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El laboratorio de Osaki, en El Caldero de Sancho
La cadena Osaki no deja de innovar y sus platos más recientes están en la sede de la 85.
Platos de Osaki. Nigiri. Foto: Javier Larrota. Osaki
Como un laboratorio: así fue concebido el restaurante Osaki de la calle 85, que abrió sus puertas hace algunos meses.
A pesar de que esta cadena de restaurantes de comida asiática está muy bien posicionada de tiempo atrás, sus cocineros no dejan de crear, no dejan de explorar, no dejan de proponer. Y la sede en la que tiene lugar esta aventura creativa es el amplio, cómodo e inspirador local de la 85.
Allí, sin perder la esencia de un concepto probado y aprobado, un equipo comandado por José Camilo Chocontá combina ingredientes, afina sabores, desarrolla recetas, perfecciona platos. Y, sobre todo, sorprende.
La innovación en los platos es una constante del lugar. Foto:Javier Larrota. Oski
Y aunque buena parte de las creaciones que allí adquieren su partida de bautismo aterrizan más adelante en las cartas de las demás sedes de Osaki, los visitantes asiduos de este restaurante tenemos el privilegio de estar entre los primeros en probar maravillas como ese maki al tigre que se ha convertido en una verdadera sensación.
Sí, un rollo de sushi que lleva langostino, hojuelas de maíz, aguacate y cebollín, y llega bañado con una emulsión acevichada, chiles encurtidos y salsa macha. Sabores intensos en tono discreto. Un juego de texturas muy agradable. Un maki que vale la pena probar tal y como llega a la mesa, sin agregarle ni siquiera la consabida soya que suele acompañar los rollos.
También el de nori crocante –que llega coronado con tartare de salmón en salsa cítrica de ají amarillo trufada– nació allí y empezó ganar adeptos muy pronto.
Pero no solo de sushi vive Osaki, hoy por hoy uno de los lugares en Bogotá en donde se da la mejor relación calidad -p recio. Allí encontré uno de los pollos más ricos que he probado en los últimos meses: el kung pao, maravillosa adaptación de un clásico oriental, dulce y picante a la vez, crujiente, con la buena compañía de marañones, chile seco y cebolla caramelizada.
Y descubrí también el bowl callejero coreano, por el que he regresado varias veces. Lleva bondiola ahumada y kimchi de manzana. Una suma increíble.
Hay tantos y tan maravillosos sabores en Osaki, que quizás lo mejor es pedir varios platos al centro de la mesa y compartir, para poder dar un recorrido amplio y diverso. Algo muy parecido a la felicidad… o tal vez la felicidad misma.