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'Me enamoré y su mamá venía incluida: una suegra entrometida que decidía por él'
En #MensajeDirecto, la mala fortuna de enredarse con un hombre con complejo de Edipo.
Aguante por casi dos años esa situación. Foto: iStock
Esta voz ha sido generada con inteligencia artificial y es una mera representación.
Regresó #MensajeDirecto, un formato con el que EL TIEMPO busca darles un espacio a sus lectores para contar aquellas historias de amor o vivencias personales que se consideran poco comunes. Aunque usted no lo crea, alguien se identificará con su relato. No olvide que, en medio de las diferencias, todos reímos y sufrimos en el mismo idioma. Conozca esta nueva historia.
Estaba iniciando el año 2020 cuando conocí a un hombre a través de una aplicación de citas. En realidad conocía mucha gente y me parecía exquisito el ejercicio de conocer historias de vida, todas tan diversas y llenas de matices, que entre otras cosas me servían de material para el escrito que preparaba en esa época, pues me encontraba preparando el manuscrito de mi siguiente poemario.
Lo que para muchas personas eran conversaciones vacías y repletas de egocentrismo, para mí eran historias maravillosas de seres humanos en busca de su mejor versión, una vitrina que mostraba lo más destacado de la vida, los logros alcanzados, los sueños. Pocas veces los miedos y las nostalgias.
Nos conocimos por una aplicación y me mostró ser alguien diferente. Foto:iStock
Cuando lo conocí, entramos en una conversación amena y dicharachera, me pareció un hombre agradable e inteligente y pensé que podíamos ser buenos amigos.
En nuestra conversación inicial fuimos sinceros en muchos aspectos trascendentales de nuestra vida. Yo moría por ser madre y él no quería ser padre. Yo abandonaría el país próximamente y él más bien tenía planes en Colombia para estabilizarse. Él confesó que hacía uso de vez en cuándo de prepagos y no le di mayor importancia, pues me parecía normal en un hombre soltero.
La vida iba y venía rápidamente y disfrutábamos de pasar tiempo juntos, nunca me imaginé que tiempo después me encontraría con una faceta totalmente distinta a lo que él me había mostrado.
Pensé que este personaje sería el tipo de los que no volvería a ver. No sentí el clic de ese romanticismo adherido a mi piel, aunque debo aceptar que los matices de su vida me intrigaban de manera especial.
Recuerdo que en nuestra segunda cita me invitó a su casa. No puse atención a los detalles, pero entramos como ladrones en la noche a una casa grande en la que claramente vivía mucha gente.
El acercamiento fue lógico después de un par de copas y en medio del abrazo sucedió lo inevitable: ese primer beso.
Un beso juvenil con mucho movimiento y dinamismo, hace mucho no encontraba alguien que besara tan bien y se lo hice saber
Recuerdo ser yo la de la iniciativa, no soy de aguas mansas y la cercanía para mí es una de las situaciones de las que huyo porque creo que nadie se libra de ella. Recuerdo que fue delicioso, un beso juvenil con mucho movimiento y dinamismo, hace mucho no encontraba alguien que besara tan bien y se lo hice saber.
Empezó una especie de romance donde el romanticismo y la presencia en la vida cotidiana hacían su entrada triunfal, esos instantes posteriores a conocerse, en los que todo lo del otro es interesante, todo es importante, un universo nuevo que se abría y sabía bien.
Mensajes de chats iban y venían, intercambiábamos información de nuestros intereses y triunfos y todo parecía una carrera de talentos. Tan perfectos, tan correctos, tan comunes, tan llenos de pasión y de ganas. Esas cosas que parecen triviales, cuándo ocurren, pero que después descubrimos que hacen parte de esa zona que yo llamo “las montañas de lo desconocido” cuándo todo es como lo cuentas y no hay duda.
El resultado de la lealtad, de la credibilidad, de la fe y un poco de la esperanza que se tiene en que el otro sea como se describe. Mientras eso ocurría volví a verle y entonces descubrí su núcleo familiar: su madre, y tres mujeres más. No había tenido presencia masculina en su vida. Pero no le hice caso a ese detalle, no era el primer caso que conocía y no pensaba un futuro junto a él. Pase corriendo por ese episodio de su vida.
Pasados dos meses sucedió lo inesperado: quedé embarazada. Inesperado por lo sorpresivo de la situación para alguien como yo, que llevaba años buscando ser madre y pensaba que esa puerta jamás se abriría.
La sorpresa para mí fue monumental: llevaba encima una relación de muchos años en los que no fue posible lograr un embarazo absolutamente deseado y ahora estaba esperando un hijo, el sueño de mi vida… de alguien a quien apenas conocía.
