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Cuentos de Navidad: Bendito es el fruto de tu vientre
Este relato de Miguel Ángel Manrique hace parte del especial de cuentos de Navidad de EL TIEMPO.
Sally es enfermera y debe trabajar en Navidad. Su esposo, Felipe, y su hijo, Samuel, la esperan en casa, reflexionando sobre las familias que han pasado una Nochebuena desdichada. Foto: Leonardo Parra.
"En Ramá se oyeron gritos, muchos sollozos y lamentos: es Raquel que llora a sus hijos; ellos ya no están, y no quiere que la consuelen". Mateo 2, 17-18.
Dedicado a los niños y niñas víctimas de la guerra.
Felipe abrió la puerta para que entrara el espíritu de la Navidad y el estado de ánimo de la casa cambió naturalmente: ahora todo se sentía más luminoso. Sally, la esposa, era enfermera y esa noche estaba de turno en el hospital. Samuel, el hijo de nueve años, disfrutaba de unas largas vacaciones. A las doce tronaron los voladores. Felipe y Samuel intercambiaron regalos. Los de Sally se quedaron debajo del árbol, un abeto artificial con bolas azules y rojas, y unas luces de colores que prendían y apagaban. El gato comenzó a treparse en las ramas para jugar. Felipe le había comprado a Samuel un Lego, y Sally un cómic de su superhéroe favorito. Samuel le tenía a su padre el dibujo de una familia con un gato, y a su madre, una bonita sorpresa. Padre e hijo cenaron arroz con frutos secos, el favorito de Sally; pollo horneado con mostaza y miel, del gusto de Felipe, y unas verduras salteadas que a Samuel le parecieron sabrosísimas. Felipe se tomó una copa de vino y Samuel, una leche tibia.
Feliz Navidad, pa
Feliz Navidad, príncipe.
El ruido de la pólvora se confundió con el de las sirenas de las ambulancias. Sally los llamó para saludarlos.
Feliz Navidad, ma.
Feliz Navidad, Ratón. ¿Cómo estuvo la cena?
Rica, ma.
Feliz Navidad, Feli. Hablamos en un rato, tengo que regresar al trabajo.
Feliz Navidad, mi amor.
La noche era fría y lloviznaba. Se quedaron dormidos viendo una película navideña, una clásica comedia estadunidense: un niño se queda solo en casa, porque sus padres se olvidan de él, y debe defenderla de unos ladrones. Entabla amistad con un viejo extraño y le tiende a los malhechores una serie de trampas ingeniosas para ahuyentarlos. La madre se da cuenta del error, cancela el viaje y regresa al hogar, donde finalmente se reencuentran. Al día siguiente, se reúne toda la familia.
Felipe durmió poco. Al despertar, cogió el celular para leer las noticias. Leyó en un periódico sobre la tragedia en la Franja de Gaza y Palestina, la cuna del cristianismo. Se cree que Jesús nació en Belén, por lo que cada año, en Navidad, miles de fieles visitan la ciudad. Sin embargo, cerca de allí, los pesebres están hechos escombros, miles de niños han muerto, muchas casas están destruidas y hay numerosas familias desplazadas.
sally es enfermera y debe trabajar en Navidad. Su esposo, Felipe, y su hijo, Samuel, la esperan en casa, reflexionando sobre las familias que han pasado una Nochebuena desdichada. Foto:Leonardo Parra.
El espíritu de la Navidad fue sacrificado en esos territorios, pensó Felipe.
La imagen en la pantalla del televisor estaba congelada: la película se había terminado hacía rato.
Le envió a Sally un mensaje por WhatsApp:
¿Cómo vas?
Mientras esperaba la respuesta, tomó el libro de la mesa de noche, que la editorial donde trabajaba publicó para conmemorar los 180 años del Cuento de Navidad, de Charles Dickens, que le había estado leyendo a Samuel en los últimos días, antes de dormir.
