Si el provecho económico y el “sólo importo yo” han movido el mundo por tanto tiempo, ¿por qué no tratar el otro lado’. “Siempre se tiene la economía por delante de todo lo demás", dice Aki Kaurismäki y agrega: “El poder del dinero debería tener un límite".
Kaurismäki no solo es el más importante director finlandés, sino también uno de los imprescindibles del cine contemporáneo. Heredero de grandes como Chaplin y Keaton, Buñuel y Ozu.
Pertenece al grupo de lo que podría llamarse “resistentes”. Siempre ha estado del lado de los marginados, los perdedores, los menos afortunados. Su obra no evade los temas espinosos, por el contrario, los enfrenta con lucidez, ternura y una dosis de humor irónico.
Siete años después de El Havre (2011), el finlandés realiza El otro lado de la esperanza. Ganadora del Oso de plata en Berlín, es la segunda parte de una trilogía sobre los migrantes. Un problema que no ha hecho más que empezar como lo señala el cineasta y que, por tanto tiempo, se ha intentado tapar. “Nadie quiere vernos”, explica el sirio Khaled, uno de los protagonistas.
El poder del dinero debería tener un límite
En esta película, un finlandés se cruza con un sirio y el director se pregunta por qué ahora los refugiados son enemigos. “¿Dónde está nuestra humanidad?” Aquí el sirio es solidario con el iraquí y, a su vez, el finlandés con el sirio. “Ya que no puedo ayudarme, ayudo a otros”, dice uno de ellos.
El estilo de Kaurismäki es seco y en apariencia simple. Pero en su obra nunca se puede juzgar por el exterior. Es necesario ir más allá. Los personajes se conocen por acciones desinteresadas. La inexpresividad les caracteriza y contiene, pero sus hechos les delatan. Son de pocas palabras, pero elocuentes a la hora de obrar.
Otra característica de su estilo es el exquisito manejo de la luz y el color y el captar a los personajes a través de ángulos ligeramente picados y encuadres simétricos.
Los personajes permanecen impasibles, mientras en el interior hay un hervidero de emociones. El único signo de ansiedad es el cigarrillo que encienden todo el tiempo. Khaled, por ejemplo, no llora al narrar a las autoridades finlandesas, la tragedia vivida y la travesía desde Alepo.
En esta última película, Kaurismäki pone, una vez más, el dedo en la llaga y confirma que se puede morir por el egoísmo y la ambición humana. Pero recuerda que la solidaridad puede salvarnos.
Algunos de los refugiados de la película sobreviven porque un empleado, una familia o un país los acogen. Actuar en consecuencia, tal vez sea la única esperanza de la humanidad.
MARTHA LIGIA PARRA
Crítica de cine
Para EL TIEMPO
En twitter: @mliparra