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Entrevista
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En las entrañas de una Casa Refugio en Bogotá: 'Me salvaron la vida cuando estaba a punto de ser asesinada por el padre de mi hija’
Betty Ruth Najar Castellanos, hoy de 43 años, cuenta su historia como víctima de violencia intrafamiliar y su renacer a partir de las ayudas del Distrito.
Betty Ruth Najar Castellanos, víctima de intento de feminicidio. Foto: CEET
A sus 43 años, Betty Ruth Najar Castellanos es una mujer completamente diferente. Es más, es una líder reconocida en la localidad de Suba, pero para llegar hasta ahí tuvo que escaparse del mismísimo infierno.
Cuando era más joven su única forma de generar ingresos era a través de las ventas ambulantes y sus días transcurrían de bus en bus. Según narra, tuvo trabajos fijos, sin embargo, siempre terminaban por despedirla porque llegaba con su rostro lleno de golpes o moretones en sus brazos. “Varias veces me tocó vivir bajo el mismo techo con mi verdugo”.
Me reventó la boca, me jaló del cabello y yo, para que me soltara, cargué a la bebé y ahí paró
A *Hernando, su último agresor, porque hizo parte de otros hogares disfuncionales, lo conoció cuando era tan solo un niño en el barrio de Suba, en donde vivía. Él formaba parte de una familia humilde pero muy trabajadora. “En esa época tuvimos un noviazgo de un año. Solo tenía 15 años, pero luego me di cuenta de que él andaba con gente pesada y terminamos. Cada quien tomó un camino diferente en sus vidas”. Betty entonces tuvo otra pareja y un hijo y su ex también.
Ocho años después se reencontraron caminando por las mismas calles de aquel barrio y así surgió de nuevo una relación que pocos meses después se interrumpe por la captura de Hernando. Eso fue en el año 2003.
Seguía metido en el mundo del hampa y eso ocasionó que terminara recluido en el centro penitenciario La Picota. Tenía ya antecedentes por porte ilegal de armas y hurto calificado, entre otros delitos. “Por alguna razón, que ahora entiendo, hace parte de un problema psicológico, yo no quise dejarlo botado y lo iba a visitar a la cárcel cada ocho días. Es que ese tiempo juntos había sido especial y él se comportaba de manera normal y hasta nos reíamos mucho en las visitas”.
Las promesas de armar un hogar bonito iban y venían, así como las de cambiar y volverse un hombre de bien. “Yo le creía y así terminé por quedar embarazada. Él salió de la cárcel faltando muy pocos días para que la niña naciera y terminamos viviendo con mi hijo también que, para esa época, 2005, tenía ocho años”.
La transformación
15 días después de que naciera el fruto de la relación entre Hernando y Betty, ella fue víctima de la primera golpiza. “Él me dijo que se iba a ir donde la hermana a conseguir algo de dinero, pero lo que pasó fue que llegó a medianoche borracho”.
La familia no tenía nada de comer y un reclamo ante la actitud irresponsable fue suficiente para encender la ira de este hombre. “Me reventó la boca, me jaló del cabello y yo, para que me soltara, cargué a la bebé y ahí paró”.
A partir de ese momento comenzó el suplicio. Betty, además, comenzó a enterarse de más actividades ilícitas en las que el padre de su hija estaba inmerso, de que su adicción a las drogas era una realidad y que estaba implicado en dos homicidios. “Empecé a sentir pánico y temor de dejarlo por miedo a sus represalias”. Eso la llevó a soportar casi ocho años de golpizas continuas porque sí o porque no.
Empecé a sentir pánico y temor de dejarlo por miedo a sus represalias
Hernando se gastaba todo el dinero en comprar las drogas que consumía. Se perdía tres o cuatro días y cuando llegaba a su casa, Betty tenía que atenderlo hubiera o no recursos. “Además, llegaba con la paranoia de que yo tenía un mozo”.
Betty llegó a pesar 38 kilos en esa época y vivía sumida en una depresión sin salida. “Un día asesinó a alguien delante de mí, cuatro tiros le pegaron a esa persona y, aunque lo capturaron, lo dejaron libre dizque por falta de pruebas. Ni modo de denunciarlo o me mataba”. Día a día el terror crecía y se convertía en una cárcel que no dejaba actuar a la familia.
