidad fue aumentando en cada competencia. Mis amigos me veían recuperado y me animaban al verme patear como antes. Entre 2013 y 2014 volví al límite. Jugaba cada ocho días, ese era mi plan fijo cada fin de semana. Yo lo describiría como una época de mieles.
Y es que hablar de fútbol en cierta parte es hablar de mi vida. Siempre lo he adorado e incluso, cuando estaba en mi época juvenil, busqué ser un jugador profesional. Empecé a los 11 años a entrenar con más disciplina, a los 13 ya ingresé a la Escuela Unión Capital para formarme. En un principio, mi posición era la de arquero, pero la estatura finalmente me hizo cambiar de escenario en la cancha. Me volví jugador de campo a los 18 y empecé a pertenecer a varios clubes locales, torneos juveniles, viajamos a varias ciudades a competir. En 2005 y 2006 fuimos ganadores la Liga de Fútbol de Bogotá con el Club Ecopetrol.
Para 2007 decidí retirarme y dedicarme de lleno a la universidad. Pero nunca he abandonado el fútbol del todo. Eso ha sido imposible.
Un nuevo mundial, una nueva lesión
Para el año 2014, el plan era ir por primera vez a un Mundial de Fútbol. No podía perder la oportunidad estando tan cerca de Brasil, así que me fui, compré las boletas para varios de los partidos de la Selección y otros más que soñaba ver, acomodé todo para el transporte entre las ciudades y me fui.
Era 28 de junio, Colombia ese día jugaba ante Uruguay en el Maracaná, nada más y nada menos. Eran los octavos de final. Tenía la boleta, estaba con varios amigos esperando el partido en la tarde. Nos fuimos para las playas de Copacabana, eran poco más de las 10 de la mañana.
Después de varios minutos, un niño dejó de jugar con su balón, aproveché el instante y se lo pedí prestado. Nos pusimos todos a hacer 21, en ese instante ni sospeché como iba terminar mi ‘grandiosa’ idea previa al partido. El balón iba y venía. Me lo lanzaron, pero iba un poco ladeado, por no perderlo estiré la pierna para intentar frenarlo, lo alcancé a patear, pero mi pierna aterrizó en un montículo de arena y cuando finalmente tocó suelo firme, la rodilla traqueó. Me caí.
Solo pude pedir que me ayudarán a estirar la pierna todo lo que pudieran. El dolor fue inmediato, no podía caminar, mis amigos tuvieron que sacarme en hombros. Ya sentado en una silla empecé a notar como la rodilla se empezaba a inflamar. Me tomé en ese instante un analgésico. Pensaba en el partido, miraba la pierna, tenía: angustia, rabia y dolor. Faltaban al menos seis horas para el encuentro.
“¿Qué va a hacer con la boleta?”, me preguntaron varios y solo atiné en responder: “Pues, ir a ver el partido”. Ya estaba a pocas horas de poder estar en el encuentro, de ver jugar a Colombia en el Maracaná. No era momento de dejar atrás los planes, ni el sueño de verlos jugar en el Mundial.
Tenía el tiempo exacto para devolverme hasta donde me estaba hospedando, que quedaba a una hora y media de donde estaba, tenía que tomar: tren, bus y metro para llegar. Emprendí el camino nada cómodo solo, me costaba mucho mover la rodilla e intenté apoyarla muy poco. Cuando por fin llegué me bañé y me pusé muchas compresas de hielo, nuevamente otro analgésico y listo. Partí hasta el Maracaná. Lo demás ya es historia.
La llegada al estadio fue compleja. Mientras llegaba a la estación del metro, el dolor se empezó a hacer más intenso. Apenas me dio para bajarme del vagón y empezar una muy lenta marcha por el puente que conectaba con el estadio. Reconozco, eso sí, que abusé de mi condición para ingresar por las filas de discapacitados hacia el estadio.
Ubicarme dentro del estadio ya fue un poco más fácil. Mi silla estaba muy cerca de una de las esquinas del campo de juego y mientras me sentaba empecé a llorar. La causa de las lágrimas era el dolor de la rodilla y la alegría de conocer semejante estadio tan lleno de historia -casi todo amarillo- en el cual iba a jugar el equipo de mis amores.
En medio del juego ya todo fue más tranquilo. O bueno, tranquilo es un decir porque hasta el momento que James Rodríguez controló de pecho el balón y clavó un zurdazo que aterrizó en el arco uruguayo, la felicidad brotó. No me dio miedo saltar de la alegría, el dolor se me olvidó y lo único que hice fue abrazar al primer ser humano a mi lado. Lo más lindo vino segundos después del golazo: James va a celebrar a la esquina en la que estaba ubicado y lo único que me quedó fue saltar “en una sola pata” de la alegría.
Aún me quedaban más de 15 días en Brasil, decidí continuar con el intinerario tal como lo tenía programado. A los cinco días ya podía caminar con más normalidad y la pierna la tenía más desinflamada. Eso sí, correr era una ‘gracia’ que ni me atrevía a intentar.
