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Noticia
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Con huertas comunitarias, campesinas de Bogotá resisten a la urbanización
Sequía, 'tierreros' y falta de espacios para comercializar ponen en riesgo la iniciativa de mujeres.
Con huertas comunitarias, campesinas de la capital resisten a la urbanización. Foto: Nicolas Beltran
Lejos del concreto y el ruido de la zona urbana, aunque cada vez más cerca, Bogotá también tiene una cara rural. Quiba Baja es una de las veredas que pertenecen a Ciudad Bolívar.
Allí, hace más de diez años, un grupo de mujeres decidió reunirse para luchar contra tres enemigos comunes: la violencia de género, el hambre y lo que parecía ser el inicio de una urbanización creciente.
Aunque la mayor parte de la extensión territorial de la ciudad es de carácter rural, pues 163.661 hectáreas –equivalentes al 76,5 por ciento– son rurales, según datos de la Secretaría Distrital de Planeación, estas mujeres temen que poco a poco se reste más terreno dedicado al agro y se destine a saldar el déficit habitacional que tiene la capital.
Colectivo Semillas de Memoria junto con mujeres de la vereda de Quiba Baja. Foto:Nicolas Beltrán
“Ahora, predomina la costumbre de urbanizar y de irrumpir el agua con cemento, de invadir la húmeda tierra con ladrillo, de silenciar el canto natural y darle voz al escándalo maquinario (...) Todo para quitar las huellas del campo a la ciudad”, resume un apartado del libro Semillas de Memoria: Mujeres Quibanas, publicado por el colectivo con el mismo nombre (Semillas de Memoria) con apoyo de la Secretaría de Cultura, que recoge las vivencias de lideresas rurales en esa zona.
Para llegar a Quiba Baja se debe tomar el TransMiCable desde el portal del Tunal hasta la última parada Mirador del Paraíso), recorrido que dura media hora. Luego hay dos opciones para continuar el camino: tomar un bus del Sitp hasta esa vereda, cuya frecuencia es de 40 minutos según calculan los habitantes del lugar; la otra es pagar por un trayecto de cerca de 20 minutos a conductores de transporte informal.
Así se ve la vereda de Quiba Baja en Ciudad Bolívar. Foto:Nicolas Beltrán
Esta vereda, que abarca más de 1.000 hectáreas, representa cerca del 11 por ciento del suelo rural de Ciudad Bolívar de acuerdo con datos de la Alcaldía Local. La mayoría de sus habitantes trabajan la tierra, cultivan papa, arveja, cilantro, lechuga, entre otros productos; pero no todos se dedican al campo, varios trabajan en oficios para los que se deben desplazar como mínimo 50 minutos hacia la zona urbana.
A pesar de estar ‘lejos’, quienes habitan allí se sienten orgullosos de su tierra. Por eso, en 2014, la Organización Mujeres Quibanas tomó forma oficialmente, con el propósito de crear una comunidad más fuerte y autosuficiente. Esta iniciativa fue producto de seis años de encuentros, charlas y reuniones en las que las mujeres de la zona empezaron a conocer sus derechos.
“En 2008, nos invitaron a una reunión a varias mujeres de la zona, allí compartimos experiencias sobre la menstruación, sobre maltratos que algunas habían tenido de parte de sus esposos, sobre nuestra autonomía… Poco a poco formamos un grupo de 20 y empezamos a pensar en qué hacer para tener un mejor futuro”, relata Gladys Beltrán, una de las fundadoras de la Organización.
Mariana está en los proyectos sociales de la Organización Mujeres Quibanas. Foto:Nicolas Beltrán
Desde entonces, empezaron a gestionar huertas orgánicas con el propósito no solo de producir alimentos, y reducir el hambre de su comunidad, sino de generar oportunidades de empleo y de independencia económica para decenas de mujeres que no tenían ingresos. La idea inicial era ofrecer una alternativa diferente a las tareas del hogar y que les diera sustento.
No fue fácil. Los altos costos de producción y la baja demanda les generó pérdidas, no tenían dónde vender y pensaron que iban a fracasar.
Con el racionamiento, y la falta de lluvias, tratamos de rociar menos las plantas y aprovechar las aguas lluvias, pero cuando no llueve es difícil
Cindy RodríguezMujer quibana
Para otras, los retos iban más allá de lo económico. “Yo siempre he sabido cultivar, nací en el páramo y llevo 42 años en Quiba; el problema en mi caso era que mi esposo y mis suegros no me veían capaz, que por ser mujer no podía tener mi propia huerta”, cuenta Doris Beltán.
Agrega: “Al inicio lloraba, no le hablaba a nadie por miedo a mi marido, ahora me está yendo muy bien, voy a mercados campesinos, todo se vende. Tengo otro carácter y plata para ayudarle a mis hijos, para seguir invirtiendo en la huerta y para mí”, dice la mujer que fue parte de la Organización, pero que ahora, además de su huerta, integra EcoQuiba, un proyecto independiente que busca mejorar la producción de alimentos con tecnología para aminorar el gasto de recursos naturales en los cultivos.
