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'Los abismos' es la otra cara de 'La perra': Pilar Quintana
La caleña habla de la novela con la que ganó el Premio Alfaguara de Novela, que llega a librerías.
Pilar Quintana (Cali, 1972) es autora también de ‘Coleccionistas de polvos raros’. Foto: cortesía Carlos Zárrate
Ese universo de exuberancia vegetal que atraviesa la obra de Pilar Quintana no es gratuito. Pilar creció en el oeste de Cali, al lado del río y de una ribera pintada con las gamas de verdes de centenares de samanes, ceibas, helechos, palmas y hasta iguanas.
Hoy –después de una vida de viajes intensos– está radicada en Bogotá, pero su mamá, todos los días, se encarga de llevarle un pedazo de Cali a su nieto con la foto de una iguana que sube a visitarla por los árboles de su edificio.
Pilar todavía tiene en su cabeza una imagen de su niñez, cuando vivían cerca del zoológico, y oía el terrible rugido del león en las tardes. “Uno de mis primeros recuerdos en la cuadra, de chiquita, fue cuando mi mamá salió como loca a gritarnos a mi hermana y a mí que nos entráramos porque se había escapado el tigre o el león del zoológico”, dice.
Más tarde, en su juventud, se sorprendió cuando leyó María, de Jorge Isaacs, al ver cómo un autor era capaz de mirar con ojos de extranjero maravillado la naturaleza de su región. “Cuando yo salí de Cali, me convertí un poco en gringa, al ver cómo otras ciudades no tenían esa naturaleza tan prevalente como la de Cali. Y creo que siempre he querido hacerle un homenaje a la naturaleza de mi ciudad”, dice.
Esa misma exuberancia, tan presente en obras como Conspiración iguana y La perra, vuelve a ser protagonista de Los abismos, la novela que desde hoy está en las principales librerías del país y con la que ganó el Premio Alfaguara de Novela 2021.
Comencemos por el título. ¿Hay ahí un primer guiño para el lector sobre lo que le espera en la trama?
Claro que sí. En la novela hay unos abismos geográficos; la historia transcurre en Cali y en cierto momento de la novela se sube a las montañas, que es una zona que conocemos como la carretera al mar, que lleva a Buenaventura. La carretera está llena de esos abismos. Pero también hay unos abismos que son los que se dan dentro de la familia protagonista, que son más brechas entre sus integrantes. Es una familia que se está desmoronando y la narradora es una niña que nos muestra ese proceso, donde hay un momento de gritos horribles entre el papá y la mamá. Pero creo que el abismo más terrible es el silencio que se sitúa después entre el papá y la mamá, que es más doloroso todavía; es un gran abismo para la niña.
En este libro vuelve a estar muy presente su reflexión sobre la maternidad y el lugar de la mujer en la sociedad…
Esta novela es la otra cara de La perra. En La perra hablamos de la maternidad deseada, pero no lograda. Es una mujer que desea tener hijos y no lo consigue. Y en Los abismos vemos a una mujer que tiene una hija, pero de repente nos lleva a preguntarnos: ‘¿La deseó?’. Si hubiera tenido la oportunidad de elegirlo, ¿la hubiera deseado? Creo que Los abismos reflexiona sobre esa otra cara de la maternidad. Esa en la que muchas mujeres se encuentran siendo madres, con toda la complejidad que eso trae, que lleva a preguntarse: ‘¿será que esa mujer estaba hecha para ser mamá?’.
Pero también está ese juicio duro que tenemos los hijos hacia los padres. En especial a nuestras madres. Llega un momento en la vida, cuando ya nos estamos haciendo más viejos –y tal vez después de ser mamá–, en el que primero ocurre una cosa bastante difícil de tragar y es que nos vemos en nuestros padres. De repente, nos encontramos diciéndoles a nuestros hijos cosas que odiábamos que nuestros papás nos dijeran. Y vemos –como en un espejo– gestos, modos de pensar, que en la adolescencia nos parecían chocantes. Y creo que empieza a haber como una cierta reconciliación con los padres, que juzgamos tan duramente. Y esta novela es un poco mi proceso como ser humano de tratar de entender y de darle un lugar más compasivo a mi mamá. Sin que la mamá de la protagonista de la novela sea mi mamá y sin yo ser esa protagonista donde pasan de cosas de ficción.
Pero sí creo que el libro reflexiona sobre la generación de mujeres de mi mamá y sobre las niñas que nacieron de esa generación. Sobre cómo nos enfrentábamos a nuestras mamás, que no tuvieron las mismas oportunidades que yo. Cuando yo era chiquita, mi mamá simplemente me parecía vieja, anticuada y no me entendía; y ahora, con estos ojos de más adulta, puedo entender que fue una mujer que la tuvo más dura que yo.
'Los abismos' de Editorial Alfaguara. Foto:Archivo particular
¿Por qué Claudia, la protagonista, se llama igual que su hija?
Como en mi época. Esta es una niña nacida en los setenta y la estamos viendo ya en los ochenta, como yo, que nací en 1972. Mi mamá también se llama Pilar. Eso es una cosa recurrente en nuestra generación. Yo traté de recrear mucho los años 80, porque quería que el lector habitara no solo el lugar emocional, en el que están los personajes, sino también el espacio-temporal. Ese lugar que me tocó a mí en la vida; porque no es lo mismo ser una mamá construida y feminista, que ser hija de una mamá que de repente se encontró con los hijos, sin esperarlo; o que los hijos crecieron y ella no había hecho sino ser mamá y ama de casa, y quedó con el mismo vacío y sin un lugar en el mundo.
¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?
