Querida Elena:
Ya ves, que yo sigo pensando en ti. Y escuchándote con renovado fervor. Han pasado 20 años desde que te fuiste y aquí estoy, buscándote en medio de una noche habanera. Hoy pasé por la Calle Monasterio, en la barriada del Cerro, donde naciste aquel febrero de 1928; y antes del primer ron, anduve por el 314 de la Calle Reina, donde alguna vez estuvo la Emisora Mil Diez. Allí te imaginé, cantando acompañada por Adolfo Guzmán o por Orlando de la Rosa, el 1.º de octubre de 1943, día de tu gran debut en la radio cubana.
Caminé un rato más por esa misma calle, que comienza en el bellísimo Palacio de Aldama y corre desde Amistad hasta Belascoaín; y busqué el atardecer en el malecón, bajando por el paseo Martí hasta el parque de los Enamorados. Esta Habana tuya, la sentí muy mía.
Era tal tu iración por Libertad Lamarque, que de niña te vestías como ella, y cantabas Madreselva y Caminito para gozo de tu abuela Rosario y de tu tía Graciela, que alentaron tus primeros aires cancioneros. Y reíste la infancia mientras se pudo, porque muy pronto, a los 13 años, tuviste que dejar los estudios y buscar el sustento para tu familia. Cantar, era la puerta que se te abría.
En tiempos de guerra
Primero te fogueaste en concursos de aficionados, y antes de cumplir los 15 años, firmaste tu primer contrato. Cuba entera te escuchó: Te besaré con ansia, con fiebre loca que da tu boca / no contaré los besos, porque no hay cifras en el besar. Ese bolero, de Juan Bruno Tarraza, considerado demasiado atrevido para la época y prohibido por la XEW de México, fue uno de tus consentidos. Eran tiempos de guerra, pero en ti ardía una certeza vestida de canción romántica.
Y aprendiste de Isolina Carrillo y de Rita Montaner, mientras De la Rosa te enseñaba a hacer segundas y terceras voces, como anticipándose a tu gloria más temprana, la del Cuarteto D’Aida. Ah, lo que debió ser escucharlas en vivo... Tu profunda voz de contralto soportando a las de Moraima Secada, Omara Portuondo y su hermana Haydée. Las de ellas, acogiendo la tuya.
A mediados de los cuarenta brillaban las voces de Olga Guillot, Celia Cruz, Olga Rivero, Esther Borja y Tomasita Núñez. Con Celia alternabas en la Mil Diez, eran amigas. Juntas vivieron la mejor época del espectáculo en Cuba; la de Rodney, Vilma Valle y Las Mulatas de Fuego. Cómo olvidar la fastuosidad del show Karabalí, en el Tropicana; a Josephine Baker, en el Teatro Encanto; los nombres de Tongolele o Nat King Cole titilando en las marquesinas habaneras; al Benny, Arsenio o Bola de Nieve actuando en una misma noche. Tanto y tan bueno había para escoger. La fiesta era interminable.
La mejor cantante de boleros
Confieso que nunca me gustó el remoquete de Señora Sentimiento, que te puso un periodista, como tampoco me gusta el de la Novia del Feeling, que le achacan todavía a Omara. Aseñorar el sentimiento es cercenarlo, es quitarle la respiración, es tan inútil como querer cronometrarlo. Y además es injusto, porque más allá de tu reinado indiscutible en el filin, (“Elena Burke para mí (...) es la mejor cantante de boleros que hemos tenido en Cuba, reconoció la propia Omara, cantaste lo que te vino en gana y fuiste pionera en muchos otros ámbitos de la canción cubana.
En los cuarenta, por ejemplo, muy jovencita, ya actuabas con las charangas; y a partir de 1960, se estrecha tu relación con este tipo de orquestas, primero con la Aragón y la de Enrique Jorrín; luego con la Revé, Los Van Van y Richard Egües, por citar algunas. Así que no me vengan con eso de “Señora Sentimiento”, que es como desdeñar el gozo de tu canto en Son al son; o tu deslumbrante versión de Brisa tropical, que tanto agradezco cuando el ánimo cojea. Y es que la orquesta de Eddy Gaytán se acopla de maravilla a tu voz, que entona sinuosa: Noche, cálida y sensual / noche tropical / de mi Cuba...
