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Natalia Botero, la fotógrafa de los desaparecidos en el conflicto
Esta periodista paisa reconoce que el machismo no le impidió nunca hacer su trabajo.
Conflicto Colombia: El padre de Juan Carlos, de 15 años, estuvo durante más de 8 años mirando la montaña donde se encontraba su hijo. La Granaja, Ituango. 2010. Foto: Cortesía: Natalia Botero
“Tomé una opción fotográfica muy clara. Me prometí, desde hace un tiempo, no volver a fotografiar a grupos armados, incluyendo el Estado. De ellos se podrán ocupar otros pero de las víctimas muy pocos”, asegura Natalia Botero.
Maneja la cámara desde que tenía 20 años. Aprendió a moverse entre tragedias y muertos sin tomar partido en la guerra, Y reconoce que, por el hecho de ser mujer, su trabajo como fotógrafa no ha sido nada fácil.
¿Qué es lo más importante de ser fotógrafa en un conflicto?
Saber que nosotros, como testigos de primera mano de la vida del país, de la cotidianidad del país, podemos darle voz y visibilidad a las víctimas. Aprendí que el país tenía que reconstruir su tejido social y que era un camino largo.
Nuestro papel es vital no solo para la historia y para la memoria, sino también para la no repetición y para la insistencia de lo que significa un acto violento contra la vida humana.
¿Desde qué edad decidió tomar su cámara e irse a cubrir la guerra en el país?
Desde los 20 años trabajo en esto; ya llevo 29 años en mi profesión. Tomé la decisión de cubrir el tema del conflicto armado a partir de un hecho que me tocó cubrir en el periódico El Colombiano: la muerte de los voceros de la Corriente de Renovación Socialista, por parte del Ejército en Urabá.
Era el grupo que estaba haciendo tratos con el Estado para entrar en un proceso de paz y de diálogos. Les mataron a los voceros y en ese momento entendí que la guerra no era solo de los grupos ilegales sino que era un tema que también le competía al Estado.
Una de las prendas encontradas al exhumar el cuerpo de Diana Marcela, un joven víctima de la desaparición forzada en Ituango en manos de los paramilitares. 2010. La Granja. Foto:Cortesía: Natalia Botero
¿Desde qué lugares del país cubrió la guerra?
Todo el tiempo estuve en la zona de Antioquia y del Chocó, principalmente. Lugares que, en un principio, fueron las más golpeadas por la guerra y el conflicto.
Estar en el conflicto desde el fotoperiodismo me ayudó a entender todo desde una perspectiva más amplia
¿Como mujer fotógrafa en algún momento se sintió atacada o insegura?
Más por ser mujer que por mi profesión, aunque por el hecho de ser fotógrafa estuve en riesgo incluso por parte del Estado.
Por condición de mujer sí me sentí en una época más que atacada, relegada, lo cual es un ataque 'disimulado'. No había espacio para la expresión femenina, mi mirada y mi presencia incomodaba.
Me pasaban a un segundo plano. En un momento yo no entendía por qué era vista como ‘el patito feo’, pero con el tiempo me fui dando cuenta, después de varios desplantes que tuvieron conmigo los editores gráficos, que era una cosa más de género.
En los terrenos, en cambio, no sentí eso. Yo era una fotógrafa más. Incluso los hombres pensarían que “por ser mujer podía hacer ciertas cosas más fácil” pero no, siempre, mientras trabajé en la Revista Semana, me movía sola. Muchas veces mis compañeros se iban primero a cubrir algo y no me tenían en cuenta, nunca hubo ese tipo de solidaridad.
Yo no tuve referentes a mi lado que me enseñaran cómo hacer las cosas sino hasta que llegué a la Revista Semana. León Darío Peláez fue el único que valoró mi trabajo y me apoyó.
Romelia recibe el cuerpo de sus dos hijos menores de edad de 15 y 16 años, víctimas de la desaparición forzada, 8 años después. La Granja, Ituango 2010. Foto:Cortesía: Natalia Botero
Luego de retirarse de los medios, ¿hoy en día a qué se dedica?