El principio fue a pesar de todo muy especial, su familia y la mía se alegraron por el bebé y comenzó la carrera de construcción de una familia propia, empezamos bien, motivados por la esperanza de un hijo.
Las señales anticipadas del infierno que vendría
Quedé embarazada al poco tiempo de conocerlo Foto:iStock
Había pasado apenas cinco meses cuando empecé a notar que su dependencia de la mamá era un poco intensa.
El primer indicio de lo que sería el futuro sucedió cuando contemplamos la posibilidad de vivir juntos, allí me preguntó si me importaría que viviéramos con su madre, a lo que respondí con un no rotundo.
Empecé a ver que todo lo que pasaba en el día a día era motivo de consulta con su mamá, y que no tenía capacidad de hacer nada si no le consultaba antes a ella.
Pensé que quizá se debía a que nunca vivió fuera de casa y me daba ánimo pensar que eso cambiaría.
Ella, por supuesto, empezó a sentar su bandera en nuestra relación, metida en cada decisión que tomábamos respecto al embarazo, al bebé, su amabilidad parecía normal y hasta empalagosa, pero hasta ese momento yo no le veía problema.
Pasaron los meses de gestación y me encontré con un hombre silente la mayoría del tiempo, pero comprometido. Sus pensamientos de futuro me daban un poco de terror (un bebé que apenas se gestaba y él ya pensaba en el colegio, la universidad a la que sería estratégico asistir), algunas veces le habló a su bebé en la panza, pensé durante todo mi embarazo que sería un gran padre.
Era tal su grado de dependencia que tenía que pedirle dinero a su mamá para salir de rumba o a cenar
Pero, se acercaba la fecha de nacimiento de nuestro hijo y debo aceptar que hasta aquí había llegado ya con una fuerte decepción de lo que era él: se mostraba como un tipo inteligente, dando consejos a diestra y siniestra a sus amigos, arreglando situaciones cotidianas de gente de su trabajo y aparentemente capaz de avanzar en su tarea como padre y esposo.
Sin embargo, en casa, de puertas adentro, se mostraba como un tipo inseguro, temeroso, tímido, no podía manejar ni siquiera sus finanzas personales. Me sorprendió que su madre istraba totalmente su salario.
Para mí no representaba mayor cosa, primero su dinero es algo que nunca me interesó y segundo yo llevaba más de veinte años fuera de casa manejando mis recursos. Pero no dejaba de resultarme curioso los detalles de esa personalidad que jamás me imaginé de él.
Era tal su grado de dependencia que tenía que pedirle dinero a su mamá para salir de rumba o a cenar.
La tóxica presencia de mi suegra se hizo cada vez más notable
Empezó a involucrar a su mamá en todos nuestros planes. Esto comenzó a suceder como el sexto mes de embarazo. Cualquier desayuno, almuerzo, cena, ida al parque, al río o al supermercado
Lo siguiente que noté fue que empezó a involucrar a su mamá en todos nuestros planes. Esto comenzó a suceder como en el sexto mes de embarazo. Cualquier desayuno, almuerzo, cena, ida al parque, al río o al supermercado.
Ella aparecía y yo intentaba ser cordial, disimular que no me molestaba, pero la verdad era bastante tóxica su presencia.
Y así fueron pasando los meses. Hasta que llegó el día del nacimiento de mi hijo. Hasta aquí el tema era mantener la relación fuera del foco de su madre: Hacer que fuera funcional, poder salir a cenar sin que ella tuviera detalles del menú, del postre o de la gota de lluvia en la ventana. Que no viniera a casa a revisar el closet, la despensa, el mugre bajo la alfombra o el cajón de mi ropa interior. Parece algo difícil de creer, pero así era. Y lo que vendría en adelante sería el principio del infierno.
Nace mi hijo y tengo que enfrentarme a tiempo de pandemia, lo que quiso decir una maternidad y lactancia en soledad, si bien convivía parcialmente con el padre de mi bebé, su presencia desde que pusimos un pie fuera del hospital se anuló por completo. Se tornó frío y hostil. Miraba en silencio la escena madre e hijo. Lo veía triste y en duelo. Como si lo ocurrido no fuera un nacimiento, sino una muerte.
Tuve a mi hijo, lo que por años soñé. Solo que no con el padre adecuado. Foto:iStock
Por supuesto, el primer ofrecimiento de compañía fue su madre, logré evadir diciendo que era un momento de intimidad y que me gustaría vivirlo en “intimidad”.
Me logré zafar en esa oportunidad, pero después vinieron las visitas, los consejos no pedidos sobre maternidad y crianza. Nunca supe si ella venía por su cuenta o si él la llamaba para intentar llenar su propio vacío.
