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Así sobreviví a la presión de actuar en televisión desde los 6 años

Crecí frente a los ojos de los colombianos, pero me alejé de las pantallas para reconstruir mi vida.

El problema no era la fama, en últimas siempre hay familia y amigos de confianza con los qué rodearse.

El problema no era la fama, en últimas siempre hay familia y amigos de confianza con los qué rodearse. Foto: 123RF

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Si viera en este momento una foto de mi rostro probablemente me recordaría actuando en alguno de esos programas que marcaron la infancia de muchos niños.
Incursioné en el mundo de la actuación a los 6 años. Pasé por el mítico Padres e Hijos, por programas infantiles, series y novelas que fueron emitidas en la televisión nacional. Se puede decir que crecí frente a los ojos de todos ustedes.
En mis papeles fui muchas veces la niña malvada, pocas hice de la chica buena a la que le pasan cosas malas pero gana al final.
Aprender sobre lenguaje corporal e interpretación fue maravilloso, pero no lo eran las esperas de cuatro horas por una escena o los comentarios de los encargados de vestuario sobre mi cuerpo.
La ventaja de haber sido actriz infantil en tiempos donde el internet no era tan popular es que quedan muy pocas pruebas gráficas. O mejor aún, la mayoría están en mi poder.
Pese a que ya he pasado bastante tiempo alejada de las cámaras, todavía hay gente que me dice frases como “siento que te he visto en algún lado” o “yo te recuerdo de tal programa”. A veces me hago la boba. Otras acepto que fui actriz de televisión, pero cierro el tema diciéndoles que me retiré.
Siempre esta etapa de mi vida me ha parecido algo surreal, como que no soy del todo consciente de la gravedad que tenía lo que viví, pero el escribir de esto me ha hecho pensar mucho.
Nunca he sido el tipo de persona que se cree víctima o se queja, por eso mi #CómoSalíDe es un recordatorio de que se puede seguir adelante para mí y para quienes lean este artículo.

Del anonimato a estrella de televisión

Trabajé en la grabación de un programa con el director Triana y se decía que esa semana de rodaje había sido mi prueba de oro para “graduarme”. La principal razón de haber estado allí fue mi memoria, lograba recordar largos parlamentos y cargar con todo el peso escénico de una toma sin equivocarme.
En ese tiempo no había ninguna restricción horaria para las grabaciones, podíamos rodar hasta la 1 a.m. Afortunadamente siempre me acompañaba mi mamá.
Sé que mi familia siempre tuvo una intención buena, solo querían apoyarme en algo que a mí me gustaba. Nadie me obligó, pero creo que jamás en casa pensaron que sentía una presión tan fuerte.
Empecé poco a poco a abrirme lugar, casting tras casting logré ganarme un espacio. Mi vida empezó a girar alrededor de ese mundo, varios momentos importantes los pasé ahí. 
Lograba recordar largos parlamentos y cargar con todo el peso escénico de una toma sin equivocarme
Por ejemplo, mi primer beso lo di a los ocho años en televisión a un niño de unos 14 que conocí ese día.
De tantas veces romperte el corazón actuando, hay una pequeña parte de sensibilidad que se entrena, en algunos termina causando un efecto de hipersensibilidad, en otros nos termina haciendo algo secos.
A esa edad también comencé a oír los primeros comentarios sobre mi aspecto físico y el de algunas chicas que trabajaban conmigo. “Para tener 10 años está muy gorda, no le queda la ropa”, decían de una niña un poco mayor a mí. Eso me empezó a quedar en la cabeza.
Cuando tenía nueve años, después de unas vacaciones en las que estuve muy enferma y vomité mucho, me recibieron diciendo que estaba hermosa porque las vacaciones me habían quitado un par de kilos.
Aclaro: no fui una niña infeliz, simplemente asumí como ciertas algunas ideas equivocadas sobre la belleza y el éxito partiendo del entorno.

La soledad de la fama

A raíz de mi popularidad en televisión tuve pocos amigos. Era desconfiada frente a por qué se acercaban las otras personas a mí.
Más de una vez los compañeros me hablaban asombrados porque era la de la televisión, decían que querían ser mis amigos para saber cómo era estar cerca de un famoso o para que los llevara a un casting. A eso se sumaba que solo podía asistir en promedio unos 12 días al mes al colegio.
El problema ni siquiera era la fama, en últimas siempre hay familia y amigos de confianza con los qué rodearse.

El problema ni siquiera era la fama, en últimas siempre hay familia y amigos de confianza con los qué rodearse. Foto:123RF