Las agresiones eran cada vez más violentas. Pasó de una patada a un puntazo, le reventó el tabique, mejor dicho, Betty estaba a un paso de la fatalidad. “Un día del año 2013, con mi hija más grande, una profesora me vio con un ojo morado y me dijo que lo denunciara. Entonces me fui a la Comisaría de Familia de Suba y conté todo”.
Un día del año 2013, con mi hija más grande, una profesora me vio con un ojo morado y me dijo que lo denunciara. Entonces me fui a la Comisaría de Familia de Suba y conté todo
Dijo que estaba viviendo con un hombre que permanecía drogado y que todo tendía a empeorar. “Fue la primera vez que me hablaron de una Casa Refugio y así, pronto, comenzaron las audiencias”.
Cuando Betty le mostró la citación a Hernando, este se la rompió en la cara, la golpeó y le vaticinó que nunca iría. A partir de ese momento su agresividad aumentó. Entonces intimidaba a su familia llegando a la casa con un cuchillo en la mano y además con comportamientos que ya rayaban en la locura.
Buscaba amantes imaginarios debajo de las camas, olía la ropa sucia para hallar algún indicio de infidelidad y amenaza a Betty con asesinar a su hijo mayor. “Me decía que lo iba a matar a él, a mi mamá y luego a mí”.
Su grado de ira era tal que para no asistir a una audiencia se apuñaló un dedo que casi pierde después. “Era para que lo incapacitaran. Se negaba a asistir”.
Me decía que lo iba a matar a él, a mi mamá y luego a mí
Un día, Betty fue invitada por una prima de su esposo a ver televisión sin presentir que hasta allí llegaría drogado. A la medianoche de ese día irrumpió sorpresivamente e intentó asfixiarla delante de su propia familia y sus hijos. “Cómo me negué a irme, me dijo que volvería con un revólver”.
La familia llamó a la Policía, pero llegaron cuando el agresor se había ido. “Nos dijeron que si volvía le dijéramos que me había llevado una patrulla. Y así fue, a las dos de la mañana reapareció con un arma de fuego”. Dos horas la esperó en una esquina del aquel barrio.
Y mientras esperaba como una fiera con ganar de ‘cazar’ a su presa, los dueños de casa organizaron el escape de Betty a través de una terraza. “Al día siguiente era lunes festivo. Me fui a la estación de policía de Suba, pero me dijeron que eso era un tema de violencia intrafamiliar”. Al mismo tiempo le decían que Hernando la buscaba por cielo y tierra, que tenía un cuchillo, que ya había amenazado a su mamá y que había apuñalado el colchón 32 veces.
Betty se iba quedando sola porque hasta su familia le cerró las puertas por miedo a ser asesinados. Solo se le ocurrió buscar a una amiga que vivía en Ciudad Bolívar para resguardarse junto a su bebé y ella la ayudó. “Mi otro hijo se quedó con mi papá, pero había que escoltarlo para que fuera al colegio”.
Pero mientras ella huía pensó en quitarse la vida. Escribía todo en un cuaderno. “Pensé en comprar veneno, pero me debatía entre si me iba yo solo o me llevaba a mi hija. Estaba enloquecida. Ya no podía con tanto sufrimiento. Hubo muchas mañanas en donde abría los ojos y decía: Este es mi último día, o me matan o me mato”.
Y en ese periplo terminó en la Comisaría de Familia de Ciudad Bolívar, en donde, por fin, le dijeron que su riesgo era inminente y que tenía que estar en una Casa Refugio. “Esa misma noche me habilitaron un cupo y pude llegar con mi niña a descansar. Así comenzó mi proceso. Respiré”.
El renacer
Los primeros días no son fáciles para ninguna mujer, porque han sido sacadas de su hogar, lejos de su familia, de su barrio, de su vida. “Recuerdo que era una vivienda grande, dos en una. Tenía salones, enfermería, consultorios, oficinas y las habitaciones donde nos acomodaban”.
Betty fue recibida en una habitación con un camarote y un clóset en la que le dieron sabanas y cobijas limpias para que se sintiera cómoda. “Incluso, recuerdo, había mujeres que no tenían ropa y les dieron”.