Le gustaba la parte en la que Scrooge habla con su alegre sobrino:
“—A ver, cuéntame, ¿por qué te casaste? –le preguntó Scrooge.
—Porque me enamoré.
—¡Porque te enamoraste! –rezongó Scrooge, como si esa fuera la única cosa en el mundo que pudiera sonar más ridícula que desear una feliz Navidad–. ¡Buenas tardes!”.
Al rato, le entró el mensaje de Sally:
Una noche difícil, Feli. Nos ha tocado atender a varios niños quemados por la pólvora.
Qué terrible. Todos los años ocurre la misma tragedia. ¿Cómo estás?
Cansada, Feli. Ya sabes, son gajes del oficio. A nosotras nos toca el trabajo sucio, los pobres médicos apenas si saben cambiar un pañal.
Te guardamos comida.
¡Qué rico! Más tarde nos vemos para celebrar. Y ¿cómo está mi ratón?
Dormido. Comió bien. Estábamos viendo una película.
Los vecinos que estaban de parranda le subieron el volumen a la música: sonaba un popular y alegre ritmo sabanero, un paseaíto, que puso a bailar incluso al pariente más aburrido de la fiesta. A lo lejos se oyó el contrapunteo de los fuegos artificiales.
Cuento de Navidad narra la historia de un hombre avaro que, en una Nochebuena, recibe la visita de unos fantasmas que lo confrontan con su pasado, lo que le permite redimirse.
En otro libro, Felipe había leído que los pobres pocas veces la pasaban bien, pero durante el siglo diecinueve las familias británicas de bajos ingresos la pasaron especialmente mal. En tiempos de la Revolución Industrial, muchos niños de Inglaterra trabajaron en fábricas textiles, minas de carbón y explotaciones agrícolas, en condiciones paupérrimas, por lo que no pudieron disfrutar de la Navidad.
La sala de urgencias del hospital donde Sally trabajaba estaba llena de gente. Las ambulancias no paraban de llegar. Se parqueaban en la entrada y los enfermeros corrían apurados llevando en las camillas a las víctimas de infarto, a los que trataban de quitarse la vida en un acto de desesperación y a los niños quemados. Sally atendió a uno de estos pacientes. Era un pequeño de unos ocho años que le recordó a Samuel. En su corazón, ella quería celebrar la Navidad con él y con Felipe, pero sabía que debía estar allí para intentar salvarles la vida a esos desdichados.
Sally es enfermera y debe trabajar en Navidad. Su esposo, Felipe, y su hijo, Samuel, la esperan en casa, reflexionando sobre las familias que han pasado una Nochebuena desdichada. Foto:Leonardo Parra.
¿Cómo te llamas?, le preguntó al niño.
Ignacio, contestó el pequeño.
Tenía la mano derecha vendada y se quejaba de dolor. Lo acompañaba su madre con los ojos caídos del cansancio. Una mueca de rabia le deformaba el rostro.
Entraron a otra sala con las camas separadas por cortinas, de donde salían y entraban médicos y doctoras con batas blancas y estetoscopios colgados del cuello. Había niñas con el pelo chamuscado, y niños con el rostro desfigurado por las ampollas, que se quejaban de dolor o lloraban desconsolados.
Le dije que no jugara con esas bengalas, Matilde, se oyó a un padre angustiado. Le advertí que si iba a manejar no tomara más, Julio Ramón, dijo una señora, mire cómo le quedó la cara al niño. Yo por eso no quería ir a donde su familia, Ernesto, se quejó otra mujer, vea lo que le pasó a la china.
Sally le retiró la venda a Ignacio y notó que le habían hecho mal la curación de la mano, pues le pusieron café molido en la quemadura. Tenía la piel enrojecida, hinchada y le ardía. Le tomó los signos vitales y luego interrogó a la madre, que contestó con evasivas.
Vamos al baño, dijo Sally. Te voy a limpiar esa mano.
Le lavó la herida con jabón y abundante agua fría. Luego les dijo que esperaran el turno para que la pediatra lo viera.