Lo que sé es que sus visitas pasaron a ser diarias. Ya no solo revisaba las prendas de su hijo, sino las mías y de mi hijo, empecé a notar que su presencia se tornaba cada vez más tóxica y empezaba a ser insoportable.
El día que todo explotó
Esa colaboración venía acompañada de intromisión, irrespeto, y por supuesto mi nivel de aguante fue llegando a tope
La verdad pasaba días de tanta soledad que decidí pasar estos detalles por alto y aceptar su ayuda. Pero las diferencias de crianza, de asumir roles o prioridades empezaron a generar conflictos de pareja, pues inicialmente, como debe ser, le comenté a él que esa situación podría terminar muy mal.
Debido a lo malo que resultó su hijo en la crianza compartida, ella asumió ese rol, lo que significaba que se iba volviendo cada vez más indispensable, pero esa colaboración venía acompañada de intromisión, irrespeto, y por supuesto mi nivel de aguante fue llegando a tope.
Cuando empecé a hacer evidente mi inconformismo con esta situación, empezó la violencia psicológica por parte de él, me llamaba dramática, sensible, que no me dejaba ayudar.
Las peleas aumentaron y no fue fácil para mí Foto:iStock
Como es lógico, vinieron las discusiones con su madre hasta que reventó todo y le dije que no quería volver a verla en mi casa, que no era bienvenida. Recuerdo que la última pelea que tuvimos se dio una tarde de fin de semana casual. Ella ordenando el mercado milimétricamente y con lupa en mi nevera. El padre mi bebé siendo él: inmerso en su mundo digital mientras un bebe lloraba a su lado rogando atención.
‘Ese bebé está muy mal educado’, fueron las últimas palabras que toleré de ella.
Claramente, esta situación lo dejó cojo a él. Ella era como su sombra y quién hacía las cosas mínimas que él en su incapacidad no podía. Al ausentarse ella, él quedaba sin saber qué hacer. Y eso fue colmando la copa.
Me sentía totalmente sola como madre, como mujer y como ser humano. Me presionaba para que le ‘pidiera perdón a su mamá’, decía que sufría, que necesitaba que las cosas volvieran a ser como antes, pero yo no quería volver a ese infierno.
‘Decidió volver a las alas de mamá gallina’
Después de que se fue su madre, él soltó la responsabilidad y se convirtió en un padre ausente. Foto:iStock
Casi dos años permití esa locura. Dos años en los que necesité una mano para soportar mi maternidad primeriza y en los que la debilidad física y mental me permitían seguir soñando lo imposible: ‘Que el padre de mi hijo dejara de ser media persona. Que esa presencia de siamés de su madre fuera extirpada y lo dejara volar como el gran hombre que mi ser con toda la fuerza quería que fuera. Un imposible al que me aferraba’.
Me negué y como es lógico, una relación moribunda empezó a morir. Lo que antes era desinterés ya fue bautizado: Desamor.
Me quedará la duda eterna de si realmente dejó de quererme o si el miedo a volverse una persona útil lo abrumó tanto que decidió volver a las alas de mamá gallina
Y así fue como se soltó fácilmente de la responsabilidad. Se convirtió en un padre ausente. En la actualidad, da dinero, pero claro, para muchos en esta sociedad eso es ser un padre aceptable. Si bien lo ve un par de horas a la semana. ¿Adivinen a dónde van y con quién?
Me quedará la duda eterna de si realmente dejó de quererme o si el miedo a volverse una persona útil lo abrumó tanto que decidió volver a las alas de mamá gallina.
Siento tristeza de él. De su madre que cree que su amor es sano. De mí, que creí erróneamente que podía cambiarlo a su edad. Y por supuesto de mi hijo que se quedó sin una figura paterna presente.
Si bien es cierto que una familia no debería ser un trío perfecto, también es lógico que para ciertas cosas los niños se encuentran más cómodos con la figura masculina. Pero se trata de paz, de ambientes saludables y en ello creo que debemos aplaudirnos como padres porque a pesar de todo lo estamos poniendo a él como prioridad.
Ahora soy lo que siempre desee: mamá. Tengo un hijo precioso y perfecto, tengo paz en mí día a día y mi corazón está sanando. Me volveré a enamorar segurísimo, soy una eterna romántica y sé que el amor ronda inevitablemente aquí y allí.
Soy madre soltera y soy feliz al lado de mi hijo Foto:iStock
Madres, soltemos a nuestros hijos. Hagamos de ellos hombres de honor, capaces de soportar el peso y el sabor (a veces amargo) de una familia, a honrarla y a cuidarla para siempre.
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