A la fotografía documental y a la investigación. Ya llevo varios años trabajando en dos temas que para mí tienen mucha importancia en cuanto a la supervivencia y la sobrevivencia, en este país. El primero de ellos es la desaparición forzada y el drama que viven las familias. Trato de reconstruir un poco las historias de vida de las personas que desaparecieron para que dejen de ser simples números.
El Estado, los paramilitares y ahora también sabemos que las guerrillas también, los responsables de ese tema.
Cuando empecé a hacer el trabajo forense junto con la Fiscalía y las familias de los desaparecidos encontré que con ellos también iban las familias y que se trataba de un drama más profundo que el de encontrar un muerto. Hay una historia, hay objetos y prendas que representan mucho para los allegados; todo un relato. Valía mucho la pena contar la historia de vida de esa persona que desaparecieron.
Además, me di cuenta que en este país cualquiera puede ser sujeto de desaparición. El proceso que hice con las familias fue la construcción de álbumes y de libros para que ellos puedan crear un proceso de esperanza.
Por otro lado hago un trabajo más antropológico de los territorios, que se llama ‘Al sol y al viento’ que es enfocado en los tendederos de ropa de zonas despojadas por la violencia. A través de esto hablar de quiénes son las personas que habitan ciertos territorios, quiénes volvieron y cuáles son sus dinámicas. Es un homenaje a los sobrevivientes del conflicto.
¿Tiene alguna foto favorita?
Tengo varias y en diferentes situaciones. Hay dos que particularmente se volvieron muy importantes, sobretodo porque la protagonista, Romelia, es una mujer que representa una compañía constante durante mi trabajo.
En una de las imágenes Romelia recibe el cuerpo de su hija en medio de un cafetal. Es una foto que me narra mucho el dolor de las mujeres en Colombia, siendo ellas las principales víctimas en el país.
Y en la otra se le ve bajo la lluvia con una sombrilla roja, en medio del campo. Para mí simboliza que las personas que han sufrido en gran parte el conflicto en este país ha sido la clase más vulnerable. Esas fotos me reconcilian con la vida.
Al sol al viento. La obra abre paso a la resistencia de las comunidades ante la violencia, al salir de nuevo de sus hogares y a la permanencia Chicamocha. 2015. Foto:Cortesía: Natalia Botero
El hecho de ver muertos y el derrame de sangre, ¿en algún momento fue traumático?
Siempre me hago esa misma pregunta. No fue traumático en su momento. Curiosamente vi muchos muertos en situaciones muy complejas y ha sido muy doloroso ahora que toqué el tema de la desaparición forzada. Cuando hay un cuerpo enterrado desaparecido de quien se tiene la esperanza de un 50 % de que esté vivo es que uno entiende el significado de la vida.
En mi trabajo siempre he tratado de ser muy respetuosa con la vida del otro, sin mostrar explícitamente los cuerpos, nada que dañe la dignidad de los seres humanos.
He tenido momentos muy duros. Inclusive tuve que parar casi dos años porque experimenté una depresión profunda, no le encontré sentido a la vida, estuve en un tratamiento psicológico. Fue una época completamente desesperanzadora.
Además porque uno siempre crea vínculos con las familias y ellas depositan mucha esperanza en uno. Me hacen preguntas de las cuales no tengo las respuestas, eso es muy frustrante.
No es que me haya puesto en contra del Estado sino que no le he creído mucho, inclusive a sus fuerzas armadas, porque he visto los abusos que cometen
Asesinato de 6 niños en Pueblo Rico, Antioquia, por parte del Ejército en hechos confusos donde los niños salían de paseo hacia el campo con un grupo de 60 estudiantes más y sus profesores. Año 2000. Foto:Cortesía: Natalia Botero
¿El trabajo que ha hecho construye memoria en el país?
Claro. Por dos cosas muy importantes: la primera, porque mi historia visual como fotógrafa hace parte de la reconstrucción de los hechos violentos del país, de los cuales parte lo que hago ahora, no quedarme en el hecho sino mirar más allá de lo que pasó con las comunidades y los territorios.
Segundo, tratar de hacer fotografía ahora y reconstruir esas historias de vida es también la construcción de la memoria viva de quienes sobrevivieron al conflicto, que son personas que están relatando lo que sucedió y lo que está pasando, porque el conflicto aún no acaba.
Para poder construir lo que hemos hecho y deconstruir lo que no se puede volver a repetir.