Dicen que no fuiste la más universal de las cantantes cubanas, pero a ti la fama nunca te quitó el sueño. Preferías cantar en libertad, seguir tus instintos. El tuyo era un don camaleónico que te mantuvo vigente, más allá de los caprichos de la gran industria musical. Cantaste con una honestidad irable, capoteando incluso el declive del bolero, a comienzos de los setenta; y el daño que hicieron el embargo estadounidense y la dictadura castrista, a la circulación de tus discos.
Aun así, ¡cuántas joyas dejaste! Conté al menos una treintena de grabaciones, siendo mis preferidas Con el calor de tu voz, La Burke canta, Es contigo, De los dos (a dúo con Fernando Álvarez), Elena Burke canta a Marta Valdés; y Bellos recuerdos. Es un listado caprichoso, lo sé, porque en últimas, cada quien atesora su propia Elena. Tengo, Para qué seguir fingiendo, Cuando pasas tú, De lo que te has perdido, Ebb Tide, Mil congojas, Duele, Lo material, Llora, No pienses así, Ámame como soy, fueron tantas las canciones sublimadas por tu voz... Lo que hiciste junto a Meme Solís, Enriqueta Almanza, Ela O’Farrill, Froilán Amézaga, Rafael Somavilla, Marta Valdés y Vicente Garrido, es de una abrumadora exquisitez.
“La voz de Elena Burke tiene el poder de encender lo que toca. Ella es lo que en Estados Unidos se denomina una torch singer, la cantante capaz de transformar en antorchas las canciones. Elena Burke es el feeling”, leo en la presentación que de uno de tus álbumes hace el escritor mexicano Carlos Monsiváis.
Con Frank Domínguez
Y hablando del filin, porque me gusta españolizar ese verbo anglosajón, me atrevo a decir que lo mejor de tu canto no está en una grabación, sino en la memoria de quienes frecuentaban el Pico Blanco, el Scherezada o el Gato Negro, los clubes de moda en El Vedado; para escucharte cantar de madrugada, tus más sentidos boleros. Te brindo un ron, Elena, solo para transportarme a donde estás, a media luz, acompañada por el piano de Frank Domínguez o de Meme Solís; o por la infinita guitarra de Frolián Amézaga, entrando en aquel trance del que nadie regresa siendo el mismo.
Ahora entiendo las palabras del escritor Ramón Fernández-Larrea, quien confesó que tu sola presencia en lo más hondo de la noche habanera estremeció los vasos de su mesa; y que el olor a pólvora y miseria que traía de la guerra se fue cayendo en el mantel como una absurda ceniza. A mí, como a él, me salvaste al cantar los dolores del mundo, y cuando dedicas Mis 22 años a la amada muerte o a la muerte amada, como prefieras llamarla. Hoy comprendo, como añade el gran Ramón, que “el filin era una forma dulce de protestarle a la mala vida, la traición y la sombra”. Salud por él. Salud porque la noche impone siempre su propia banda sonora.
Corrieron los años, triunfaste, cantaste por todo el mundo, hasta los japoneses te adoraron. Si te gustaba una canción, corrías a grabarla sin importar que se tratara de un compositor desconocido. Y vaya si tenías buen olfato porque, con el tiempo, muchos de esos jóvenes se convirtieron en leyendas: Juan Formell, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, por mencionar algunos. Grabar obras emblemáticas como Para vivir o Te doy una canción fue una forma de alumbrar el nacimiento de la nueva trova; así como interpretar Déjame sola, Aburrida, Yo no soy tu amiga y Cementerio de novias, tradujo el sentir de miles de mujeres, pero no en clave de bolero, sino de naciente balada, un género del que poco se habla en Cuba.