En la noche, Sally atendió a otros pacientes con diferentes urgencias. En la madrugada, se dio un respiro. Se fue a la cafetería con Gloria, una compañera, y pidió dos tintos. Mientras Gloria salió a fumar a la calle, Sally sacó el celular y le envió a Felipe, quien se había quedado dormido, un video de YouTube. Él se despertó cuando oyó la notificación en el teléfono. Abrió el WhatsApp. Era una canción de Mariah Carey con subtítulos en español que lo hizo feliz: “Todo lo que quiero para Navidad eres tú”, decía la letra. Le devolvió un corazón.
"En su corazón, ella quería celebrar la Navidad con él y con Felipe, pero sabía que debía estar allí para intentar salvarles la vida a esos desdichados".
Después, siguió leyendo noticias sobre Gaza. Ni en Belén ni en los montes de Judea los niños celebrarían la Navidad. No habría cenas abundantes ni fiestas ni regalos ni árbol ni luces ni alegría. Solo destrucción, muerte y llanto; señor primer ministro, ¿por qué se porta como un Herodes?, se preguntó Felipe. La terrible estupidez de los terroristas había desatado en aquel una insaciable sed de venganza. Fracasamos como humanidad, pensó Felipe, si aceptamos que asesinar, torturar y secuestrar personas son cosas naturales en vez de horribles crímenes. ¿Por qué debían pagar los niños el precio del odio de los adultos? Se sintió mal de pronto por esos niños, pero qué podía hacer él. Acarició la cabeza de Samuel, que dormía plácido. Luego pensó en Jesús. Dos mil años atrás, tampoco su familia la había pasado bien: tuvo que huir a Egipto porque Herodes quería matar al Mesías. Según lo relata Mateo, la mala fama de este rey se originó en el hecho de que ordenó ejecutar a muchos inocentes, al sentirse engañado por unos magos que se negaron a revelarle el lugar donde nació Jesús.
Más tarde, Felipe oyó la puerta. Se levantó, bajó las escaleras y vio entrar a Sally. Tenía puesto su uniforme azul y una chaqueta abrigada para protegerse del sereno.
Hola, mi amor. Feliz Navidad, le dijo Felipe.
Feliz Navidad, contestó ella. Estoy rendida y muerta del hambre. ¿Y Samuelito?
Dormido. ¿Te caliento la cena?
Sí, ya vuelvo, me voy a quitar esta ropa.
Felipe sacó la comida de la nevera, las ollas de los estantes y prendió los fogones. Al rato, Sally bajó empiyamada y en pantuflas. Puso la mesa, se sentó a comer y le contó anécdotas de su noche en el hospital: a Ignacio, la pediatra le había recetado una crema para aliviarle la quemadura y unos analgésicos para calmarle el dolor, pero hubo otras historias menos felices.
El desayuno le gustó.
Olvidémonos de las cosas tristes, dijo Felipe, ¿quieres un chocolate caliente?
Bueno, y quiero abrir mis regalos.
Ábrelos.
Sally se acercó al árbol que se movía porque el gato estaba trepado en las ramas. En el suelo había varias bolas caídas con las que la mascota había estado jugando. La pareja se sentó en el sofá de la sala. Sally rasgó el papel de regalo y gritó emocionada.
¡Te amo!, ¡los amo! Feliz Navidad.
¿Vamos a descansar?
Sí, quiero dormir todo el día. Mañana tengo turno de nuevo.
Entonces, a la cama, a ver si termino la película.
Subieron las escaleras para ir a la habitación. Samuel la esperaba en el umbral de la puerta con una sonrisa.
Feliz Navidad, ma.
Se fundieron en un abrazo.
*MIGUEL ÁNGEL MANRIQUE - ESPECIAL PARA EL TIEMPO.
Escritor, editor y profesor. Premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello 2019, en México. Premio Nacional de Novela 2008, Ministerio de Cultura, en Colombia.