Mujeres de Quiba en talleres del colectivo Semillas de Memoria. Foto:Nicolas Beltrán
Luego de años del proyecto, la Organización logró tener en simultáneo hasta 15 huertas diferentes, gallinas y una vaca lechera. Sin embargo, la urbanización, acelerada en los últimos años por terreros que venden y construyen lotes de forma ilegal, así como los cambios en las condiciones climáticas que dificultan el cultivo,han generado cada vez más retos.
Efectos del cambio climático
“A los muchachos les da igual si llueve o no”, reclama Doris. La escasez de agua durante las temporadas secas ha sido un obstáculo sobre todo en el último año. Esto ha impactado la producción, porque como se dice en Quiba: “Si llueve, se siembra”, es el único requisito.
En la capital se sigue aplicando el racionamiento de agua. Foto:Mauricio Moreno
“Con el racionamiento, y la falta de lluvias, tratamos de rociar menos las plantas y aprovechar las aguas lluvias, pero cuando no llueve es difícil”, explica Cindy Yuliet Rodríguez, una de las integrantes de la Organización. Esta disminución en la producción afecta tanto el autoconsumo como las oportunidades de venta en mercados.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Salud con corte a 2023, nueve localidades registraron proporciones de desnutrición global superiores al promedio del Distrito (6,3 por ciento), Ciudad Bolívar, con el 7 por ciento, es la tercera de estas.
A pesar de que Cindy indica que “gracias a Dios aún tenemos con qué comer”, también señala que “hay gente muy necesitada; pero sin poder cultivar y vender”. Agrega que los mercados campesinos han sido una plataforma esencial para comercializar los productos de las huertas, pero no siempre garantizan ingresos suficientes.
En 2024 se hicieron más de 500 mercados campesinos en Bogotá. Foto:Milton Diaz / El Tiempo
El año pasado se hicieron 552 mercados campesinos, con 10.983 espacios de comercialización. En ellos, participaron 199 productores de la capital y se vendieron 664.000 kilos de comida, según datos de la Secretaría de Desarrollo Económico.
Lo anterior en el marco de la promesa de esa entidad de generar 35.000 nuevos espacios de comercialización directa en la ciudad durante la actual istración.
En ese sentido, la falta de distribución eficaz de los productos que se obtienen de las huertas se ha convertido en un problema recurrente. Las mujeres de Quiba han señalado que, a menudo, no hay suficientes canales de venta para sus cosechas.
“¿Dónde vamos a vender estas lechugas? Salen 20, 30, 50, ¿y dónde las vendemos?”, cuestionan. Ante esta realidad, algunas han optado por vender sus productos puerta a puerta, llevando canastas a las casas de sus vecinos o buscando compradores entre los profesores de las escuelas locales. Sin embargo, estas soluciones informales no garantizan la estabilidad económica que necesitan.
Consecuencias de urbanizar
Operación para desmontar predios tomados por tierreros en Usme. Foto:Secretaría de Seguridad
Otro reto importante que enfrentan las huertas es la creciente urbanización de la zona. El suelo rural de la localidad de Ciudad Bolívar abarca 9.555 hectáreas, lo que representa el 73 por ciento de la superficie total de la localidad. De esta área, 3.981 hectáreas están designadas como suelo protegido.
En Quiba, personas con necesidades económicas, y viendo que el producto del campo ya no les da lo que necesitan, venden sus lotes. Luego, los llamados ‘tierreros’ que compran esos predios muy económicos, los dividen en lotes más pequeños y los revenden para la construcción de viviendas.
Este proceso ha resultado en la pérdida de terrenos agrícolas y ha puesto presión sobre los servicios públicos. De hecho, el año pasado se efectuaron 58 capturas por el delito de urbanización ilegal, de acuerdo con la Secretaría de Seguridad.
Mujeres Quibanas en talleres del colectivo Semillas de Memoria. Foto:Nicolas Beltrán
La urbanización trae consigo problemas de a agua potable, pues nuevos residentes se conectan ilegalmente a las redes de agua existentes, lo que afecta a las conexiones ya establecidas.
Las interrupciones en el servicio de agua son comunes, y quienes no tienen sistemas de almacenamiento como tanques, enfrentan días sin a este recurso. “Nosotras tratamos de no meternos en esos problemas, pero es inevitable ver cómo afecta a todas las familias”, comenta Cindy.
El año pasado, el Acueducto realizó 2.357 inspecciones y operativos que permitieron recuperar cerca de 3 millones de metros cúbicos; esto corresponde a alrededor de 19.000 millones de pesos por cuenta de conexiones fraudulentas al servicio de agua potable.
A pesar de estos desafíos, la comunidad de Quiba sigue adelante con sus huertas como un acto de resistencia. “Estamos generando algo de ingreso y resistiendo a la urbanización, lo estamos haciendo dentro de nuestro propio terreno”, afirma Cindy.