Acaba de fallecer de un cáncer la irreverente compositora y concertista norteamericana Carla Bley, una mujer con un gran sentido del humor que marcó a varias generaciones desde mediados del siglo XX hasta el presente.
La descubrí recién llegué a estudiar en el año 1.979 a Boston y a partir de entonces fue una referencia obligatoria en mi aprendizaje. Descompleté mi mesada de estudiante para comprar su disco Carla Bley Live, y lo escuché como una esponja queriendo exprimirle hasta la última gota de música, y de originalidad.
Fui labrando el sueño de llegar algún día a los escenarios buscando fórmulas en su llamativa propuesta musical, muy apartada de los parámetros convencionales del jazz de la época, pero a la vez muy graciosa, enérgica y cautivante. Encontré rutas exóticas que jamás me hubiera imaginado alcanzar en su original manera de componer, con cadencias divertidas y antitécnicas, con estilos musicales como el tango o los réquiems, muy poco comunes en la escena del jazz de aquellos años.
En ese periodo tan productivo de su carrera escribió fanfarrias jocosas y mordaces, orquestó sus canciones con instrumentos “nada que ver” con los patrones del buen gusto, burlándose de todo y consiguiendo el rechazo de los que no alcanzaban a entender y a disfrutar de su deliberada desesquematización. En contravía del uso habitual de instrumentos agudos, prefería la tuba y el trombón para que sus melodías tuvieran un carácter grave y lleno de madurez.
El formato de su banda parecía una Big band pero no exactamente, siempre encontraba la forma de salirse del esquema convencional. Esta curiosa instrumentación se aprecia al máximo en su disco Musique Mecanique, donde la orquesta parece sacada de una película de Fellini.
También se divirtió a montones bautizando sus canciones con títulos como I Hate to Sing (Odio cantar), Boo To You Too (Te abucheo de vuelta) o Reactionary Tango (Tango reaccionario). Pero el colmo de la creatividad lo plasmó en la canción At Midnight (A medianoche), donde la letra se convierte en un palíndrome sin fin al mejor estilo de M.C. Escher.
Incluía en sus programas de concierto canciones “serias” a la par con estos temas cómicos. Baladas hermosas cómo Dreams So Real (Sueños tan reales) y Lawns (Prados), hicieron felices a sus oyentes por la paz que transmiten estas legendarias canciones. En contraste, las improvisaciones en estos temas eran pausadas y poéticas, muy diferentes al resto de improvisadores activos a finales del pasado milenio.
El Festival de jazz del Teatro Libre la trajo en 1.998 junto con su compañero y bajista Steve Swallow para presentar un recital en dúo, un formato en el que los músicos se abren para mostrar lo más íntimo de su arte. Quizás resulte más apropiado desearle alegría que paz en su tumba a Carla Bley, y darle las gracias por tanta felicidad.
ÓSCAR ACEVEDO
Músico y crítico musical