Avisé en la casa lo que había pasado y les pedí que me ayudaran a ir gestionando la cita con medicina general, para que apenas llegara un doctor me viera la rodilla. Volví al país el 14 de julio. Otra vez la misma tramitología, saque cita allá, autorice el exámen, espere las fechas hábiles, programe nuevamente la cita con el especialista.
En septiembre me dijeron finalmente qué era lo que había pasado. Esta vez, el diagnóstico era un poco más alentador que el anterior: ruptura de menisco medial de la rodilla derecha. El 31 de octubre del 2014 volví a ingresar al quirófano. Esta vez la intervención fue un poco más corta.
Estuve un mes incapacitado. Las terapias esta vez sí comenzaron a la semana, como ya las conocía, adaptarme fue más rápido, me pusé juicioso. Aparte me recomendaron otra fisioterapeuta, experta en recuperación deportiva, y con ella avancé mucho en corto tiempo.
En diciembre ya volví a trabajar. Me dieron de alta definitiva en febrero de 2015, cuando me dijeron que ya podía volver a practicar deporte de forma normal. Y volví a jugar, a bailar, a vivir mi vida como siempre.
Cuando estaba acostado veía alarmado como mi pierna izquierda era notoriamente más ancha que la derecha. Foto:Cortesía Iván Peña Barrera
Otra vez
Y como la verdad nunca he pensado en dejarlo, seguí jugando fútbol.
El 26 de septiembre de ese año, era sábado, estaba disputando un torneo con una agencia de publicidad. Tenía la posición de arquero. Estábamos perdiendo y me pidieron que me saliera a jugar ya en cancha. No lo dudé.
Empecé a correr con el balón, iba a hacer la jugada y se me torció el tobillo. El impacto completo lo recibió fue la rodilla, otra vez la derecha. Caí al suelo, ahí lo entendí. El mismo dolor del demonio que ya había sentido. Intenté pensar que solo había sido el menisco.
Regresé a mi casa y otra vez me la pasé a punta de hielo. Cuadré nuevamente la cita con el doctor Gustavo Rincón que me estaba viendo. Una vez en su consultorio me miró, revisó la pierna. Me dijo directamente: “Yo creo que se fue otra vez el ligamento, pero eso solo lo confirma la resonancia”.
Comencé otra vez a hacer los mismos trámites, finalmente me tomaron el examen y se lo llevé. El diagnóstico: tenía roto el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha y el menisco medial de la misma. La misma lesión de 2010.
Tenía que volverme a operar. Yo quería que esta vez me interviniera el doctor Rincón, y como no hacía parte de mi EPS me tocó empezar a buscar una prepagada que incluyera sus servicios. Cuando finalmente pude encontrarla, me tocó esperar todo un año para que se hiciera efectivo el convenio. Por eso, en esta ocasión tuve que esperar casi año y medio para la cirugía.
En ese periodo podía caminar, eso sí no me atreví a practicar ningún deporte, me cuidaba, repetía los ejercicios pasivos que había aprendido durante los meses de terapias. No corría, ni brincaba.
Finalmente, el 10 de julio de 2017 me volvieron a intervenir. Esta vez en el Hospital San José. Tardó el mismo tiempo, dos horas y media. Para esa época ya vivía solo, así que fue un poco más complicado la recuperación. Pero desde el primer día me propuse a hacer lo que yo necesitara.
Mi mamá pasaba unos días y me ayudaba con esas tareas más complicadas. Empecé las terapias al poco tiempo, ya las conocía así que me puse mucho más juicioso que en las otras ocasiones. Igual, sentí que este proceso fue mucho más tranquilo que en las dos oportunidades pasadas.
Me ponía con las muletas a ir de un lado al otro. Intentaba con pasos cortos y fui sumando cada vez más distancia entre un recorrido y otro. Yo siento que uno adquiere más conciencia a medida que pasa el tiempo, ya con tres intervenciones asumes todo con más madurez. Lo que he aprendido de todo esto es a cuidarme.
Cada una de las recomendaciones las seguí al pie de la letra, incluso con la alimentación para mantener mi peso, que fue otra de las cosas que me sugirió el doctor. También fortalecer mucho la pierna derecha para que siempre tenga la estabilidad que necesita.
En enero de este año me volvieron a hacer la resonancia y todo está perfecto. El ligamento y los meniscos están muy bien.
He seguido jugando fútbol, entrenó martes y jueves. Además, voy al gimnasio, donde tengo una rutina especial para fortalecer el músculo de la pierna.
No niego que volver a pisar una cancha me generaba ansiedad, por eso ahora me asesoro de varios especialistas para hacerlo de la forma correcta, intentando reducir el peligro.
Mi familia, mis amigos, mis colegas me lo siguen diciendo cada vez que pueden: que no vuelva a jugar, que no soy un profesional, que me quede quieto. Pero yo, la verdad, espero nunca dejar de jugar, ¿cómo dejar de hacer algo que me gusta tanto, que amo tanto? Mientras usted lee estas líneas, estoy pensando en el partido del próximo domingo. Mi cabeza está en la cancha.
Ya el año pasado hubo un mundial, fui, y no me lesioné. Eso es un avance. ¿O no?