Hace muchos años, antes de La perra, estaba escribiendo algo que no sabía muy bien qué era. Pensaba en una novela de una niña en la casa de sus abuelos. Y se trataba de unos papás que se estaban separando y era contado desde el punto de vista de la niña. Pero a pesar de que le di, no funcionó por ningún lado y la boté a la basura. Luego escribí La perra, varios cuentos, tuve un hijo, pasaron muchas cosas en mi vida y empecé a escribir Los abismos. Pero el primer borrador no era la historia de una niña, sino una novela gótica, que pasaba en El Saladito, en Cali, con abismos y un bosque de niebla, y una mujer que iba manejando un carro y recordaba de su infancia a una mujer desaparecida. Se llamaba también Claudia. Trataba de avanzar en esa historia, pero salía Claudia pensando en su infancia. Luego, en uno de los borradores, me di cuenta de que la adulta no funcionaba y dejé solo a la niña que hablaba. Fue un proceso muy atropellado. En total, fueron cinco borradores completos, empezados de cero, y otras tres reescrituras importantes.
Esta novela es un poco mi proceso como ser humano de tratar de entender y de darle un lugar más compasivo a mi mamá.
Cali, pero en particular el hablado caleño, es otro de las protagonistas de la historia…
Mirá que gran parte de mi obra está ubicada en Cali, pero en mis otras novelas, la ciudad nunca se llama Cali, aunque los colombianos se pillan que sí es. En Los abismos yo empecé a escribir una novela que sí es Cali, pero trataba de evitar nombrarla, por lo que yo le cambio cosas a la ficción; pero acá ya me pareció tan forzado que no se llamara Cali, y la tuve que nombrar.
Pero, además, el hablado caleño siempre ha estado presente en todo lo que he escrito. Me parece muy importante que el lector pueda habitar el cuento o la novela como si fuera un lugar geográfico. Y creo que en Los abismos es muy fuerte. El lector, así sea mexicano, chileno o boliviano, cuando se lea mi novela estará en Cali. Entonces hay calor, árboles, río, temporada seca y lluviosa, montañas con niebla, abismos, pajaritos, mariposas, guayacanes rosados, ceibas y samanes, pero también va a oír el hablado de la gente.
Entrevista a Pilar Quintana, ganadora del premio Alfaguara. Foto:
A propósito, ¿qué novelas de referencia caleña la influyeron?
Quiero hablar de un referente muy fuerte que es el ‘gótico-tropical’. Este es un género ampliamente explorado en Cali, del que no hemos hablado lo suficiente. Está la novela María, de Jorge Isaacs, que siempre la vemos como una novela muy luminosa, hermosa, con paisajes maravillosos, pero en la última parte, María se vuelve una novela oscura, siniestra, con cielos de tormenta, murciélagos vampiros, aves negras, una novela gótica, triste, de terror. Luego Andrés Caicedo tenía una veta gótica muy fuerte en su novela Noche sin fortuna, donde nos presenta una ciudad gótica y en algunos de sus cuentos también la tenemos. Carne de tu carne, de Carlos Mayolo, es también ‘gótico-tropical’. Y he leído mucho a Arturo Alape, que cuenta cómo la Cali de los años 40 era dos ciudades: en el día era una ciudad luminosa, colorida, con gente alegre que bailaba salsa, y por las noches llegaban los pájaros conservadores a matar gente. Se volvió una ciudad de terror. Creo que en Cali siempre ha habido el ‘gótico-tropical’, que es como un género propio de la ciudad. Y esta, que es mi gran novela sobre Cali, pues no podía ser más que una novela gótica. Y otras dos influencias que poblaron mi mundo adolescente que fueron Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, y Rebeca, de Daphne Du Maurier, que también son novelas de terror. En esa sopa se cocinó Los abismos.
Su último año ha sido de vértigo total. La perra, finalista del National Book Award de EE. UU, ganó el Alfaguara de Novela con Los abismos, y el guion suyo y de Antonio García, dio vida a la película Lavaperros, que es éxito total en Netflix…
Sí, impresionante. Ha sido algo maravilloso y terrible a la vez, porque ha sido un año muy difícil para todos, para mí incluida. Creo que el año de la pandemia lo voy a recordar como de ciencia ficción pura: cuando estábamos en el fin del mundo a tres de mis obras les fue muy bien. Entonces ha sido un año con unas satisfacciones profesionales tremendas.
¿Cómo fue el proceso de escritura del guion de Lavaperros con Antonio García?
Nosotros empezamos a escribir esa historia cuando yo vivía en Juanchaco, en el Pacífico. Tuvimos claro que la historia que estábamos escribiendo era para Carlos Moreno, pues nadie más la iba a entender como él. Lo llamamos, la leyó y nos casamos con él, en un matrimonio de muchos años, en el que Antonio y yo escribíamos y le íbamos mostrando a Carlos. Él siempre era nuestro crítico. Luego nos ganamos una beca de guion de Proimágenes y tuvimos a Joan Marimón mirando el guion. Allí crecí mucho como escritora. Yo sentía que estaba haciendo una maestría. Él nos mostraba dónde se caía la historia, qué no se lograba todavía. Y mientras ya estaban haciendo las escenas, nosotros seguíamos escribiendo o repitiendo cosas que no servían. A veces, Carlos nos pedían una escena extra. Antonio y yo escribíamos cada uno en su computador, pero nos dictábamos párrafos mutuamente.
Claro que sí. Ahora terminamos una obra de teatro, que esperamos que salga este año y la va a dirigir Mario Duarte, y estamos haciendo una nueva película con Nicolás Buenaventura. Apenas estamos en el proceso de escritura, muy verdes todavía. Y tenemos varias ideas: cuando terminemos la que estamos haciendo con Nicolás; Antonio y yo nos vamos a sentar a hacer otra película con Carlos Moreno.