Pensé en comprar veneno, pero me debatía entre si me iba yo solo o me llevaba a mi hija. Estaba enloquecida. Ya no podía con tanto sufrimiento. Hubo muchas mañanas en donde abría los ojos y decía: Este es mi último día, o me matan o me mato
A las habitaciones más grandes llegaban mujeres con más hijos y no solo de Bogotá, sino originarias de otras ciudades. También otras en estado de gestación.
Y, al mismo tiempo, Betty fue asesorada para realizarse los exámenes en Medicina Legal y a saber cómo iba a proceder en el caso de la mano de un abogado experto. “Había que iniciar una noticia criminal por violencia intrafamiliar. Me dijeron que podía quedarme allí, inicialmente, por cuatro meses, pero eso varía según el caso”. Durante esos días, le explicaron, es donde ocurren los feminicidios.
Al llegar les presentan a las mujeres víctimas todo el equipo entre profesionales y personal de asistencia que las ayudará. “Conocí a una abogada, una psicóloga, una nutricionista, a las profesoras y a quienes nos ayudarían con el aseo y nos prepararían la comida. Fue muy especial. Hubo amor”.
También hay una persona que maneja las finanzas de la casa y les da a las mujeres el dinero que necesitan si deben hacer alguna diligencia o ir al médico. “Los niños son escolarizados y los profesores van a la casa y realizan allí trabajos ayudados con guías y otros materiales”.
El cambio
Betty Ruth Najar Castellanos en su trabajo actual. Foto:Sergio Acero /CEET
Betty comenzó a atender todas las recomendaciones de los profesionales, a aprender sobre las leyes existentes que la cobijaban como mujer, a saber, qué tipos de violencias precedían un feminicidio.
Se dio cuenta de que estaba en un círculo vicioso en el que permaneció por miedo, por algo que creía que era amor, pero que no era más que una especie de apego sin sentido. “Las mujeres amamos demasiado, otras veces somos presas del miedo, otras creemos en que nuestro agresor va a cambiar, pero hay que entender cuándo se es una mujer violentada”.
En la primera audiencia en donde fue su agresor, este dijo que todo lo que hacían era innecesario porque Betty era el amor de su vida. “La comisaria, recuerdo mucho, le dijo que llevaba 13 años en su labor y que había sabido de muchos hombres que en cuestión de segundos asesinaban a amor de sus vidas. Que él no me podía obligar a vivir con él porque ya no me quería, porque era peligroso y adicto a las drogas y que urgía que entrara a una rehabilitación. Al final me dieron la custodia de mi hija”.
Las mujeres amamos demasiado, otras veces somos presas del miedo, otras creemos en que nuestro agresor va a cambiar, pero hay que entender cuándo se es una mujer violentada
Los días en la Casa Refugio fueron bonitos. Se levantaban temprano, se bañaban, arreglaban su habitación, desayunaban y arreglaban su habitación. “La comida era rica, balanceada y había espacios aptos para los niños”.
Las protegidas podían participar de varios talleres, hablar con los profesionales, tomar el sol en el patio, lavar su ropa y en los tiempos libres hacer sus vueltas personales como visitar el médico. También participaron de jornadas de belleza en donde recobraban si lozanía y se empezaban a querer de nuevo.
Halloween y Navidad fueron fechas especiales porque a los niños les dan regalos y la cena fue llena de sorpresas. “Hubo momentos muy emotivos en donde nos sentimos queridas otra vez. Yo volví a la vida en ese lugar”. Y es que hablar de lo que les pasó, escuchar otros testimonios, ser tratadas por expertos es quizá lo mejor de este lugar.
El regreso a la vida
Cuatro meses después de que Betty entró a la Casa Refugio, comenzó a buscar un lugar en donde vivir. Ya había cesado el riesgo y los hostigamientos de su agresor habían disminuido.
Se fue a vivir cerca de sus allegados para tener una red de apoyo y consiguió un trabajo formal en donde ganaba algo más que un mínimo, primero en aseo y luego en una empresa de flores. “También me propuse terminar mi bachillerato y lo logré, también un técnico en operaciones comerciales en el SENA”.
Betty Ruth Castellanos. Foto:Sergio Acero/ CEET
Poco a poco iba comprando sus cosas porque había llegado a ser supervisora de más de 80 personas del lugar donde laboraba. “Luego me cansé y renuncié, pero ya no iba a parar otra vez”.