Sigo andando hasta el bar Cantares, en Miramar, donde se presenta Ivette Cepeda, extraordinaria cantora y entrañable amiga, y allí, al terminar su precioso recital, le pregunto por ti: “Escucharla cantar es esperar luego unos cuantos minutos antes de dar cabida a otra voz. Su estilo es algo que siempre me despierta amor y iración. Es único. También me maravilla su capacidad para hacer equipo, como lo demostró a su paso por el Cuarteto D’Aida. Ni qué decir de su interpretación en solitario. Quienes venimos después tenemos un pedacito de Elena, que si no sale en la voz, igual se lleva por dentro. Yo misma he querido jugar con sus recursos, con su fraseo al cantar una canción. He evocado algo de mi corazón a su corazón. Porque Elena es irrepetible”.
No todo está perdido
Quienes venimos después tenemos un pedacito de Elena, que si no sale en la voz, igual se lleva por dentro. Elena es irrepetible
La noche se consume despacio, como el tabaco que enciendo para acompañarme, y que hace lumbre al o con la brisa marina. La verdad, querida Elena, del filin ya no queda mucho. Con decirte que una noche, en el Gato Tuerto, había un cantante lírico haciendo de todo, desde O sole mio hasta merengue, ¡merengue! Sí, merengue en uno de tus templos sagrados. En el Saint John’s, se anuncia una charanga; el Scherezada está abandonado y por el Karachi ni quise asomarme. Los músicos del Hotel Nacional se miran entre sí, extrañados, cuando les pido Canción de un festival.
Pero no todo está perdido. Nos queda la entrega de Ivette Cepeda, la portentosa guitarra de Lino Lores, la vitalidad de Argelia Fragoso, Gema Corredera y Haydée Milanés. Te alegrará saber que el bolero fue declarado patrimonio cultural en Cuba y México; que este año, el festival Boleros de Oro celebrará el centenario de Portillo de la Luz; que Zenovio Hernández Pavón te ha dedicado una reciente y muy completa biografía; y que tu hija Malena grabó Elena querida, la canción que Marta Valdés compuso para tu cumpleaños, en 2013.
Una plegaria por Elena
La propia Marta, que te añora sin descanso, me hace llegar estas líneas: “La canción es una plegaria dedicada a Elena. En el proceso de componerla, sentí tanto, tanto, la necesidad de tenerla a mi lado como cuando yo terminaba las canciones desde el año 57, que fue cuando nos conocimos y empezamos nuestra amistad. A ella le gustaban las canciones mías, y ya se quedó una cosa de que cuando yo estaba componiendo, no veía las santas horas de terminar, de llegar al finalito de la canción, para llamarla y buscar la forma de vernos para llevársela. En ese momento, ella prestaba oído, miraba a lo más profundo de la canción. ¡Uno sentía tanto la atención que ponía a lo que uno se estaba sacando del alma, que era como si se lo trasladara a otra persona! Elena era como un amparo, ella siempre me defendió. Ponía canciones mías en sus programas, y las impuso al menos en cada disco que grabó. Siempre sentí ese apoyo, y en ese momento estaba inspirada a hacerle un homenaje, pero también quería poner de manifiesto todo aquello que había sido la esencia de nuestra gran relación, como personas, amigas, hermanas, como intérprete y compositora. Por eso digo que es una plegaria, porque es una canción donde yo le digo a ella todo eso que estoy sintiendo y le pido que no me deje, que no se me vaya nunca. Ella nunca se me va a ir, siempre está conmigo, dentro de mí, donde quiera la miro, donde quiera tengo fotos de ella y todo eso porque me ha acompañado toda la vida como una parte de mi persona”.
Camino de regreso al malecón. El cielo empieza a clarear y pienso en esa época dorada de la radio cubana, en la que Sindo Garay y sus hijos hacían un programa llamado Serenata en la noche. Difícil concebir algo más bello. Aquí, donde estoy parado, el sonido del mar se mezcla con una música lejana. Rompe el oleaje y te veo, una vez más, en el Salón Panorámico del Tropicana, diciendo con voz traviesa antes de cantar una sabrosa guaracha: “Hace un mes que no bailo el muñeco...”. Te contoneas y me sonrío; y te dedico un último ron, Elena, mientras amanece.
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JUAN MARTÍN FIERRO
Para EL TIEMPO