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El desafío a la hora de escribir para los niños
Gerardo Meneses y John Fitzgerald Torres cuentan su experiencia en la literatura infantil.
Bibliotecarios, profesores y promotores de lectura enfrentan hoy nuevas realidades sociales, como los niños de la migración y la ruralidad. Foto: Jaiver Nieto/EL TIEMPO
Si la magia de cualquier gran película o novela encierra el factor sorpresa para el espectador o lector cuando aparece la palabra ‘fin’ o se cierre la última página del libro, el desafío es mayúsculo cuando se trata de un niño.
Así lo creen los escritores John Fitzgerald Torres y Gerardo Meneses, dos de las plumas más premiadas en esta categoría con sus libros en el país. Torres está llegando a librerías con La luna del renacuajo, mientras que Meneses está poniendo Pancho, cada vez más ancho.
“Escribir para niños es todo un desafío en sí mismo, que implica atender simultáneamente y con sumo cuidado aspectos concernientes al lenguaje, las temáticas, la intencionalidad, los formatos, los detalles, el tratamiento, la complejidad, el lector..., pero quizás la mayor exigencia esté en articular acertadamente el efecto que se quiere o se puede causar y la libertad expresiva del autor”, explica Torres.
A su turno, Meneses complementa que tal vez uno de los mayores retos como escritor sea “dar la talla, subir al nivel del niño para hacer que la historia, además de que le guste, lo entretenga y lo anime a terminar el libro”. Él cree que la escuela ayuda con otras actividades complementarias en el proceso de lectura de ese libro.
John Fitzgerald Torres, escritor de literatura infantil y juvenil. Foto:Hector F. Zamora/EL TIEMPO
“Como eres adulto vives, piensas, hablas, actúas como adulto, pero escribes para niños. Parece una contradicción, pero es así. Y ahí es donde entra tu capacidad para llegar al nivel de ellos. Para que tu obra le guste a él principalmente”, anota el escritor huilense, ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil.
A diferencia de cómo opera el proceso creativo del escritor de libros para adultos, en el caso de la literatura infantil, el autor sí debe hacer un esfuerzo por pensar el tipo de lector al que se está dirigiendo.
Gerardo Meneses Claros escritor colombiano de literatura infantil y juvenil. Foto:Claudia Rubio/EL TIEMPO
“Me parece que en ambos casos la presencia del lector resulta decisiva, incluso cuando se dice que no se piensa en él, afirmación que me resulta más una pose deliberada hasta cuando proviene de los grandes autores. Siempre se escribe para alguien, y eso define la literatura. Y cuando se hace para niños, el rango de edades, la habilidad lectora, sus intereses y motivaciones y también el carácter de la mediación probable son determinantes. El lector siempre está conmigo en mi aventura creadora”, anota Torres.
De hecho, su nuevo libro, La luna es un renacuajo, que busca acercar a los niños a la poesía, un género que es bueno cultivar desde chiquitos, surgió a partir de unos talleres y laboratorios de creación que Torres adelantó con los menores.
El renacuajo y otros poemas para jugar, de John Fitzgerald Torres. Foto:Archivo particular
En una oportunidad, en una biblioteca pública, el autor, ganador de VI Premio de Literatura Infantil y Juvenil El Barco de Vapor-BLAA 2013, los puso a pintar imágenes de un poema que les había leído.
“Entonces –cuenta– uno de ellos, un ‘grandote’ de seis años, quiso mostrar su dibujo a los demás. ‘¡Es la Luna!’, gritó uno de los niños al verlo, pero el autor del dibujo negó con la cabeza. ‘¡Es un renacuajo!’ gritó otro; ‘¡Ese renacuajo parece un zapato!’, dijo uno más ‘¡Pues, para mí, ese zapato es la risa de Lucía! ¡Esa risa es más bien una cuchara! ¡Esa cuchara es un monstruo de otro planeta!’ siguieron diciendo los demás. Así, entre risas y disparates, fuimos inventando entre todos una especie de retahíla espontánea, un poema-río”.
De esta manera, “entre poemas para jugar y juegos para hacer poesía” fue surgiendo el título del libro.
'Pancho cada vez más ancho', de Gerardo Meneses Claros. Foto:Archivo particular
Meneses comenta que cada autor sigue su propio proceso creativo. En su caso, él suele pensar primero en la edad del niño lector para dar vida a la historia.
“Para mí, eso es clave para manejar el lenguaje, los gustos, la cotidianidad, las actividades que haría un niño o una niña de esa edad. Como la mayoría de mis protagonistas son niños de pueblo, de provincia o de campo, suelo ser muy observador de ellos cuando los conozco en sus ambientes naturales”, explica.
Así surgió su trilogía infantil de la violencia, conformada por La luna en los almendros, El rojo era del color de mamá y Bajo la luna de mayo.Al analizar si escribir para los jóvenes es distinto que para los niños, los escritores creen que se sigue un proceso similar para ambos tipos de audiencias.
“Cuando escribo para jóvenes pienso en sus preguntas, en sus inquietudes, en sus dudas, en sus anhelos, en sus temores, en sus visiones, en sus ilusiones, en todo eso que, pese a que solemos convertirnos aparentemente en otras personas, sigue habitándonos para siempre”, comenta Torres.
Alguno de sus libros para este grupo lector mayorcito son El vértigo de los pájaros o El Club de los Somnolientos. “Ellos buscan entablar y mantener abierto un diálogo con los lectores jóvenes acerca de sus realidades, sin detrimento de la imaginación y la fantasía”, anota.