De hecho, pasé por más de cinco instituciones, pues no se aguantaban ese ritmo en un estudiante más de un año. A pesar de las buenas calificaciones en las evaluaciones, los profesores se lamentaban que no pasara más tiempo estudiando.
Cuando cumplí los 12 años tuve un pequeño momento de rebeldía. Me vestía solo con sudadera, me peinaba con una trenza mohicana muy apretada porque no podía cortarme el cabello. Prefería ocultarme para que nadie me reconociera.
Desde los 13 asistí al gimnasio. Tuve entrenador personal, pasaba al día por lo menos unas dos horas allí y los fines de semana tenían sesiones de cinco horas. Hice la dieta de la zanahoria, la de la piña, la de la guanábana, la del ayuno, casi todas.
Tenía prohibidos los dulces. Me pesaban todas las semanas. Tal vez por eso a escondidas me volví adicta a unas galletas que vendían a la vuelta de uno de mis últimos colegios. Eran de doble chocolate, rellenas de arequipe. Podía desayunar con tres de esas y a la salida repetir otras tres.
A pesar de la carboxilipoclasia, un procedimiento no quirúrgico que se basa en el uso del anhídrido carbónico en forma de gas a través de inyecciones, no había dieta que aguantara tal nivel de dulce.
También aprovechaba cualquier salida con mi novio o amigos para llenarme de helado en cantidades desproporcionadas, por eso en vez de bajar, subía de peso.
Llegué a una etapa en la que la ropa no me quedaba y comencé a ser tratada de 'la gordita' dentro del medio
Hasta la disquera con la que trabajaba en mi primer sencillo discográfico, los mismos que pagaron el tratamiento carboxilipoclasia, notaron que subía.
Sucedieron muchas peleas tras ello, hasta que llegué a una etapa en la que la ropa no me quedaba y comencé a ser tratada como 'la gordita' dentro del medio. Irónicamente aunque solo pesaba entre 53 y 55 kilos, perdí papeles por mi peso.
A los 15, cuando ya empezaban a llegar esos roles más serios, donde el cuerpo es elemento de deseo, solo oía comentarios como: “deberías ir más al gimnasio”, “es hora de que te cuides” o “¿Te vas a comer eso?”.
Estuve un tiempo quieta, la presión me abrumaba. Tenía días en que me levantaba con una imagen mía en la cabeza que se reflejaba en el espejo. Podía despertar de un día para otro y verme pesando 5 kilos más de la noche a la mañana.
Presionaba mi piel hasta enrojecer, me arañaba las piernas. Un día, después de cumplir los 16 años, llegué al punto de tomar unas tijeras y cortar mis brazos. Estaba dejándome llevar por la presión.
Tras ese episodio mi familia me rodeó. No entendían cómo habíamos llegado hasta allí. Poco a poco me fui alejando de las luces y las pantallas para centrarme en otras cosas.
Le cogí fobia al deporte, no soportaba a la gente fitness. Recuerdo que mi perro en ese entonces se acercaba con cariño, sentía lo que me dolía. Le juré a él no volver a hacerme daño, la imagen de ese día me ha ayudado mucho a recordarme de dónde salí.
Aunque no fue fácil creo que no puedo quejarme, mi experiencia no fue tan amarga como la de otras personas. No fui acosada sexualmente. Nunca trataron de obligarme a acostarme con nadie y finalmente, como no era la protagonista buena y bonita, no tenía que soportar la presión al 100 %.
Conocí a otras chicas que, al igual que yo, tenían complejos de culpa. Podían pasar tres días sin comer, pero en grabación las veías atragantándose con una bolsa de dulces. Luego llegaban subidas de peso pasado el fin de semana.
Vi muchas acciones desesperadas de mis compañeras de set para calmar el hambre, tan peligrosas que no vale la pena detallarlas.

Mi nueva vida

Para salir de una situación de tanta presión lo primero es buscar círculos sanadores, personas que te quieran como eres y te valoren por cosas que otros no ven en ti.
Muchas veces estar atrapada en ese mundo es quedarte encerrada en un estereotipo: bonita, glamurosa, que come poquito y hablar bajito. Lograr explorar otros lados que no tienen nada que ver con eso es enriquecedor.
Una gran lección que me llevo es que uno no tiene que caerle bien a todo el mundo ni ser perfecta

Una gran lección que me llevo es que uno no tiene que caerle bien a todo el mundo ni ser perfecta Foto:123RF

Viajar, por ejemplo, a un lugar donde eres uno más ayuda un montón porque te da la oportunidad de que no seas asociado con un personaje o algo que han visto en televisión y puedes presentarte empezando de cero.
La actuación es un trabajo muy inestable, todos lo sabemos, nadie es bello y lindo toda la vida, por eso es importante pensar en algo que te dé para vivir y te anime para salir adelante cuando no hay un contrato.
Es fundamental identificar quienes aunque no quieren hacerte daño, lo hacen. Hay que tomar decisiones y establecer límites. En mi caso, decidí alejarme. Aunque aparentemente era fácil, sí implicó económicamente dejar de vivir de la actuación y empezar a mantenerme con otros oficios.
A los actores nos toca duro y en horarios muy largos, pero como no se está ocho horas frente a un puesto el entrar a trabajar en algo estable cuesta mucho. Eso sí, pese a que te ganas en un mes lo que podrías hacerte grabando solo tres capítulos o uno, la tranquilidad no tiene precio.
Aprendí que no hay problemas pequeños, incluso las personas que aparentemente están en la cumbre con salud, fama y dinero tienen sus propios problemas.
Los entornos culturales afectan mucho y uno no debe vivir de las burbujas, pero tampoco olvidar que hay diferentes tipos de vida y que todas son respetables.
La expresión oral que gané ha sido buena para cosas como exponer una idea de negocio sin que me tiemblen los pies o escuchar más a las personas siendo lo suficientemente sensible para ponerse en otros zapatos.
Una gran lección que me llevo es que uno no tiene que caerle bien a todo el mundo ni ser perfecto, todo se trata de crear una vida significativa sin importar lo que piensen los demás o la opinión pública.
Hay opciones de éxito alejadas de la fama y yo opté por una de ellas. Me siento alegre, tengo una familia estable y es bueno saber que lo que he logrado no se lo debo a nadie, he llegado a ser lo que soy por mi inteligencia y pasión por la vida.
*El nombre del protagonista de esta historia fue suprimido por solicitud de la fuente.
*Este texto contó con la edición, construcción periodística e investigación de DIANA MILENA RAVELO MÉNDEZ (@DianaRavelo), periodista de ELTIEMPO.COM. 

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