Así fue que llegó a participar de varios proyectos con la Alcaldía hasta convertirse en una reconocida líder de Suba. “Y en prevención de violencias. Es gratificante ayudar a otras mujeres que viven lo mismo que yo. También hago parte de un colectivo llamado Mujeres Autónomas y marcho cada vez que hay que salir a la calle a reclamar nuestros derechos”.
Durante muchos años se negó a tener una nueva relación, pero ahora comparte su vida con un hombre a quien examinó hasta comprobar que no se iba a convertir en un posible agresor. “Con todo lo que me enseñaron ya sabía cómo identificarlos a tiempo, si eran celosos, agresivos, si te daban tu lugar, si era el mismo en todos los espacios, muchas cosas. Ahora somos una familia ejemplar”.
Betty dice que hace falta mucha capacitación para las mujeres, saber qué herramientas jurídicas pueden usar. “Por ejemplo, siempre hay que buscar que se cree una noticia criminal, la única forma para que un hombre que reincida en la violencia intrafamiliar vaya a la cárcel”.
Por eso ella siente un nudo en la garganta cada vez que lee una noticia que habla del feminicidio de una mujer. “Siempre pienso que hubo muchas cosas por hacer, y eso duele, siento como una presión en el pecho y lloro, lloro mucho”.
También cree que debería haber centros de reclusión inmediata para los agresores en donde sean tratados en sus problemas de machismo e ira, entre otros trastornos psicológicos. “Son ellos quienes tienen que estar encerrados y tratándose, no nosotras. Deben estar apartados de la sociedad. Por ahora, lo único que les puede decir a las mujeres es que no están solas y que busque ayuda y que un hombre que golpea y promete no volver hacerlo no dice la verdad”.
Y casos como el de Betty parecen multiplicarse en Bogotá. La Personería de Bogotá les solicitó a las comisarías de familia para que emita medidas de protección a 577 mujeres, es decir, que se está hablando de un promedio de cerca de cuatro mujeres por día, todas en riesgo inminente de feminicidio, entre enero y mayo. “Se necesitan medidas urgentes para que la violencia de género tenga un mayor control. Vamos también a realizar un estudio”, dijo el personero de Bogotá, Andrés Castro Franco.
Agregó también que la violencia intrafamiliar aumenta de forma vertiginosa. “En lo que va corrido el 2024 llevamos 6.326 casos. Hay un dato que es muy significativo y representativo y es que de estas 6.300, 4.264 corresponden a niñas, adolescentes y mujeres. Entonces, son indicadores ya desbordados y que generan mucha preocupación”.
Segun la Secretaría de la Mujer, las Casas Refugio son espacios físicos y seguros que brindan acogida a mujeres mayores de 18 años víctimas de violencia de género en el ámbito público y privado. Estos lugares salvaguardan las vidas y la integridad personal de aquellas mujeres que puedan estar en un alto riesgo de feminicidio.
Actualmente, Bogotá cuenta con 6 (seis) Casas Refugio en las que en los últimos 4 años fueron acogidas 3.772 personas, de las cuales 1.760 fueron mujeres en riesgo de feminicidio y 2.012 fueron personas acogidas que hacen parte del grupo familiar de la mujer.
De enero a abril de 2024 se han acogido a 246 personas, entre las que se encuentran 115 mujeres en riesgo y 131 personas acogidas de su círculo familiar cercano.
Estos espacios son operados por la Secretaría Distrital de la Mujer y han sido diseñados para ofrecer diferentes acciones orientadas a la protección, la autonomía y para suplir necesidades básicas de manera gratuita.
Estos espacios también buscan fortalecer las redes de apoyo -ya sea familia o amigos-, sus capacidades y las de sus familias por medio de herramientas para que puedan acceder a empleos, fortalecer sus emprendimientos y en general se realiza una reconstrucción de sus proyectos de vida para que una vez salgan de allí tengan ingresos económicos y puedan desarrollar sus vidas sin tener que recurrir a sus agresores.
#NoEsHoraDeCallar
Si su vida está en riesgo, puede llamar al 123, la línea de emergencias en Colombia. También si usted o alguna mujer de su entorno es víctima de violencia psicológica, física, económica o sexual, puede comunicarse con la línea nacional 155.
Así mismo, puede denunciarlo en las líneas de la Fiscalía General de la Nación en el número a nivel nacional 018000919748, desde su teléfono celular marcando el 122 o en Bogotá en el 601 5702000.